viernes, 12 de noviembre de 2021

ANDRÉS MARTÍN PEINADO EN LA PRESENTACIÓN DE SU NOVELA ORGULLO ANCESTRAL.

 

ANDRÉS MARTÍN PEINADO EN LA PRESENTACIÓN DE SU NOVELA ORGULLO ANCESTRAL.

Escribir es divertirse, en el sentido más amplio de la palabra. Miren si no, al Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra. ¿Alguien piensa, que la máxima figura de la literatura española no se divirtió componiendo las alocadas aventuras de su don Quijote de la Mancha?... Yo creo que sí, y mucho.

Escribir es lidiar con tanta mala noticia que nos bombardea a diario. Es una forma de restablecer las emociones dañadas cuando vemos que la violencia, la miseria, la intolerancia, el extremismo, entre otras calamidades, parecen imponerse a valores y actitudes tan necesarios hoy en día como la humanidad, la prudencia, el dialogo, la compasión, el respeto, la honestidad, la responsabilidad y un largo etcétera. En definitiva, es una forma de tomar impulso para afrontar la realidad que nos rodea.   

Escribir es también un tónico, es curativo. Para aquellos que hace tiempo que no lo hacen, o que no lo tienen por costumbre porque están dedicados a otras prioridades, yo les animo a que busquen un espacio de tiempo, un rato a lo largo del día o de la noche y alcen la pluma sobre un pliego en blanco para plasmar una historia de amor, de rabia, de ilusión, de superación…, cualquier sentimiento es válido para que vean cuán terapéutico es escribir.

Hay tres palabra, en la opinión de quien les habla, que resumen la naturaleza de los que escriben, y da igual si se hace como divertimento, terapia, protesta o mil motivos más. El caso, es escribir de corazón. Son tres palabras, como digo, que hacen del gusto de escribir algo fascinante: La PASIÓN, la ILUSIÓN y la MAGIA.

Quizás alguno de ustedes se estará preguntando, ¿y qué tiene que ver todo esto con escribir una novela?

Tiene que ver y mucho, porque si uno escribe sin pasión, sin ilusión, sin magia, sin divertirse, simplemente sería cualquier cosa menos un escritor.

Pero resumir el arte de escribir con tres palabras quizás sea mucho resumir, por lo que hoy me gustaría enfocar esta presentación de un modo diferente. Hoy hablaré de Orgullo ancestral desde otra perspectiva, hablaré de cómo se fue formando en mi cabeza, o utilizando la misma palabra que empleó el ilustre y universal don Miguel en el prologo de su don Quijote, hablaré de cómo se engendró.

La pregunta, por tanto, es obvia, ¿Cómo nació Orgullo ancestral?... ¿Cómo fui llenando hojas y hojas en blanco de diálogos, episodios, escenarios, personajes y situaciones de este libro que hoy tengo el gusto de presentar?

Algunos escritores le llaman Inspiración.

Stephen King, el maestro de la narrativa de terror contemporánea, dijo en uno de sus muchos libros, que no hay ningún Depósito de Ideas, o Isla de novelas enterradas, él dijo que las buenas ideas planean hasta aterrizar en la cabeza del escritor.    

En mi caso no surgió de pronto, sino que fue algo parecido a lo que afirmó King; un planear, pero con aterrizaje laborioso, porque yo soy de los que piensan que escribir un buen relato es difícil, y hacerlo con el corazón todavía más, por eso intento ser cuidadoso y no equivocarme a la hora de elegir.

A pesar de tener en mente algunos episodios, una serie de escenas y varios personajes, para mi desespero, no conseguía dar con ese elemento mágico que me ilusionara.

Llevaba meses metido en ese rebuscar incierto de ideas, curioseando en los estantes de distintas bibliotecas, buscando ese… algo que me ayudara a cohesionar aquel proyecto de novela, cuando di con un libro del historiador y médico canario Juan Bethencourt Alfonso que me interesó mucho. Al profundizar en su contenido, enseguida llamó mi atención un suceso que ocurrió apenas cien años acabada la Conquista, y que me sorprendió por la determinación que mostraron un grupo de vecinos de Candelaria, todos ellos descendientes de los guanches, al enfrentarse en litigio judicial a las autoridades de la Isla y, algunos años más tarde, a la Iglesia. Y todo por hacer valer sus derechos de portar en exclusividad la imagen de la Virgen de Candelaria. Pensé mientras leía y tomaba notas, que se repetía otra vez la historia de David y Goliat, dado lo humilde de los querellantes y lo poderoso de las estructuras gubernativas de aquel tiempo. Ese hecho se conoció como «el pleito de los naturales». Quiero aclarar que yo, tan solo soy «alguien que ama la historia del propio país», como se definió así mismo el Ilustre Viera. Y desde este punto de vista, de alguien que ama la historia, de alguien cautivado por todo lo relacionado con nuestra tierra, creo firmemente que el llamado «pleito de los naturales» pudo ser el despertar de aquellos descendientes guanches a una conciencia étnica que reivindica una reconstrucción identitaria o cultura específica. Dicho de otra manera, pudo ser el nacimiento de un sentimiento que añora a los antiguos pobladores como grupo con identidad propia. Este sentimiento, fue creciendo en el tiempo hasta consolidarse algunos siglos después con una sociedad isleña que rescata lo ancestral del olvido en que había caído después de la Conquista.

          Pero volvamos a la biblioteca. Recuerdo que, mientras me empapaba de este acontecimiento tan sabroso de nuestra historia, me invadió un sentimiento de optimismo, o de esperanza, no sé. A lo mejor fue simplemente que hacía una tarde maravillosa, soleada, especialmente cristalina, donde cualquier cosa, por complicada que parezca, nos resulta realizable. Este episodio, me decía mi instinto, era un buen elemento de cohesión para todas aquellas ideas que danzaban libres en mi cabeza. Pero tenía mucho trabajo por delante y no quería hacerme demasiadas ilusiones, pues como dije al principio, escribir un buen relato es difícil, y hacerlo con el corazón, aún más.

Tocaba por tanto, seguir buceando en bibliotecas, buscar libros especializados, manosear textos propios y ajenos, tirar de revistas y periódicos, archivos públicos y privados, curiosear por internet… En definitiva, buscar información, mucha información para, aparte de los hechos que les he adelantado, crear un ambiente adecuado para reflejar lo cotidiano de las vidas de los personajes que hollaron las rúas y caminos en aquella época, y dotar, dicho sea de paso, al conjunto con todos los ingredientes necesarios para convertirlo en un buen libro.  

Este proceso de documentación que he citado, en ocasiones, se puede convertir fácilmente en una ardua labor que puede durar años. Ya lo dijo el profesor tinerfeño Antonio Rumeu de Armas, y cito textualmente: cuando una investigación se traduce en acopio de fuentes, se puede decir que en ella está el germen de un libro futuro.

          En eso estaba, investigando, cuando cayó en mis manos un librito titulado Las antiguas calles de La Laguna. Enseguida quedé prendado de lo añoso de la nomenclatura de sus vías públicas. Nombres de calles tan sabrosos como el Tambor, las Quinteras, el Tizón, la Encantada, la Rosada, el Remojo, el Peral… Al igual que su autor, no pude, como apasionado que soy de todo lo pasado, evitar preguntarme, ¿quiénes eran las Quinteras?, ¿quién fue el dueño del tambor?, ¿dónde estuvo el peral?... El caso es que, ya bien sea porque siempre he sido un enamorado de esta hermosísima ciudad Patrimonio de la Humanidad, o porque, como dije antes, las cosas de los siglos pretéritos me apasionan, y hasta me producen cierta nostalgia, decidí que San Cristóbal de La Laguna sería el escenario principal de la novela que ya había empezado a formarse en mi cabeza.

La elección de la época, sin embargo, obedeció a una cuestión práctica, porque estaba familiarizado con el Tenerife de finales del siglo 15 y principios del 16 por haberlo estudiado a fondo cuando me documenté para mi primera novela. Pero necesitaba investigar más. Necesitaba saber el trazado antiguo de La Laguna, pues soy de esos escritores que les gusta mover a sus personajes por sitios que todavía existen, y que el lector reconozca los lugares que le señala el autor. En esta fase de la novela, se impone el trabajo de campo, de búsqueda y localización de los escenarios para los personajes.

He de confesar, que algo que me divierte mucho y me produce un entusiasmo muy similar a los mejores días de escritura, es dar largos paseos por la ciudad con la cámara terciada para situar calles, plazas y edificios originales en el trazado urbanístico actual. Afortunadamente, pude valerme del primer plano de La Laguna realizado por el ingeniero italiano Leonardo Torriani en la década de los años ochenta del siglo 16, una pieza magnífica que me ayudó mucho. Era algo adelantado para mi propósito, ya que mi historia arranca en el primer cuarto del siglo 16. Pero como la ciudad creció mucho en los primeros años de su fundación y en aquel entonces las cosas no cambiaban tan rápido como ahora, les aseguro que no hay muchas alteraciones importantes. Como dato significativo en este sentido, es suficiente superponer el plano de Torriani sobre el trazado actual de La Laguna para comprobar que la configuración original, apenas a cambiado.

Antes de continuar, hagamos un pequeño resumen para no perdernos. Tenía la época y el escenario, como ya he comentado, San Cristóbal de La Laguna en el primer cuarto del siglo 16, tenía el episodio de los vecinos de Candelaria, tenía también una historia de amor y aventura madurando en mi cabeza y, gracias al ingeniero italiano Leonardo Torriani, disponía de una herramienta valiosa que me permitiría mover a mis personajes una vez situados dentro de la ciudad.

¿Pero qué faltaba?... Faltaba algo muy importante, faltaba establecer el ambiente que se respiraba en el Tenerife de la post-conquista. En este sentido, siempre intento que, en la medida de lo posible, el lector se ponga en la piel de los protagonistas. Con tal finalidad, profundicé en los libros que, durante más de cinco siglos, cronistas e historiadores nos han ido dejando para que el lector pueda hacerse una idea de cómo era aquella sociedad donde la convivencia entre guanches y conquistadores, no fue fácil. Ya se hacía eco Fray Alonso de Espinosa en 1591 de esta turbiedad de ánimo que afligía a los guanches viejos en su obra: Historia de Nuestra Señora de Candelaria.

También dejó indicios de este ambiente poco feliz para los indígenas, el Ilustre y pensador rebelde Viera y Clavijo en su obra: Noticias de la Historia General de las Islas de Canarias, en 1773.

Orgullo Ancestral no es una novela que pretende reavivar debates de lo que se hizo, o se dejó de hacer en el pasado. La historia es la que es, es la herencia de los que vivieron entonces, y nada podemos cambiar de ese pasado.

Pero sigamos. Tras muchos meses haciendo acopio de información, tenía ya en mi cabeza la historia que quería contar con principio, nudo y desenlace, y mucha, muchísima información que fui desgranando de forma natural en los diálogos de los protagonistas.

Quiero recalcar, que me he esforzado para recrear los escenarios y situaciones que se vivieron antaño para que el lector vea, o pueda imaginar, la época que les tocó vivir a los protagonistas, y he rescatado unos hechos que, como dije anteriormente, fueron, en la modesta opinión de quien les habla, el despertar de un sentimiento que reivindica nuestra historia y nuestra cultura.

Por último, y con esto acabo, quisiera dedicar unos minutos a mi primera novela, Achineche. Sé que hay muchos entre los presentes que ya la han leído, pero para los que no lo hayan hecho, solo comentarles que ambas novelas están unidas entre sí por varios personajes y una sucesión de hechos que, como una tela de araña, tienden hilos temáticos y narrativos entre ellas, aunque tengo que decir, que cada una cuenta una historia diferente y tiene un final cerrado. También decirles que da igual el orden en que se lean. Al final, el lector, terminará entrelazando ambas novelas como una sola. 

Y así nace una novela, con PASIÓN, ILUSIÓN y MAGIA, o por lo menos la mía. La otra parte, la que habla de una lacerante historia de amor, de compromiso con los más débiles, de convivencia, también de odio, venganza y opresión, esa parte se las dejo enteramente sin más comentarios.

Espero que disfruten con Orgullo Ancestral. Buenas tardes y gracias por su asistencia.

ANDRÉS MARTÍN PEINADO

 

 

    

 

    

 

 

 

 

 

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