¿POR QUÉ DOBLAN LAS CAMPANAS
POR SÁNCHEZ?
FERNANDO LÓPEZ AGUDÍN
Salvo Jesucristo, a
quien la mitología judeocristiana atribuye una resurrección, no hay ser humano
que haya vuelto de la otra vida. Conviene advertirlo porque Sánchez, que
también resucitó después de haber sido apuñalado por los Brutos de Ferraz,
como corre el riesgo de morir
políticamente no podrá resucitar por segunda vez. Si cae, ésta vez será la
definitiva. Aunque es cierto que las campanas
doblan por Pedro Sánchez, tras el hundimiento de toda la izquierda en
Andalucía, parece aún bastante prematuro ungirle con los óleos sagrados de la
Extremaunción, como ya se aprestan las tres derechas de Casado, Rivera y
Abascal que, al igual que la Santísima Trinidad, son una en tres y tres en una. Aunque es bien evidente que ha entrado en una
larga agonía.
El Partido Popular
y Ciudadanos empiezan a repartirse la
túnica sagrada de Sánchez jugándosela a los dados andaluces. Después de haber
despedido a la Verónica andaluza, liquidando las casi cuatro décadas de
socialismo a lo Despeñaperros, proyectan el asalto a las trincheras municipales
y autonómicas aún en manos progresistas. La batalla por el municipio de Madrid,
así como por el ayuntamiento de Barcelona, van a protagonizar esta tensa lucha entre
todas las fuerzas involucionistas de la derecha y todas las fuerzas
democráticas de la izquierda que hasta las urnas andaluzas parecían seguras
para las segundas. Tras las elecciones en Andalucía, todo es posible y nada
probable.
Si sin VOX Pedro
Sánchez no ha podido ni siquiera consolidar un diálogo fluido con el
nacionalismo catalán lo consolidará mucho menos con la potente irrupción de
VOX. Es una ecuación infinita. A más nacionalismo catalán, más nacionalismo
español y viciversa. Así, los primeros hablan esloveno y los segundos retoman
la letanía del 155 mediante intervenciones concretas. No todos los soberanistas
están de acuerdo hoy con Quim Torra, pero ninguno lo denuncia políticamente; no
todos los unionistas están por volver a las andadas, pero nadie se atreve hoy a
desmarcarse. En cualquier caso, aquella mayoría parlamentaria progresista que
llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa ha terminado sin que aún se haya roto. La
espada de Puigdemont pende sobre la cabeza del presidente del Gobierno.
Pedro Sánchez, como
el coronel del relato de García Márquez, no tiene quien le escriba. Basta leer
diarios, escuchar emisoras de radio y ver tertulias televisivas para comprobar
que la Moncloa tiene menos voces que ayer y más que mañana. Quien más y quien
menos se aleja de quien huele a muerto como el presidente del Gobierno. Incluso
un periódico como La Vanguardia, que ha sustituido a El País como el
intelectual orgánico de la II Restauración de los Borbones, se distancia de la
Moncloa a la vez que no ha vacilado en despedir a excelentes periodistas como
Rafael Poch, incómodo para los poderosos pese a tratarse de un corresponsal en
el extranjero. Además vuelve a ponerse en circulación el argot franquista,
subversión e insurrección, al hablar de partidos democráticos nacionalistas o
de izquierda.
El milagro de la
recuperación de los 700.000 votos perdidos por toda la izquierda en Andalucía
son la última esperanza de Sánchez. Si se movilizaran hoy en las próximas
urnas, frenarían en seco a las tres derechas. No lo tiene fácil la Moncloa. Ni
uno de los cuatro factores que han provocado que la izquierda social abandone a
la izquierda política va a poder ser corregido antes de las elecciones
generales. No va a ser el caso de Cataluña, desde luego, que se agravará bastante
con el inminente juicio a los líderes soberanistas, ni del absoluto
desprestigio de la política, derivado de la institucionalización de los
políticos, ni de la percepción de la inmigración como un futuro e hipotético
problema social, ni mucho menos aún el de la corrupción interminable. No
cambian las causas, no aparecen los remedios, una política social, que las
combatan
Si cae Pedro
Sánchez, como así parece, caería toda la sociedad democrática. La propuesta
involucionista, recentralizadora, de las tres derechas, bajo la II Restauración
de los Borbones, retrotraería el Estado español a los primeros meses de don
Juan Carlos I (noviembre de 1975 a julio de 1976) en los que aquel proyecto de
monarquía autoritaria pudo ser derrotado desde abajo por una amplia e intensa
movilización social. Si el Borbón optó por destituir a Arias Navarro( una
síntesis avant la lettre de las tres derechas de Casado, Rivera y Abascal) fue
por la amplia e intensa lucha de los trabajadores. Como bien se ha dicho, si el
dictador murió en la cama, la dictadura murió en la calle. Una lección a no
olvidar hoy cuando las campanas doblan por Pedro Sánchez.
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