ECOLOGÍA SIN METÁFORAS.
EDUARDO
SANGUINETTI.
Hace un par de años, en Río de Janeiro se llevó a cabo la Cumbre
de la Tierra: Eco, donde asistieron representantes oficiales de 179 países así
como de organizaciones no gubernamentales. Lo tratado en dicha Cumbre se dio a
conocer en todo el mundo por las grandes agencias de noticias del mundo, de las
cuales surgieron los siguientes resultados: Ochocientos millones de
hambrientos, 1.700 millones de personas en pobreza extrema, 954 millones de
adultos analfabetos y 2.900 millones de personas sin saneamiento básico, son
una prueba. Cincuenta millones de enfermos o contagiados por el virus del sida,
tre millones de muertos por tuberculosis, dos millones por malaria cada año y
millones de adolescentes que acuden a la droga y se prostituyen a instancias
del poder político-mafioso, son otra prueba. Quinice millones de niños menores
de 5 años morirán este año por causas evitables, lo que además de una prueba
adicional es un crimen, a no dudarlo estimados lectores. Esto está relacionado
con la ecología y el medio ambiente para que todos tengamos el derecho a vivir
en una Tierra para todos en salud mental y física, y no en una Tierra
contaminada por toda la basura acumulada, la que emerge de las fábricas
contaminantes y las que surgen de los negociados a favor de la droga, la
prostitución y el hambre de millones de seres en este mundo.
Denunciar únicamente el vertido de desechos es no querer ir a la
raíz del problema, es una pantalla del real conflicto en el proceso
industrial-contaminador. Para la Ecología Social, el análisis transita por otro
andarivel, porque no es lo mismo desarrollo que calidad de vida. El círculo de
la contaminación es infinitamente más amplio, donde las responsabilidades y
complicidades políticas-empresariales se amalgaman. Por esta razón observo con
espíritu crítico, y mantengo distancia, con los aspectos cosmetológicos de
personas o grupos dentro y fuera de la Argentina, acomodados cada uno en su
pequeño espacio de poder, haciendo creer que se están ocupando por un ambiente
sano, cuando en realidad lo estructural no se quiere modificar. Es que el tema
ambiental es un buen negocio para muchos. Así como los presos son necesarios
para dar sentido a jueces, abogados, policías, servicio penitenciario. Los
residuos, el reciclado, estudios de impacto, las consultoras, dejan pingües
utilidades a sus actores. La ecología social no ingresa al negocio de la
conservación del planeta.
La Argentina tiene 40 millones de habitantes. Una superficie de
tierra donde una sola provincia albergaría a Holanda e Italia. Suelo en líneas
generales no demasiado contaminado. Mucha agua y energía. Riquezas naturales
renovables y no renovables para envidia del mundo. Que 15 millones estén en la
línea de pobreza, que haya entre un 25 y 60% de desocupación y subocupación,
que 60 niños se mueran diariamente por enfermedades producidas por la pobreza,
que los viejos tengan una doble muerte: la cronológica y la social, que los
jóvenes incurran en la droga y el alcohol por desesperanza y falta de amor. Que
miles de mujeres mueran por abortos clandestinos y que la deserción escolar
llegue al 50%. ¿No les parece que son cosas muy pesadas para dejar de lado
cuando algunos se autotitulen ecológicos porque despetrolaron un ave, o
plantaron un cartel denunciando que tal empresa contamina? ¿Es factible salvar
las ballenas colocando solamente una calcomanía en los autos o aportando una
cuota a una institución ambientalista?
En tal sentido no dudo en afirmar que hablar de ecología a
secas, sin la variable social, es el lenguaje de quienes viven de su renta.
Estar sano es ser feliz, señalé hace unos años ante representantes de la OMS en
un congreso en la ciudad de Sydney. La salud, ha quedado bien demostrado, no se
mide por la ausencia de las enfermedades. La salud es un perfecto ecosistema en
el que intervienen variables bien definidas. Para mí la medición de esas
variables se determina por las condiciones materiales de existencia, la
relación armoniosa del sujeto para consigo mismo y su vinculación con los demás
miembros de la comunidad. Y necesariamente debemos hablar del perfecto
equilibrio que se da en un ecosistema. Si el pueblo disfrutara plenamente, y el
placer reinara en todo lo cotidiano, no serían necesarios dioses, ni el deseo
de perpetuidad, ni la contracción al trabajo alienado. No es muy difícil
comprender entonces, por qué la Iglesia Católica desde sus inicios, combate y
reprime al placer como instrumento de control ideológico. ¿Amar produce a veces
sufrimiento? ¡Claro que sí! Pero ¿quién quisiera la existencia sin esa
“neurosis” excitante y vital? Y en este devenir, es posible que en el sistema
sin jerarquías ni clases sociales, que irremediablemente deberemos construir
hacia el logro de una sociedad justa e igualitaria, podamos volver a la
naturaleza, sin desechar la computadora o la televisión, desde una tecnología
con rostro humano, para intentar reconstruir la felicidad que a lo mejor, en
tiempos remotos, los humanos supimos tener.
Eduardo Sanguinetti, Filósofo Rioplatense
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