ENTREVISTA AL POETA
SANTIAGO ACOSTA
“El
escritor debe hacer el trabajo de
cuestionar su propio lugar”
MARCAPIEL
Santiago
Acosta
Nuestro editor
Samir Delgado entrevista en exclusiva para Marcapiel al poeta Santiago Acosta
(San Francisco,1983) residente en Nueva York, tras su recepción en la FIL de
Guadalajara del Premio “Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco” 2018
Su libro recién galardonado aborda la
temática de la crisis ambiental. La residencia en Nueva York debe ser un marco
ideal para la escritura poética sobre la incertidumbre del futuro, ¿es posible
que la literatura participe realmente de la posibilidad de un cambio de
paradigma? ¿Qué opina en este sentido del legado poético de Lorca o Whitman?
La literatura tiene
todo lo necesario para funcionar como una herramienta transformadora del mundo
y de la sociedad. Sin embargo, hay que entenderla no solamente en el campo
inmaterial de la representación o de las ideas, sino también como un conjunto
de hechos materiales, como una organización real de un tipo de fuerza social
que, si se lo propone, puede incidir en la realidad. En el caso de la crisis
ambiental, he estado pensando que la literatura pudiera ofrecer la posibilidad
de ayudarnos a comprender no solo la gravedad de nuestra situación y la
profundidad de la crisis, sino también posibles maneras de cambiar nuestra
forma de entenderla y de enfrentarla. Particularmente pudiera ayudar a
despertar en los mismos lectores (y también en otros escritores) el interés por
hacer algo, pero idealmente dispararía en ellos la necesidad de informarse
mejor y dejar atrás los clichés que el propio sistema dominante propone como
única manera de entender la crisis (por ejemplo, que esta es inevitable porque
el hombre es naturalmente codicioso, malvado o destructivo, cuando sabemos que
eso es solo una generalización que busca disolver la responsabilidad de los
verdaderos culpables). Habitar una gran ciudad nos debería llevar a pensar
nuestro propio lugar en los procesos históricos de organización de la
naturaleza en servicio del valor. En este sentido Lorca y Whitman han sido
referencias fundamentales en la evolución de mi escritura, en el primer caso
por el tipo de metáforas deformadas y deformadoras de lo humano en la ciudad
(como esos hombres que “no aman la lengua azul de la playa”), y en el segundo
por la idea de una fraternidad en donde están incluidas humanidad y naturaleza
como parte de un mismo continuum.
Venezuela ha sido un país de referencia para
la literatura en español, ¿cómo vislumbra el panorama poético caraqueño en la
actualidad?¿Y las poéticas latinas dentro de Estados Unidos: existe una misma
cosmovisión del escritor joven hispano en USA?
Actualmente hay
muchos poetas muy valiosos en Venezuela, tanto entre las nuevas generaciones
como entre los poetas de los ochenta y noventa que han continuado publicando
obras cada vez más interesantes. Es el caso de Igor Barreto, para mí el poeta
más valioso de nuestro tiempo. En su larga trayectoria nunca ha dejado de
transformar su voz, siempre buscando algo distinto, siempre encontrando maneras
de subvertir lo que ya ha logrado en su obra anterior, como si buscara otra vez
comenzar desde cero. Es algo que yo también quisiera lograr, esa forma de no adormecerse
nunca en un lenguaje ya logrado o solidificado, sino mantenerse en el filo de
la inconformidad con lo que uno hace. Asimismo, Igor es uno de los pocos poetas
venezolanos que realmente busca conectarse e intervenir en asuntos esenciales
de nuestro problemático presente histórico. También Gabriela Kizer tiene algo
muy importante, que es la ambición poética. En sus libros, sobre todo en Tribu,
se percibe la convicción de que la poesía es algo que hay que tomarse muy en
serio, que no es un simple juego, y que puede proponerse dejar una huella honda
en la literatura, no solo un rasguño o un “aporte”. Entre los poetas de
generaciones más recientes, tengo fe en el colectivo 199X, compuesto por poetas
nacidos en los noventa. Y en la renovada revista Poesía de la Universidad de
Carabobo he leído a poetas jóvenes verdaderamente sorprendentes, como Freddy
Yance. Por otro lado, la recientemente inaugurada Poeteca se ha convertido poco
a poco en el centro de reflexión más importante para la poesía en el país. A
pesar de las enormes dificultades, la poesía como siempre se niega a morir. En
el caso de la poesía hispana en Estados Unidos, el panorama se me ha presentado
sobre todo como un cruce entre diversas diásporas, tanto de Latinoamérica como
España, que han intentado construir no solo un campo sino también un mercado
literario en español, que a veces parece estar tomando vuelo y otras veces
parece estar demasiado encerrado en sí mismo. Creo que hay una especie de
ansiedad por legitimarse, pero ya no se sabe ante qué o quién, puesto que no
está muy claro cuáles son las instituciones o editoriales hispanas que conceden
esa legitimidad. Hay una que otra editorial, uno que otro premio, pero en
general es un campo más o menos pequeño. Por lo tanto, los escritores siguen
publicando en Latinoamérica mientras buscan entrar en el mercado en inglés,
pero es para muchos una vía sumamente difícil y un camino lleno de prejuicios,
estereotipos, exigencias de mercadeo y limitaciones de toda clase a las que no
estamos acostumbrados. Por otro lado, la visión del escritor latinoamericano
que emigra a Estados Unidos suele ser predeciblemente distinta del que se queda
en su país, y a su vez ambas distan una barbaridad de la visión del escritor
“Latino”, que es para mí el escritor estadounidense de ascendencia
latinoamericana. Son mundos disímiles, por lo tanto en cada uno el escritor
debe hacer el trabajo de cuestionar su propio lugar, de preguntarse por la
dimensión de los problemas que debería estar atendiendo en su escritura. En cualquier
caso, el diálogo continuo entre los tres registros es lo más deseable, a pesar
de las divisiones y limitaciones del campo y del mercado.
En su libro Cuaderno de otra parte, escribió: “Nuestras crisis
son las mismas / y todas las ciudades se caen a pedazos”. Después de Baudelaire
y París, Machado en España o Paterson de William Carlos Williams, ¿el poeta y
la ciudad pueden aportar otras nuevas experiencias de convivencia más allá del
turismo de masas y el ciberespacio predominantes?
Creo que en la
reflexión acerca de la ciudad se encuentra una de las claves de la relación
entre el escritor y la historia de las interacciones entre humanidad y
naturaleza. La ciudad es el ejemplo más claro de cómo el humano ha transformado
su entorno. De hecho, si nos fijamos bien, y vemos que la ciudad está hecha de
materiales extraídos de la naturaleza (piedra, cemento, vidrio, asfalto,
plásticos, etc.), se nos revela que la ciudad no es sino una forma de organizar
la naturaleza. Por lo tanto, la literatura sobre la ciudad puede ser entendida
como literatura “ambiental”. Por eso mismo ofrece una vía importante para
cambiar un paradigma que hasta ahora ha sido sobre todo destructivo. La poesía
y la literatura en general pueden iluminar cómo la crisis ecológica es también
una crisis de la idea de ciudad. Muchos autores ya han explorado esto, por
ejemplo Ben Lerner en la novela 10:04 o J. G. Ballard en The Drowned World.
Para poder llevar adelante esta reflexión, la poesía tendría que continuar
informándose, documentándose y sobre todo cuestionando sus propias convenciones
y fines concretos.
El papel de las revistas de literatura ha sido primordial para
establecer tendencias en la modernidad, ¿cuál ha sido el resultado personal de
la experiencia de edición de los diversos números de El Salmón y Canto en ambas
orillas?
Si El Salmón buscó
establecer alguna tendencia, esta pudo ser una de lectura y de reflexión más
que de producción literaria. El objetivo de la revista fue remover el archivo
de la poesía venezolana, desenterrar autores olvidados y aquellos que siempre
habían pasado desapercibidos, y reorganizarlo todo de manera que pudiera
entenderse nuestra tradición desde puntos de vista distintos. Por lo general,
las antologías poéticas “nacionales” siempre buscan establecer un canon, pero
la misma idea de canon no puede sino dejar muy insatisfecho a cualquier lector.
No hay manera de establecer un canon que no sea arbitrario, excluyente, mal
informado o simplemente de mal gusto. De manera que para El Salmón desechamos
la idea del canon y propusimos diversos enfoques temáticos a través de los
cuales toda la poesía venezolana tomaba un carácter distinto. El resultado fue
que comenzaron a leerse y conocerse en el país una serie de poetas que
normalmente no aparecían ni siquiera en Internet y mucho menos en librerías o
en los programas de curso de las universidades. Si algo quisimos establecer fue
la idea de que la “tradición” es lo que nosotros queremos que sea, y que los
ordenamientos críticos (siempre necesarios) deben hacerse estallar de vez en
cuando. La experiencia de Canto fue muy distinta. El departamento de Español de
San Francisco State University (donde completé una maestría entre 2011 y 2013),
tenía esta revista literaria de mucho renombre, pero que había dejado de salir
a mediados de los noventa. Un día encontré algunos ejemplares polvorientos en
la biblioteca del departamento y vi que el antiguo director era el profesor de
un curso que yo estaba tomando. Al día siguiente me le acerqué, le regalé un par
de copias de El Salmón, y le dije que yo quería resucitar Canto. Un par de
meses después ya estábamos presentando el nuevo número, después de que la
revista estuviera sin salir por casi veinte años. Esa experiencia me permitió
conectarme con el mundo de los Latino Studies y la literatura del escritor
hispano en Estados Unidos, sus mitos, sus conflictos de identidad, su visión
particular de la historia. Ambos casos, tanto en El Salmón como en Canto, me
hicieron entender que una revista es sobre todo una manera de construir una
comunidad, y que el buen editor es aquel que logra situarse cómodamente tras
bambalinas y deja que esa comunidad tome el centro del escenario.
Santiago Acosta
(San Francisco, 1983) Es autor de Cuaderno de otra parte (Libros del Fuego, 2018)
y Detrás de los erizos (ganador del V Concurso para Obras de Autores Inéditos
de Monte Ávila Editores, 2007). En Venezuela funda la revista de poesía El
Salmón (Premio Nacional del Libro, 2010) y en San Francisco codirigió la
revista Canto. Vive en Nueva York, donde cursa el doctorado en Culturas
Latinoamericanas e Ibéricas de Columbia University. Recientemente ha sido el
ganador del “Premio Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco 2018” en
Guadalajara, México.
Crédito de la
fotografía: Mayte López
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