LA DIALÉCTICA DEL TRIUNFO Y EL FRACASO
Rubén Benítez Florido, CANARIAS 7
Lo
único que cuenta es que al terminar de escribir me sentí en paz, seguro de
haber logrado lo más importante que puede esperarse de esta clase de tarea:
había aceptado un desafío, había convertido en victoria por lo menos una de las
derrotas cotidianas»,Juan Carlos Onetti, Para una tumba sin nombre.
Sin
riesgo a desentonar con el espíritu con el que fue creado, podríamos atribuir
fácilmente la autoría de estas palabras de Onetti al sufrido y maniatado
personaje de Yo debería estar muerto. De hecho, debido a uno de esos azares con
los que a veces nos sorprende la realidad, estas palabras que cierran Para una
tumba sin nombre, coinciden con el título de una novela de Santiago Gil, Las
derrotas cotidianas.
El
personaje innominado de Yo debería estar muerto pronuncia a lo largo de sus
páginas algunas frases antológicas como, por ejemplo: «La vida cabe en una
novela, sobre todo cuando uno ya la sabe perdida de antemano», que bien podría
pertenecer a cualquiera de los personajes abúlicos y desesperanzados de Onetti.
O como esta: «Se escribe para sobrevivir, y de alguna manera también para
volver. Sólo a través de la palabra se derrota a la muerte». Y es que escribir
posiblemente sea el único medio que poseen los escritores para burlar a la
muerte y vengarse del olvido.
La
muerte, o su posibilidad cierta y cercana, aparece desde las primeras páginas
de Yo debería estar muerto. Pero debido a la pura casualidad o a la caprichosa
alquimia de las ficciones literarias, el momento definitivo se aplaza. Y como
aquel personaje borgesiano de El milagro secreto, que pide a la divinidad una
prórroga para terminar su opera magna, también al
protagonista-periodista-escritor de Yo debería estar muerto se le concede una
segunda oportunidad en el reino de los vivos para que culmine la misma tarea.
Sin
embargo, en las novelas de Santiago Gil la vida casi nunca resulta ser amable,
ni fácil, ni sencilla,y los caminos transitados en ellas con frecuencia se
extravían hasta el absurdo grotesco y cruel, y la desdicha suele golpear con saña
a sus protagonistas, que intentan sobrevivir a tanto infortuniocomo pueden,
casi nunca como quieren.
Así
sucedió en Las derrotas cotidianas, una lacerante descripción del naufragio de
una familia cuyos miembros apenas consiguen mantenerse a flote tras numerosos
naufragios existenciales. Y también en Queridos Reyes Magos, que indagaba en la
pérdida de la inocencia de un niño de once años por primera vez enfrentado a la
desilusión y el desconsuelo de sentirse poco querido y abandonado por todos los
que le rodean, incluidos sus propios padres.
En este
caso, es cierto que el protagonista-periodista-escritor de Yo debería estar
muerto consigue culminar su deseo de terminar una obra aclamada y reverenciada
por el público, pero a costa de dejar muchos alicientes y prebendas por el
ambiguo camino de la fama y el éxito.
Lo cual
nos conduce al que posiblemente sea el tema central que caracteriza la
narrativa de Santiago Gil: la dialéctica del triunfo y el fracaso, el
movimiento continuo de ida y vuelta entre el fracaso del triunfo y el triunfo
del fracaso. Y lo hace sin ambages ni tapujos, mostrando una realidad social
descarnada, a menudo caótica y salvaje, siempre imprevisible.
La
narrativa de Santiago Gil indaga en el fracaso del triunfo, porque los
personajes que triunfan en ellas suelen reunir características de la peor
calaña y mostrar la cara menos amable y desalentadora de la miseria moral.
Sucede con el psiquiatra de Yo debería estar muerto, que se aprovecha de su
posición privilegiada para convertirse en un improvisado editor y apropiarse
fraudulentamente de las ganancias por derechos de autor de su paciente. Pero
también le sucede a Andrés, uno de los cuatro protagonistas de Las derrotas
cotidianas, el hermano de Mariola, el único al que parece que la vida le
sonríe, que puede ayudar económicamente a su familia quebrada y, sin embargo,
no tarda ni duda en desentenderse de ellos desde que puede hacerlo sin ningún
tipo de remordimiento. Tendrá que esperar Andrés al final de la novela para que
le toque en suerte lasiniestra cuota de justicia poética debido a su ingrata
insolencia y a su desidia altanera.
Pero
las novelas de Santiago Gil también ponen de manifiesto el triunfo del fracaso,
porque los personajes que en apariencia parecen fracasar intuyen o descubren
que el fracaso a menudo no es más que una moneda herrumbrosa y gastada si se la
compara con los valores que parten del compromiso y la autenticidad.
No deja
de resultar una ironía del destino que cuando el
protagonista-periodista-escritor de Yo debería estar muerto consigue escribir
esa gran obra deseada, su estado mental se encuentre tan deteriorado que ya no
puede disfrutar de las mieles del éxito y el reconocimiento, aquello por lo que
siempre había trabajado y por lo que pidió una segunda oportunidad sobre la
tierra.
En una
entrevista reciente, Santiago Gil declaró que conceptos como «triunfo» y
«fracaso» a menudo han sido utilizados en la sociedad actual como un mecanismo
de coacción para dirigir la voluntad de los individuos hacia una sociedad
uniformada y homogeneizada. Para triunfar o, lo que es lo mismo, para no
fracasar en la vida, se condiciona en ocasiones las elecciones de los
individuos desde la infancia con escalas de valores predeterminadas, lo cual no
deja de ser un atentado contra la suprema libertad individual de poder
reinventarse uno mismo como desee.
Decía
el filósofo norteamericano Richard Rorty que el ser humano está formado por una
red de palabras que expresaban sus ideas y creencias nucleares y que, para
satisfacer su necesidad de autonomía personal, los individuos deben tejer y
destejer esa red sin centro ni límites más allá de los que cada uno quiera
imponerse. A esta teoría de Rorty, posiblemente Santiago Gil añadiría que
palabras como triunfo o fracaso suponen una limitación inútil yprescindible a
esa capacidad de elección de los seres humanos entregados a la tarea de
edificar su propia identidad linguística. Este es el mensaje que suelen mostrar
sus novelas.
En una
entrada reciente de su blog Ciclotimias (CANARIAS 7), titulada Palmarés
(10-10-12), Santiago Gil escribió una reflexión que resume perfectamente la
idea central de Yo debería estar muerto: «En la vida no hay ni ganadores ni
perdedores, solo supervivientes que tratan de reconstruir cada día su felicidad».
La supervivencia en esa novela aún por escribir que es la existencia anula las
categorías relativas al éxito y el fracaso. Como también ha mencionado Santiago
Gil en ocasiones, la muerte, o su mera posibilidad, se encarga de relativizar
todos los éxitos y fracasos.
Yo
debería estar muerto supone una nueva vuelta de tuerca a esa dialéctica del
triunfo y el fracaso que caracteriza a la narrativa de Santiago Gil. En esta
ocasión, se aleja de las fracturas familiares representadas en Las derrotas
cotidianas y del paraíso perdido de la infanciadescrito en Queridos Reyes
Magos, para denunciar lashipocresías, estulticias y sinsaboresdel mundo
literario.
Los
personajes de Onetti también indagan en las zonas oscuras dela condición
humana, aquellas relacionadas con el fracaso y el olvido. Ellos se esconden en
la ficción –a veces, literaria– para escapar al sinsentido de la existencia. En
El astillero, Larsen, Juntacadáveres, se refugia en la ficción del astillero a
punto del rescate económico para no aceptar que su vida es pura inercia y
desidia. Dentro de los muros carcomidos y destartalados del astillero su vida
tiene sentido.
Igual
que los perdedores de Onetti, el personaje de Yo debería estar muerto también
se refugia en su mundo de ficción porque intuye o sabe que escribir
posiblemente sea el único recurso queposee el escritor para burlar a la muerte
y vengarse del olvido.
Yo
debería estar muerto se presentará el viernes, 30 de noviembre, a partir de las
19.30 horas, en la sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Las Palmas de
Gran Canaria.
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