LA SOLEDAD...
DUNIA
SÁNCHEZ
Retorna al hallazgo de rocas negras que el mar traga en la espesura
de las estrellas. Mira el horizonte, ese cielo que oscuro con las velas
encendidas al ritmo que rumor de las olas la invitan a ser parte de él. Esta
sola. Sola y la naturaleza. La naturaleza y ella. Soñaba despierta con el
letargo de la isla. Se le hacía pequeña y quería ir más allá. Más allá del
oleaje sereno que había esa noche. Ahí había una pequeña barca. Una barca que
la invitaba a navegar por ese manto oscuro mecida por sus sueños. Cuando se
halló lejos de la costa, en ese punto donde solo la brisa entona una canción,
se detuvo. No quiso ausentarse más de la isla. Tiró los remos. Y allí se quedo
con el respirar hondo que llega al alma.
Ella:
Aquí estoy. Aquí estamos. Mi espíritu y yo. En medio de la paz. Del incansable
ronronear de las mareas. Acunada por olillas de tersas espumas blancas que me
dan cierto aliento para seguir. Para seguir en esta vida.
Cachalote: Sí, estás aquí. En mezcolanza con las estrellas marinas y los
astros que abogan por ese tiempo
perdido en tu vida. Vienes a recuperarlo con la luces de la atmósfera que
suavemente muerden tu conciencia.
Ella: Tú que
me hablas. Dime que será de mi destino. Un destino incierto que se condena al
silencio de mis manos, de mis ojos, de mis caricias por este mundo.
Cachalote: El que
tu marques. La espera ha sido muy larga, muy larga. Y caes bajo la gravedad de
tormentas sobre tus sienes. No has completado tu ser en esta vida. Te falta
amar, amar ¡Ay de ese amor¡ No te atreves, no se atreve. El temor es causa que
te abstiene a ser mujer libre de las cadenas que presan tus venas.
Ella: Sí ¿Cómo
decírselo? ¿Cómo hablar para que mis palabras no sean signo de negatividad sino
una fuente por la que corre libremente el agua que he de beber?
Cachalote: Déjalo venir.
Todo viene. A un paso lento que es fuego que alumbrará tu corazón. Regresa a la
orilla. Aquí sola, aislada no tienes nada que hacer. Solo disfrutar de la madre
naturaleza cuando todos duermen. Vendrá. Seguro. Con sus caricias y besos, con
sus palabras y silencios.
Deja la barca. Bucea y nada
hasta la orilla. Allí se extiende desnuda con solo el abrigo de las rocas. Se
sienta y mira el firmamento. En su travesía los astros se han evaporado y
aparece el broncíneo del amanecer. Los observa y se siente dichosa. Que
cambiante es el reino natural. Es bello. Es hermoso. Es lindo. Se mira a sus
manos. Manos vacías a lo largo de los años. Y una lágrima cae sobre ellas.
Quema. Sus sensaciones son extrañas. Todo sigue igual. Pero ha rejuvenecido su
alma. La pesadez de su cuerpo se levanta y se aproxima al acantilado. Quiere
escalar. Sí subir a lo más alto. Y lo hace. Sangra pero lo logra. Consigue esa
cima en la que se ve toda la ínsula. El mar, las olas, las rocas, el amanecer.
La soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario