TRATADO IRREVERENTE SOBRE LA AMISTAD
Por Anghel Morales
No sé
cuando nos conocimos
porque no
recuerdo el día,
ni el
momento
ni el
motivo.
Pero,
inusitadamente
hoy me
registro,
me hago
un reconocimiento anímico,
miro los
rincones de mi ser
y veo que
dentro estás tu.
Y no es
porque yo te deba
algo de
alguna manera:
lo único
que sucede
es que
ese sitio que siempre
junto al
amor queda libre
he
comprendido ahora mismo
que, sin
saber la causa,
en mi lo
llenabas tú.
Y,
comprobado esto,
quisiera
analizar el consentimiento.
Acostumbramos
a llamar amigo
a todo el
que tropezamos.
Apresuradamente
el hombre
da
-parece dar-
lo bueno
que lleva dentro,
su
efecto,
un caudal
de varonil ternura...
al primer
extraño que le dice:
¡Hola! y
le ofrece un cigarrillo.
Pero
enseguida uno y otro
ven que
nada significan
en esa
vida de enfrente.
Y que,
por una causa tan nimia
como por
la que se dicen amigos,
dentro de
unos instantes
si el
caso lo requiere,
serán ya
para siempre
dos
irreconciliables perros
que
ladran sin pausa
a la
terrible luba de sus oídos.
Les
llamamos amigos
a esos
cordiales
con los
que cotidianamente coincidimos
y nos
dedican su mejor sonrisa
cuando
comentan con nosotros
el frío o
el calor que experimentan
o lo que
vieron ayer tarde en la tele.
Les llamamos
amigos
-íntimos
a estos ya-
a los que
compartieron nuestras juergas
y
presenciado nuestras liviandades.
Y creemos
que es el apoteosis,
el no da
mas de la amistad,
si uno de
esos amigos
hizo
novillos en la escuela con nosotros.
Pero...
¡No! ¡Coño, no!
No es
eso. No es eso.
La
Amistad solo existe entre dos,
y ese
amigo realmente Amigo
no ha de
ser precisamente
el de la
escuela o la juerga
el del
trabajo o la barra.
A éste le
conocimos un día
del que
no sabemos nada,
y es
nuestro amigo, porque
inesperadamente,
en algún
anodino momento,
lo vimos
con humildad tender su mano
e
intentar ayudarnos limpiamente.
Y no da
su amistad condicionada,
como una
mercancía,
sino
ofrendada,
como una
promesa de sacrificio anónimo.
Y ese es
el auténtico Amigo
porque un
día le fuimos a contar unas penas
que a él
no le iban ni le venían
y él las
acogió como un maná
que
estuviera esperando mucho tiempo.
Y en este
momento en que nos distanciamos
es cuando
comprendo que tú en mí eras ese.
Y solo me
apena
que no
supe antes que tú eras mi Amigo.
Pero no
importa:
Ahora ya
lo sé, por hoy y por siempre,
y no te
he olvidado aunque no te vea.
Lo único
triste
es que yo
me entero que tu eras mi amigo
ahora que
te alejas.
Mas
quiero olvidarlo.
Y por eso
este día
yo cierro
los ojos para no enterarme
si hay
algún motivo
para
despedirnos en este momento.
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