lunes, 3 de mayo de 2021

MARTES Y JUEVES (RELATO)

 

MARTES Y JUEVES (RELATO)

AGUSTIN GAJATE

Armiche y Fayna se conocieron a través de una red social. Compartían medio centenar de amistades virtuales y el algoritmo que manipula las relaciones entre los integrantes de esa comunidad le proponía insistentemente a él que la pidiera amistad. Un día que disponía de tiempo entró en su biografía y le parecieron interesantes las imágenes, ideas, pensamientos, reivindicaciones, noticias, fragmentos literarios y propuestas artísticas que invitaba a conocer en la historia cotidiana que relataba, por lo que se animó a poner varios emoticonos de 'me gusta' y 'me encanta' en diversas propuestas y enlaces, además de solicitar formalmente su amistad virtual.

No tardó mucho tiempo ella en responder afirmativamente, después de comprobar que coincidían en algunos gustos y aficiones y de poner también unos cuantos 'me gusta' y 'me encanta' a fotos, frases y artículos que él compartía con sus amistades virtuales. Durante meses se visitaron virtualmente y se pusieron mutuamente 'me gusta' y 'me encanta' a sus propuestas e incluso llegaron a compartir en sus respectivos perfiles las mismas inquietudes.

 

Armiche se encontraba saliendo de una relación de muchos años en la que ambas partes habían puesto todo el cariño y la voluntad que les había sido posible para que aquel idilio hormonal durara y funcionara, pero que los había dejado exhaustos y en la que desde hacía tiempo se había instalado una perniciosa rutina silenciosa, que había desembocado en una situación parecida a la que describe la famosa canción compuesta por Manuel Alejandro e interpretada por Rocío Jurado: “Se nos rompió el amor... de tanto usarlo”.

 

Después de un tiempo, el ya solitario Armiche se planteó enviar a Fayna un mensaje personal a través de la misma red social, para mostrar su interés en conocerla personalmente, ante el notable grado de afinidad que mostraban en sus respectivas inquietudes. Cuando se armó del suficiente valor, lo redactó y corrigió varias veces, se lo envió y esperó impacientemente una respuesta que se demoró un par de días y que lo dejó un poco frío, pero con algo de incierta esperanza. De manera concisa, ella le explicaba que en ese momento no podía concertar una cita con él, pero que en cuanto tuviera oportunidad contactaría y juntos fijarían un día, hora y lugar para conocerse personalmente.

 

Como en la canción infantil del barquito chiquitito que no podía navegar, pasaron un, dos, tres, cuatro, cinco, seis semanas y aquella cita no se llegaba a concretar. Hasta que se produjo el milagro deseado y ella le propuso quedar en una céntrica y concurrida terraza un martes por la tarde. No necesitaban llevar ningún elemento especial que los identificara, ya que ambos habían visto las fotos uno del otro y resultaba fácil reconocerse.

 

Un poco antes de la hora acordada llegó Armiche y se sentó en una mesa de la terraza. Un camarero se acercó a preguntarle qué deseaba tomar, lo que le provocó cierta inquietud: “¿Qué pido? –reflexionó en su interior– Si pido un café pareceré un viejo. Si pido un refresco, un inmaduro o un niñato. Si pido una copa o un cubata, un alcohólico. Si me ve con una cerveza, a saber qué pensará...”

 

- Estoy esperando a una persona –respondió–. Cuando llegue le decimos los dos, si le parece.

- De acuerdo –contestó amablemente el camarero, que con su década de experiencia en el servicio pensó para sus adentros mientras se dirigía a otra mesa: “Otro inseguro que viene a una primera cita”.

 

Después de un interminable y a la vez breve rato, la vio venir por un lado de la acera y la hizo señas con la mano. Daba gusto verla andar entre las mesas, con movimientos naturales, femeninos sin exagerar, pero con paso firme. Vestía una camisa blanca con falda de colores apagados entrelazados en motivos orientales y unos zapatos negros cómodos de medio tacón. Armiche se levantó a recibirla y se dieron los dos primeros besos de cortesía y reconocimiento en las mejillas.

 

- Me alegro de conocerte personalmente. ¡Por fin! –afirmó Fayna.

- Sí –sonrió él–. ¡Ya era hora!

- ¿Cómo estás?

- Bien. A ti se te ve estupenda, como en las fotos que subes a tu perfil.

- Muchas gracias. A ti también se te ve muy bien. Aquí y en las fotos.

- ¿Qué te apetece pedir para beber, para decírselo ya al camarero?

- Hace calor y tengo sed, así que una cerveza.

- ¿Normal o de algún tipo especial?

- Me gusta que sea un poco intensa, especial, con doble lúpulo, doble de malta o doble de todo. Jajaja.

- Igual que a mí. Jajaja. ¡Camarero! ¡Por favor! Nos trae dos cervezas especiales.

- Tenemos una gran reserva de barril –informó el camarero.

- Pues dos cañas de esa gran reserva –respondió Armiche.

- Será una caña para ti –rebatió Fayna–. Yo tengo sed y quiero una jarra.

- Pues que sean dos jarras –rectificó Armiche y tras marcharse el camarero le preguntó a Fayna– ¿Vienes fuerte esta tarde?

- Jajaja –rió encantada ella–. Ya me irás conociendo. Voy fuerte siempre y directa al grano. ¡Al pan, pan, y al vino, vino! Es mi carácter. ¿Te molesta?

- Al contrario. Me encanta. Me encantan las mujeres con personalidad.

- Me alegro. Porque dinero tengo lo justo para disfrutar de la vida y darme algún capricho, pero personalidad tengo para dar y regalar. Jajaja.

- Bueno, pero tranquila que yo también me defiendo y no voy a necesitar una transfusión de personalidad. Jajaja.

- Eso habrá que comprobarlo. Jajaja. Que a los hombres se les va la fuerza por la boca.

- Jajaja. ¿Y cómo quieres comprobarlo?

- Ahora mismo lo voy a saber, en cuanto te diga lo que tengo que contarte, ya que creo que no debemos perder el tiempo en intentar conocernos mejor. Ya tenemos bastante información el uno del otro a través de la red social. Jajaja.

- Me tienes intrigado. Jajaja ¿Qué me quieres proponer?

- Si eres sincero y todo lo que pones en la red social es verdad, no creo que te extrañe, pero si no es así vas a durar en esta mesa menos que la cerveza de la jarra que acaba de traer el camarero y que voy a comenzar a degustar.

- Adelante. Soy todo oídos –sonrió Armiche mientras miraba a los preciosos ojos mezcla de verde y miel de Fayna y su boca se acercaba a la jarra de cerveza para besar primero la espuma y luego sorber aquel delicioso néctar de cebada y lúpulo.

- Soy una mujer con las ideas muy claras y segura de mí misma –remarcó ella antes de tomar el primer trago largo de aquella intensa cerveza–. Como habrás visto en mi biografía estoy soltera, pero mantengo relaciones estables con varios hombres durante varios días de la semana. Ninguno conoce a los otros, pero todos saben que existen otros. ¿Qué tal vas? ¿Asustado?

- Por ahora no –bebió Armiche otro trago de cerveza sin dejar de mirarla a los ojos con una sonrisa a la vez pícara y cómplice–. Interesado en conocer toda la historia –apostilló.

- Todos ellos –prosiguió Fayna– son hombres casados que desde hace años no tienen sexo con sus esposas y no tienen más amantes o amores que yo, ya que con una vez a la semana conmigo les basta y les sobra para ser un poco más felices dentro de su anodina existencia. ¿Quieres que siga?

- Claro. No me dejes con la intriga.

- Pues de lunes a viernes ceno con cada uno de los cinco y después venimos juntos a mi casa a disfrutar del sexo. Algunas veces se marchan después a sus casas y en otras ocasiones se quedan a dormir hasta que yo me levanto a trabajar. Depende de ellos. A mi no me molesta ni me agobia que se queden, ni los echo en falta si se van. Mi cuerpo disfruta tanto del sexo como del sueño profundo.

- ¿Y por qué me cuentas esto? –interrumpió él.

- Porque ya tengo una edad, la que dice en mi perfil de la red social, que no miento en eso, y ellos también. Los cinco son mayores que yo y por esas casualidades de la vida dos de ellos se van a someter a sendas operaciones la próxima semana que los van a tener alejados de los juegos sexuales durante bastante tiempo.

- ¿Y has pensado en mí para sustituirles?

- ¿Tú solo a los dos? No te ofendas pero no creo que puedas. Te iba a proponer sustituir a uno de ellos y había pensado en otro amigo virtual para el otro.

- Ponme a prueba. ¿Qué días quedabas con ellos?

- ¡Que chulito te pones! ¡Me gusta! Pero luego no te me quedes con el rabo entre las piernas aullando lastimero. Jajaja. A prueba estás, no te me vengas arriba. Si fallas el primer día, si no das el nivel... se acabó.

- Acepto el reto, pero no me has respondido. Repito la pregunta: ¿qué días quedabas con ellos?

- Martes y jueves. Se trataría de quedar a cenar a eso de las ocho el próximo martes. Esa primera cena la pagas tú y luego nos iremos alternando si pasas la prueba: una noche yo y la siguiente tú y así sucesivamente.

- De acuerdo. Dos curiosidades: ¿Ellos saben que van a ser sustituidos? ¿Y qué haces los sábados y los domingos?

- La respuesta a la primera pregunta es sí. Todos saben la verdad excepto las identidades de los demás. Y respecto a la segunda te diré que el sábado lo dedico a ponerme guapa por el día y a salir con las amigas por la tarde y por la noche hasta que el cuerpo aguante. El domingo lo dedico por entero a ver a mi familia. Son los únicos días de la semana que no tengo sexo, pero me lo paso estupendamente.

- ¿Y qué haces cuando te viene la regla?

- Hace cuatro años que no me viene. ¿Decepcionado? ¿Soy demasiado vieja para ti?

- ¡Qué va! ¡Si yo te saco unos añitos! Mientras puedas disfrutar...

- ¡Esa es la actitud! ¡Me caes bien! ¿Qué me dices?

- Acepto encantado y es un honor para mí...

- ¡Adulón! Jajaja.

- Sólo te pido un favor.

- Tú dirás.

- No quedes con nadie para el jueves hasta que probemos qué tal nos va el martes. Me gustas de verdad y, si saliera bien, me encantaría repetir.

- ¡Míralo a él! Eres de los que se tiran faroles jugando al envite. No vale usar viagra ni ningún estimulante. Esta relación debe ser  totalmente natural. En mi cuerpo no hay nada artificial.

- Es más, subo la apuesta: Si en alguna ocasión quieres hacer un trío con otro hombre o mujer, cuenta conmigo.

- ¡Mira que listillo él! Pues que sepas que ya he probado ambos tríos y no me gustó la experiencia de ninguno. Así que conmigo solo habrá relaciones de pareja. Tengo la vagina y el ano pequeños y no me caben dos cosas juntas por la zona si no es con dolor y no soy masoquista. Y estar con otra mujer a mí no me aporta nada, sino que me distrae y también, por lo que pude comprobar, al otro. Así que ya lo sabes.

- ¡Oído cocina!

- Una cosa importante para mí. Si vas a tener relaciones con otras mujeres tienes que decírmelo. Tienes que ser sincero. Yo no te miento y no soporto la mentira y si te pillo una te dejo de inmediato y te bloqueo en la red social y en todas partes. Te pido que me lo digas porque no quiero que me contagies nada, por lo que lo haremos con protección hasta que me traigas un análisis de que estás libre de venéreas y demás mierdas. Luego todo será a pelo, aunque pelo por ahí tengo poco. Jijiji.

- Totalmente de acuerdo. Hace meses que no tengo relaciones con nadie. Mañana me haré los análisis y espero poder enseñártelos el martes.

- Sería estupendo, pero si no los tienes no pasa nada.

 

Armiche y Fayna siguieron conversando distendidamente sobre múltiples asuntos personales y sociales, tanto importantes como intrascendentes, hasta que vaciaron sus jarras. Luego pidieron otras dos más y siguieron hablando hasta que dieron las siete y media, cuando ella se levantó y le dijo que tenía que ir a casa a cambiarse para luego salir a cenar. Se dieron los números de sus teléfonos móviles y quedaron en estar en contacto por whatsapp para comentar cualquier novedad y organizar la cita del martes siguiente.

 

Quedaron en un reputado restaurante japonés de cocina de fusión, bastante caro, pero, como pagaba él, quería impresionarla y que la velada resultara inolvidable, que lo fue. Después de cenar fueron caminando hasta su apartamento, ubicado en un céntrico edificio de arquitectura vanguardista y decoración minimalista, al igual que el interior de su vivienda, habitada por un mobiliario a la vez elegante, sencillo, escaso y futurista.

 

La noche resultó excitante para ambos. A él le encantó que el cuerpo de ella vibrara con múltiples orgasmos y que los expresara libremente como los iba sintiendo. A ella le encantó que él se los provocara sin parar, que supiera aguantar el ritmo cuando tenía que ser pausado y cuando tenía que ser frenético y que siguiera dándole placer después de que se corriera, cuando la bandera ondeaba sólo a media asta pero capaz de provocar momentos muy dulces. Fueron horas de pasión compartida que los dejaron extenuados y dispuestos para un sueño gratificante y reparador. No recobraron la conciencia hasta que sonó el despertador a las siete de la mañana del miércoles.

 

- Tienes que irte –dijo ella zarandeando el cuerpo todavía adormecido de él–. Voy a ducharme, arreglarme, vestirme y salgo para el trabajo. Siempre desayuno, almuerzo y ceno fuera, aquí no tengo nada de comida. Sólo zumos y bebidas. Es por las cucarachas ¿sabes? Si no detectan comida no vienen.

- ¿Quieres que te espere para desayunar juntos fuera? –preguntó él.

- No –contestó ella–. Me gusta desayunar con los compañeros del trabajo.

- Vale –afirmó él–. ¿Quedamos el jueves? ¿Pasé la prueba?

- Jajaja –rió ella con gusto, se acercó y le estampó un beso sonoro en la boca–. Pasaste la prueba con matrícula de honor... Y sí, quedamos el jueves. Pero recuerda que tienes un contrato temporal.

 

Las noches de placer de los martes y jueves se fueron sucediendo de manera satisfactoria para ambos, hasta que el amante de Fayna de los viernes comenzó a tener problemas de salud y Armiche lo sustituyo. Poco meses después fue el del lunes y al año siguiente el del miércoles, que también fueron reemplazados por Armiche hasta ocupar toda la semana de Fayna.

 

Fue entonces cuando ambos decidieron suscribir, sin que lo supiera el otro, un contrato fijo de amor, sin palabras ni papeles de por medio, redactado sobre el sonido de su placer mutuo y con el silencio de las emociones y de los sentimientos compartidos nunca revelados. Pero ambos fueron conscientes del nuevo contrato en cuanto ella lo presentó a sus amigas y a su familia, que fueron los testigos de aquella unión imprevista y casi imposible, que trascendió al propio placer disfrutado durante años. Cuando éste comenzó a desaparecer de sus vidas fue sustituido por los recuerdos y un férreo afecto que les mantenía conectados en la cercanía y en la distancia, una especie de energía común procedente de aquellos vibrantes orgasmos que intercambiaban y que algunos tratan de encasillar en palabras como alma o espíritu, pero que desconocen el poder que tiene para vincular a las personas con el universo cuando sus cuerpos dejan de palpitar y pasan a formar parte de las historias, mitos, leyendas y relatos que no se cuentan ni se escriben.


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