SEIS AÑOS DE RAJOY. UN BALANCE LAMENTABLE
CARLOS ELORDI
El lunes se cumplirán 6 años. Mariano Rajoy lleva ese tiempo
mandando en La Moncloa. ¿Para qué? Es imposible encontrar una respuesta tajante
a esa pregunta. Porque su mandato no ha producido nada sustancial que marque el
devenir de España, como no sean los errores fatídicos que ha cometido en la
gestión de la crisis catalana y cuyos efectos determinarán muchas de las cosas
que pasarán en los años que vienen. Más allá de eso, que es la prueba más sólida
de sus graves limitaciones como gobernante, lo que queda es un país con
gravísimos problemas de fondo que la abrumadora propaganda oficial pretende que
se ignoren y sin perspectiva alguna de que algún día vayan a abordarse. Rajoy
ha gobernado al día, sin proyecto, sin ambiciones, únicamente preocupado por
mantenerse en el poder y por atender, para ello, a los intereses de quienes le
sostienen. Por eso España está mucho peor de lo que dicen los corifeos
oficiales y su futuro es inquietante.
El 20 de noviembre de 2011 el PP ganó las elecciones generales
por mayoría absoluta (186 escaños, el 44,63 % de los votos) y un mes después
tomó posesión el primer gobierno Rajoy. Su mandato duraría más de los cuatro
años previstos, pues estuvo en funciones durante 314 días, con dos elecciones
generales de por medio, las del 20 de diciembre de 2015, en las que el PP
obtuvo 123 escaños y las del 26 de junio de 2016, en las que logró 137, hasta
lograr la investidura en octubre de este último año. Ese ha sido seguramente su
mayor éxito político: mantenerse en el poder cuando todo parecía indicar que
había llegado el momento de que lo abandonara.
Pero lo cierto es que eso no ocurrió por mérito suyo, sino
porque esos 314 días los tres principales partidos de la oposición, PSOE,
Unidos-Podemos y Ciudadanos, no lograron un acuerdo para gobernar juntos, a
pesar de que echar a Rajoy de La Moncloa era uno de los lemas electorales de
todos y cada uno de ellos. Y hoy mismo, la desunión absoluta de la izquierda,
una vez que Ciudadanos se ha convertido en aliado del PP, es la gran baza
política de Rajoy, lo que le permite gobernar como si dispusiera de mayoría
absoluta. Y a menos que un milagro lo remedie, puede que sea también el
argumento, tácito o expreso, que le dé un nuevo mandato tras las próximas
elecciones.
Rajoy ganó en 2011 porque la desastrosa gestión de la crisis
económica y social por parte de José Luis Rodríguez Zapatero le puso el triunfo
en la mano sin hacer grandes esfuerzos ni inventar nada que ilusionara al
personal. Luego, cuando la crisis arreciaba y hacía que el índice de desempleo
superara el 27 % de la población, con 6 millones de parados a mediados de 2013,
salió adelante. No porque se convirtiera de repente en un líder carismático en
el que la gente creía a pesar de todas sus desgracias, ni porque encontrara
fórmulas originales y eficaces para hacer frente al desastre. Sino porque tuvo
la suerte de que España estaba en Europa, en esa Europa a la que Rajoy nunca
había prestado mucha atención. Y porque Europa no podía permitir que España
terminara como había terminado Grecia, porque eso habría acabado con el euro y
quien sabe si también con la Unión.
Y la UE, con Angela Merkel a la cabeza cobijó a Rajoy y dirigió
sus pasos. Simplemente porque no tenía más remedio. Permitió un rescate
bancario que no cumplía con las reglas comunitarias porque tenía que evitar que
España entrara en suspensión de pagos. Toleró que el gobierno español
incumpliera sus compromisos de déficit. Y tragó con que el Banco Central
Europeo abriera el grifo del dinero y proporcionara liquidez prácticamente sin
límites a nuestro sistema financiero, aunque es cierto que también al italiano
y al portugués, entre otros. Y en eso sigue.
Como los precios del petróleo, que se mantienen en niveles muy
soportables, y sobre todo que no crecen, desde hace unos cuantos años. Ese ha
sido otro gran aliado de Rajoy, otra de las claves del crecimiento del PIB que
se registra desde principios de 2014. También la crisis política de buena parte
de nuestros competidores mediterráneos, que ha dado alas a nuestra industria
turística. Pero por delante de todas ellas algo que nunca figura en un lugar
destacado de los análisis oficiales y que ocultan sistemáticamente los medios
de comunicación fieles al presidente y sus estrellas: el formidable
empobrecimiento de una parte sustancial de la población española, el descenso
sistemático de los salarios, la ruina personal y social de millones de jóvenes,
postergados por la falta de oportunidades para insertarse en condiciones en el
mercado laboral. El crecimiento del PIB se ha producido también gracias a eso.
La crisis golpeó a los más débiles, aunque sectores no
despreciables de las clases medias también se vieron muy golpeados por ella.
Rajoy ha hecho algo por estos últimos, pero nada por los primeros, salvo
agravar su situación mediante extraordinarios recortes del gasto en servicios
sociales que tienen toda la pinta de seguir ahí todo el tiempo que haga falta.
Por el contrario, el presidente del gobierno se ha ocupado a fondo en que los
más pudientes estuvieran contentos con su gestión. Recortándoles los impuestos,
concediéndoles una amnistía fiscal y sobre todo protegiendo sin límites los
intereses de los bancos y de las grandes empresas, manteniendo todo tipo de
apoyos fiscales y subvenciones, tolerando prácticas oligopólicas y haciendo
todo lo que podía, entre otras cosas poner mucho dinero, para que no se
marcharan las multinacionales, que hoy por hoy controlan lo sustancial de
nuestra industria.
El balance la economía de Rajoy no es por tanto precisamente
ejemplar. El político, tampoco. El ridículo que hizo con la ley Wert para la
educación y con la de la reforma del aborto de Ruiz Gallardón, desastres que se
atribuyeron a esos dos personajes, pero que Rajoy autorizó, son algunos
ejemplos de las meteduras de pata de estos seis años pasados.
Hay unos cuantos más. Pero Catalunya se lleva la palma a la hora
de enumerar sus errores. Ningún gobernante podía haberlo hecho peor. Primero
provocó la radicalización del nacionalismo, presentando y manteniendo el
recurso ante el constitucional sobre el Estatut. Luego se negó estólidamente a
negociar. Ni siquiera en el último minuto, cuando era evidente que era eso lo
que querían los independentistas. ¿Sólo por motivos ideológicos y por la
presión de su derecha y del nacionalismo español? ¿O también porque él no sabe
negociar, porque nunca lo hecho, porque él se ha movido en política únicamente
colocándose a la espera de las oportunidades, nunca provocándolas con un mínimo
de coraje?
Ahora el mal está hecho y no va a tener remedio en mucho tiempo.
Y veremos hasta qué punto la crisis catalana afecta a todo el conjunto del
entramado económico e institucional de España, que puede ser mucho. Por el
momento, se puede decir que los independentistas han demostrado ser unos
políticos de muy baja calidad y que su causa, que emocionalmente hasta puede
ser entendida, estuvo siempre mal planteada. Pero la culpa de un desastre la
tiene siempre el que detenta más poder para evitarlo o para paliarlo. Y en este
caso esa persona se llama Mariano Rajoy.
Es seguro que para muchos españoles nada de lo anterior marca la
de nuestro presidente del gobierno, sino que el signo indeleble de su gestión
es su comportamiento ante la corrupción de su partido, y puede que hasta de él
mismo. Y es posible que tengan razón. Por varios motivos. Pero sobre todo por
uno. Porque las prácticas corruptas y la falta de respuesta a las mismas por
parte del PP y del gobierno a lo largo de demasiados años han envilecido la política
y la vida pública española hasta el punto de que ya parece imposible que
vuelvan a un mínimo aceptable. Eso también está en el balance de estos seis
años de Rajoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario