QUERIDO COMPAÑERO DEL METAL
JORGE BEZARES
Los trabajadores del sector
del metal durante la manifestación llevada a cabo este jueves, por tercer día
consecutivo ante los desacuerdos entre las partes en las negociaciones de un
nuevo convenio colectivo para las pequeñas y medianas empresas (pymes) del
sector.- EFE/Román Ríos
En los últimos años de su presidencia, a principios de los años noventa, entrevisté con unos compañeros en el Palacio de la Moncloa a Felipe González para Diario de Cádiz. Después de dos horas largas de charla, dimos por acabada la entrevista y una secretaria se acercó a la mesa donde estábamos y le dejó al presidente del Gobierno un paquete de Marlboro. Se encendió un pitillo y nos dijo: "¿Queréis que os diga lo que pienso realmente de Cádiz? Pues el puerto de Algeciras es lo más relevante que tiene la provincia. Los vinos de Jerez están obligados a aguantar más en el mercado. Y Cádiz, Cádiz tiene mucho arte".
Felipe González,
que poco o nada tiene que ver con el actual Felipe González, tenía mucha razón,
pero no toda. Cádiz, la provincia de Cádiz, tiene otro rasgo importante: una
capacidad de resistencia y sufrimiento infinita que, cuando se pasa de rosca,
se convierte en una gran barricada. Pasó durante la Guerra de la Independencia
y ha pasado durante todas y cada una de las batallas del Metal.
Recién llegado al
centenario periódico gaditano, a mediados de los ochenta, el primer trabajo
importante que me tocó fue cubrir el Toro del Aleluya de Arcos de la Frontera.
Recuerdo que me acompañó con su ojo de pez Manuel Bernet Trapero, que DEP. No
me cogió el toro de milagro; a mi fotógrafo, más experimentado en esos
acontecimientos populares de alto riesgo, imposible: se apostó en una azotea
cercana, pero lejos del astado. El ojo de pez hizo milagros.
Poco después me
mandaron a la huelga de Astilleros de Puerto Real y Cádiz: el toro de Arcos de
la Frontera era una broma frente a esta batalla campal diaria entre policías y
trabajadores. El parte de guerra, con heridos de distinta consideración,
apuntaba un conflicto interminable. Tuercas frente a material antidisturbio.
Guerra de guerrillas frente a leña al mono que es de goma de los grises.
Sonaba en los
transistores "frigoríficos volando, la reconversión naval; guardia no
tires pelotas, que para pelotas Puerto Real", de Carlos Cano. Esta letra
bebe de un hecho verídico: desde una vivienda de Puerto Real le lanzaron una
nevera a una lechera de la Policía Nacional en plena reconversión naval.
Las batallas
campales eran especialmente virulentas en el puente Carranza, principal vía de
acceso a la capital gaditana. Las quejas por esos cortes de carretera eternos a
golpe de barricadas, con neumáticos incendiados y encapuchados azuzándolos, se
generalizaron. El conflicto laboral empezó a afectar a una inmensa mayoría de
la sociedad gaditana, y se inició la demonización de los trabajadores: que si
estaban detrás los de HB, que si habían visto a El Cojo Manteca, que si eran
delincuentes, etc.
Tal era la presión
que el alcalde de Puerto Real, mi querido Pepe Barroso, llegó a plantear como
alternativa a las barricadas en el puente Carranza cortar el cable coaxial de
comunicaciones que unía Europa con EEUU. Brocha gorda de la buena.
Al final,
resistieron, y los Astilleros Españoles y los sindicatos firmaron un acuerdo
que garantizó carga de trabajo por muchos años. Pan para los gaditanos.
Los logros sociales
y económicos de la clase trabajadora siempre han estado asociados a la huelga.
Por lo general, salvo contadas excepciones, los empresarios pocas veces han
accedido a las reivindicaciones importantes de los trabajadores sin que mediara
una pelea de por medio.
Sin las huelgas (y
el derecho que las garantiza), la explotación, desde los niños a los hombres
pasando por las mujeres, sería el denominador de unas relaciones laborales que
solo santificarían la avaricia de patronos anclados en la revolución
industrial.
Ahora, de nuevo en
Cádiz, otro desencuentro por el convenio del Metal ha incendiado las dos bahías
gaditanas, con especial incidencia en la de Cádiz. Entiendo y comprendo que las
personas afectadas por las protestas estén enfadadas. A nadie le gusta tener
que darse la vuelta frente una barricada que le impide llegar a una cita médica
importante. Pero no es menos cierto que esa lucha es la que mantiene viva a
duras penas a una de las provincias más pobres de España, a una de las
provincias con más paro de España, a una de las provincias con más fracaso
escolar y pobreza infantil de España, a una de las provincias con más contaminación
ambiental de España, a una de las provincias que sin estar despoblada sufre
como si no viviera ni Dios.
Yo, desde luego,
ante esta cruda realidad y a mi edad, no me voy a comportar como un esquirol
ante mis compañeros del Metal y ante mi tierra.
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