BIENVENIDO, MR. TAYLOR
JONATHAN MARTÍNEZ
Periodista.
Fotograma
de 'Bienvenido, Mr Marshall' de Luis García Berlanga
En un viejo relato de Augusto Monterroso, un infeliz llamado Mr. Percy Taylor abandona Boston sin un chavo en los bolsillos para adentrarse en la selva amazónica y convivir con una tribu originaria. Al principio los nativos lo toman por el pito de un sereno y le adjudican una reputación de gringo pobretón y desdichado. Todo cambia el día en que un desconocido le regala una cabeza humana, un cráneo reducido con su buen bigote y sus buenas barbas, todo un amuleto que Mr. Taylor decide remitir por correo a su tío Mr. Rolston. El tío, vecino de Nueva York, se siente tan fascinado con el obsequio que le pide a su sobrino cinco, diez, veinte cabezas más. Mr. Taylor sospecha que alguien se está lucrando a su costa.
Mr. Rolston y Mr.
Taylor, por su puesto, se alían en la exportación de cabezas nativas con el
beneplácito de las autoridades locales. El caso es que la demanda crece, las
cabezas escasean y las autoridades buscan la forma más expeditiva de aumentar
la mortalidad. Las leyes se endurecen y las faltas más inocentes se castigan
con la horca. Fallecer es un acto de patriotismo y no hay médicos más valorados
que aquellos que nunca curan. La industria de los ataúdes sube como la espuma.
La economía del país despunta sin límite aparente. Pero llega un día en que no
quedan más nativos que los políticos y los periodistas, así que no hay otro
remedio que declarar la guerra a las tribus vecinas.
Con esta fábula de
apariencia infantil y giros hilarantes, Monterroso denunciaba la expansión
colonial de la United Fruit Company y señalaba a Estados Unidos y a la CIA, que
por entonces habían desplegado sus artes conspirativas contra el gobierno de
Guatemala. Al presidente Harry Truman no debió de agradarle la victoria
electoral de Jacobo Árbenz, tampoco su reforma agraria, de modo que auspició un
golpe de estado y reemplazó al presidente democrático por un matarife de su
confianza. Todo en nombre del anticomunismo. A modo de secuela, el país terminó
sumergido en una guerra sin fin con un rastro aproximado de doscientos mil
cadáveres. La ONU lo llamó genocidio.
Tanto en la
literatura como en la cultura popular, abundan las alegorías que tratan de
explicar el misterio de la riqueza. Por lo visto, el abogado estadounidense
Silas H. Strawn ya recurría en los años treinta a la vieja analogía de las
vacas para justificar sus preferencias por el Partido Republicano. Capitalismo:
si tienes dos vacas, vendes una y compras un toro. Socialismo: si tienes dos
vacas, el Gobierno te quita una y se la da a tu vecino. Ahora que el
capitalismo campa ya sin freno y el socialismo nos parece un posibilidad remota,
el chiste de las vacas suena más bien irónico. Si respetamos el paralelismo,
Oxfam diría que un 1% de los ricos ha acaparado el doble de vacas y de toros
que el resto de la población mundial en apenas dos años.
Las metáforas
ganaderas han envejecido peor que la obra de Monterroso. Y quien dice Mr.
Taylor, dice también Mr. Marshall. Poco antes de que Árbenz concurriera a las
elecciones guatemaltecas, el Gobierno de Harry Truman había ofrecido sus fondos
de reconstrucción a todos los países europeos excepto a la dictadura
franquista. En medio de la Guerra Fría, Franco vendió baratas sus simpatías
estadounidenses y los Pactos de Madrid terminaron por convertir a España en una
colonia militar de Washington. En Bienvenido Mr. Marshall, Luis García Berlanga
satiriza la humillación de un régimen que había ganado la guerra civil pero
había perdido la Segunda Guerra Mundial sin llegar plenamente a combatir en
ella.
Mr. Taylor y Mr.
Marshall encajarían sin esfuerzo en episodios más recientes como la guerra de
Ucrania. Hace ahora diez años, Occidente alentó los disturbios del Euromaidán y
bendijo la deposición violenta del presidente Víktor Yanukóvich. Ahora, en el
segundo aniversario de la invasión rusa, nos dicen que el capital internacional
es insuficiente para paliar la bancarrota de Ucrania y garantizar la integridad
del territorio. En los primeros meses de 2022 se exploró la oportunidad de
sellar un alto el fuego, pero triunfó el hambre de guerra. Según el diario
Ukrainska Pravda, Boris Johnson se plantó en Kiev para decir en nombre de
Occidente que había que disolver las negociaciones porque Putin se encontraba
debilitado. Johnson cayó. Putin sigue en pie.
Ahora Occidente
redobla los tambores de guerra y Macron llama a levantar las armas europeas
contra Rusia. El relato de Mr. Taylor nos dice que la guerra, mejor en terceros
países, es un negocio boyante que permite hacer prosperar otros negocios
boyantes: crecen las unanimidades sociales, crecen las leyes represivas, crece
la industria militar y crece también la fabricación de ataúdes. Por su parte,
la película de Mr. Marshall nos dice que esos terceros países, patio trasero de
las potencias imperiales, terminan abandonados a su suerte, avasallados,
explotados y comprados a precio de saldo. Somos sus bases militares, sus
marionetas políticas, sus depósitos de cadáveres.
Si queremos que el
comercio de cabezas reducidas cuaje, no conviene escatimar en pretextos y
dobles raseros. En junio de 2022, bajo la euforia de las sanciones contra
Rusia, Ursula von der Leyen viajó a Jersualén para anunciar un acuerdo de
compraventa de gas con Israel. Ahora que Netanyahu ha convertido la franja de
Gaza en un cementerio, las autoridades occidentales miran hacia otro lado y
silban con disimulo o apoyan decididamente a Israel y le piden cinco, diez,
veinte cabezas palestinas más para que el negocio de la muerte nunca se
detenga. Al fondo, un sector de la grada aplaude y agita banderitas. Genocidas,
os recibimos con alegría.
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