jueves, 10 de abril de 2014

(EL LAGO)



(EL LAGO)


DUNIA SÁNCHEZ



Cuando las nubes cenizas eternas estáticas son cumbre de la bóveda celeste ella miraba a ese animal deforme como a la conquista de alguna estrella fugaz navegante del nocturno para conquistarla, para capturarla y guardarla bien bajo su corazón. No se sabía por qué sus jornadas eran eviterno desabrigo de la palabra. Solo el canto de algún ave de la noche en plena cacería la despistaba de sus pensamientos. Noche oscura, noche donde su guarida una casa de noble maderas humildes la abrigaba de la intemperie. Desde su ventana divisaba el lago, ese lago que con las nubes quietas y una brisa que no resaltaba su presencia era se podría decir que infinito. A lo lejos montañas de negro pintando el horizonte con el hermoso de sus perfiles, a lo lejos esa ciudad que tanto añoraba ¿qué habría en ella? Solo pequeñas cartas se la describían. La primavera ya entraba, era simiente de pétalos de arco iris que al amanecer tiznaba tierra donde se hallaba. En el centro de un lago apartada de la sociedad cuando llegó a la adolescencia. Sabía leer, de matemáticas lo suficiente para después una existencia en aislamiento. Solo una de las cartas que leía una y otra vez en ese viejo baúl era mensaje del por qué tenía que vivir separa de todo contacto humano. Dudaba y entendía a la vez. En este cavilar el sueño aprieta y se deja ir por el largo pasillo hasta su mundo. Esperaría otro despertar, el paso del tiempo inexplicable tal vez le ofreciera alguna razón.

      Y el despertar es sonoro ronroneo en el lago. Dorados peces que con las primeras dianas solares sobrevuelan la profundidad de sus transparentes aguas, nubes que se agotan con el vientecillo mañanero y sábanas que caen cuando su cuerpo es movimiento, se estira y de sus ojos bosteza un nuevo día. Un nuevo amanecer donde torritas nubes del nocturno han huido. Como siempre, como todos esos esbozos al alba , con 30 primaveras arrollando sus castaños cabellos se alza, es caricia de su cuerpo empezando por su liso vientre para alargar sus jóvenes manos a sus senos. Senos vírgenes, senos que la llevan a sus labios intactos por otros labios. Sus ojos rozan tímidamente el espejo de esa habitación y le habla, le habla, del amor, por ejemplo. Excomulga su cuerpo de la pereza, se ciega ante el espejo y se yerta ante ese viejo baúl bajo la ventana. Esa ventana de cristales rotos. Por ella entra el influjo de la brisa mañanera, por ella con las cortinas alzadas al son del vientecillo puede observar un viejo roble quebrado en tiempos pasados. Le gusta ese instante. Un haz de luz incidiendo en su rostro, en su cuerpo desnudo y vaivén de la brisa temprana. Ya se encuentra absolutamente despierta y se dobla para abrir el baúl y releer la carta. Tras cogerlas con lágrimas en sus mejillas se sienta en la cama
                “ Querida hija:
Siempre será difícil el vernos de nuevo. El compartir aquellos momentos de gran felicidad cuando tu viniste al mundo. No sé que motivos darte. Solo decirte antes de darte una explicación que tu abandono es motivado por protección en un lugar inconquistable por los humanos. Decirte que te quiero”
  Este primer párrafo, la sumía en una cierta tristeza. Ese adiós que la desterraba de todo. Intentaba llegar a la última imagen de su padre. Pero el no estuvo en aquella despedida. Su madre desapareció no más que nacer ella con una honda depresión producida por el parto que la llevo a una borrasca eterna. No la quería. Mujer refinada, mujer adusta y de belleza sin igual ante los hombres. Traerla a ella a este mundo la impregnaba de astillas colmadas por celos. Quería libertad, ser ella la única amada por su padre. Las palabras de su padre ante aquellos absurdos celos y envidias las rememoraba ahora. El no podía salir, asistir algún lugar aunque fuera un pequeño paseo por los alrededores. Tampoco a trabajar. Cuando quedo en estado todo se pronunció más vertiginosamente llegando incluso a la idea obsesiva de asesinarlo. Iba a toda clase de curandera para que le diera ese brebaje que le permitiera abortar, se daba y golpes en su estómago que no la llevaban a nada. Ella tenía que nace. En este tiempo el país entraba en conflicto repercutiendo la seguridad de cualquiera. Y nació, pero la salud de madre iba empeorando. Varios médicos la examinaron extrañados el no saber el por qué de ese declive de la salud. El veredicto final fue algún veneno injerido cuyos efectos secundarios la llevarían a la tumba. Campos de cipreses barruntaban aquella casona. Los médicos le explicaron el por qué el empeoramiento de su salud, de su caída. Ante ello ella, su madre, acometió la más bárbaras y sucios arañazos ante el error que había realizado. Culpo a su padre. Por ello tuvo que huir, hombre buscado por la ley, por la injusta ley.
    En sus vagos pensamientos la jornada iba tomando más energía, un sol que se columpiaba con el primaveral aroma de las flores. Las montañas tomaban restos de nieve en sus cimas, gris en su cuerpo y verde en sus faldas. Un verde oscuro que ella saboreaba en ese momento que su mirada se perdía a través de los cristales de su ventana. La brisa era calma, el tiempo quieto y el rebozar de los pajarillos daban un ambiente de paz, de serenidad. Después sus ojillos se perdieron de nuevo en la carta, esa carta que tanto… que tanto guardaba en su corazón, en su corazón…
   “ Te he dejado aquí porque a mi me acusaron de homicidio. Culpa de aquel ser telúrico que fue tu madre y sus amistades, sus amantes, que más da. No deseaba yo que te acogiera su rica familia donde todas las culpas, todos los aguijones también te cercarían. Por ello cuando cumpliste 15 primaveras tuve que alejarte, protegerte sin más. Hacer como si no existieras ante una maza rompiente en tu vida. Ella sobrevivió aquel estado de gravedad pero yo ya era y soy el hombre más buscado del país. Ella para ti no más que sería un látigo de tachas hacia tu esencia frágil. Por ello cuando mi huida estaba ya muy próxima a mi fin tuve que alejarte, esconderte ante sus garras abrasantes. Te deje con solo el goteo de una luna y un sol que bien te mimarán cuando la soledad te invada. Me quede cabizbajo, insatisfecho. Pero, dime ¿qué podía hacer? No quería tu sufrimiento. Mas vale a veces estar solo  en esos ríos pacíficos del silencio y aislamiento que desembocar entre agujas que te esclavizarían, que te torturarían, que te harían sufrir. Espero que lo entiendas. Que me perdones por no estar contigo en ese lugar donde la conversación es rienda del desierto. Todo es para tu seguridad. Ya te llegará algún mensaje de esos amigos cuya amistad y fidelidad son inquebrantables. Se despide, Tu padre. “ 

      Sus mejillas son brumas de las lágrimas, son eco de un retorcido mañana intocable. Ella recuerda, si recuerda ese último día cuando una estación la separó del mundo de los vivos, de ese mundo donde los celos y el engaño la distanciaron a ese lago. No sabía a donde se dirigía solo estaba acompañada por el más digno y honesto amigo de su padre. Se subieron al tren atravesando  montes y verdes praderas que la inspiraban en que perfecta es la naturaleza. Era invierno pero las primeras nevadas aun estaban ausentes. Todo lo que se movía era enigmático ramificado por esas vestimentas apagadas de la estación. De su acompañante solo podía distinguir el mar azul de su mirada. Una mirada que se envolvía en la seguridad, en la seriedad pero con un toque de misterio le resultaban a ello inexpresivos.
-       ¿A dónde vamos?
-       Se te ha prohibido preguntar pequeña.
Prohibir su pregunta. En el vacío de ese vagón y solo el ronroneo del tren cuando es cauce de sus raíles la dejo un poco de malhumor.
-       Solo es curiosidad. No sé aun tu nombre.
-       La curiosidad destiñe tu belleza. No puedo hablar.
-       No es curiosidad señor. Todo esto me parece extraño, este viaje…¿Por qué no se quita la bufanda? Estamos los dos solos en este departamento y tanto frío no hace.
-       No, no puedo. Solo soy tu guardián.
 “ Mi guardián” se quedo pensativa ella con esa palabra. ¿Guardián de que? ¿Guardián por qué? Ya afuera la atmosfera tomaba un gris cerrado, la marchito del día era visible clareando así más lo verde del paisaje.
-       Solo decirte que guardo promesa a tu padre y tu guía para esas nuevas tierras donde te vas a mecer.
 -¿Por qué?-inquirió ella elevando más la voz- Tengo derecho a saber a donde voy, a donde vamos.
 El grito de ella se había echo largo, tan largo que uno de los trabajadores de servicio entró sin permiso previo.
-       Pasa algo señor y señorita-
-       Nada-comento ella sonriente- Soy yo que a veces alzo la voz un poco más de lo normal.
-       Pues disculpe por mi intromisión.
-       No, no se disculpe. Ha hecho usted muy bien. Siempre hay que vigilar y estar atento por lo que pueda ocurrir en el tren.- dijo el con tono sereno.
-       Hasta luego señor y señorita. Si necesitan algo no duden en llamar.
 Cuando hubo salido el operario él miro fijamente a ella por su rostro iba subiendo una espuma densa y roja hasta sus ojos.
-¡Lo ves¡-enojado-Has provocado que alguien pase a esta sala y ello puede ser peligroso aunque solo fuera un trabajador ¡No preguntes más¡
-No se enfade pero es que este viaje…
-Ya lo sabrás cuando llegues. No te preocupes por ello.
   Explicaba el a ella. Ya en esas palabras se denotaba un cierto aire de tranquilidad, sus ojos habían vuelto a la normalidad. Ella miraba a través de la ventana había comenzado a anochecer, un nocturno estridente con el rugido de la locomotora.
-       Admiras la naturaleza jovencita. Observa como la tierra es de un negro exquisito ¡Tan relajante¡ ¡Tan pacífico¡ 
-       No, no la admiro. Todo es oscuridad
-       ¿Oscuridad? Crees que solo hay oscuridad en ese paisaje que se va grandioso patrimonio de la madre tierra. Estás equivocada. Pero no importa, ya aprenderás a amarla cuando la tristeza y la soledad se haga hueco en ti. Ahora no lo entiendes pero la naturaleza esos montes azabaches que persiguen nuestra mirada con la rapidez de este medio de transporte es censura de la muchas penalidades. Ella en el mañana te invitará a ser cascada bajo la sombra de sus cumbres, de sus flores, de sus arboledas. Nunca te abandonarán, ni te eclipsarán como ave del frescor de tu juventud. Te acurrucara en el regazo de su santuario cuando mires al firmamento y sientas que esos astros son los más hermosos ojos que te pueden mirar.
-       Por qué no vamos a tomar algo, como los otros.
-       ¡No¡ No me escuchas. Siempre haces cosas que pueden ser peligrosas para ti, para tu padre. Nadie nos puede ver podría levantarse una especie de chismorreo cuando nos bajemos y tu ya sabes como son los cuentos se despliegan y son camino de los que quieres que no se enteren.
-       
-       ¿Es que acaso estamos huyendo de algo? 
-       Es que acaso tú no sabes que es mejor guardar la distancia entre desconocidos. Ser vacío de sus fugaces miradas.
-       ¿Qué ocurre? No comprendo
No entendía nada, su razón serpenteaba como aquel ferrocarril en la invisibilidad del significado de sus palabras.
-       Tus ojos muestran decepción, preocupación. No ocurre nada pequeña. La gente con sus máscaras y disfraces pueden a veces hacerte daño, mucho daño. No te fíes de las apariencias. Con esto quiero decirte que no saldremos de esta cabina hasta llegar a la estación.
-       Solo entiendo que de ser un disfraz, alguna imagen difuminada e irreconocible para otros.
-       Exacto muchacha.     

Ella guardó de nuevo aquella emotiva carta. Una carta entrañable y que la alojaba en los ecos de la añoranza. El perfume de su padre era aun presente y con el todo su ser. Miró de nuevo por la ventana, se distinguía un horizonte pleno en celeste pero roto por unas nubes plomizas que se iban extendiendo.
      “ Hoy habrá tormenta. Ello, me vestirá bajo este techo hasta que la calma llegue. Todo se estremece a lo largo de un trueno que se acerca, que se aproxima  a este lago donde mi ser yace en soledad. A veces una soledad magnífica, es tan lindo todo esto…, tan perfecto. Lluvia, agua que cae en el movimiento recto de su frescor, de su sabiduría sobre rocas inanimadas donde que dejan correr su cuerpo. La necesidad me llama cuando un relámpago a lo lejos es llama del amor. La necesidad de amor. De ser amada en el circular de los días. A veces en este destierro provocado parezco morir. Si, morir”
   Ella cierra la ventana no quiere ser consciente de esa tormenta que la embarga en nostalgias, en deseos imposibles. Acaricia la cortina y en su borde cuidadosamente con sus yemas besa las letras que están inscritas “ Te quiero Rosam. Tu padre”.
“Quizás nos volvamos a ver y podamos retomar la aventura de ser padre e hija que reconstruyen su vida, su vida”, se dijo para si misma.
 La tormenta continuaba su carga y  ella en un rincón donde se hallaba su mesa y una silla se sentó. Como siempre, como todos sus despertares recurría a su diario.
“ Día 26 de octubre. Hoy he despertado como otros tantos días explorando la esperanza. Y me pregunto  si alguna vez seré mano de otras manos. Son tantos años…La soledad es almohada que me recoge en mis sueños. Sueños ya vagos que no se aventuran a la verticalidad de ser palabra a otro ser. La lluvia cruje en mi ventana, cada gota es como si erupcionará la ilusión de alguien tocando a mi puerta. Pero nada, la nada sigue ahí. La siento cimbrar en mis venas. Por qué hacer girar la llama de la esperanza alrededor mí. Que será, que será. Siento frío, un frío interior que me evoca a la tristeza. La espera es tan larga y todo tan lejano. Los deseos se me vuelcan y la contradicción emerge como algas que me atrapan en la profundidad del adiós. Si volviera a la civilización me sentiría extraña. Ello me obliga a ser estática ave que no desea emigrar ¡El temor¡ ¡El miedo¡ De ser mirada de otra mirada. Se fuerte, me digo. Y alzo el reverder de mi espíritu en este lugar. Este lugar donde la naturaleza me acompaña, me aconseja ser vertiente de la paciencia, de la calma. Y llorar y llorar. Tengo tanto dolor. No se como anoche como otras tantas me han dejado un paquete ¿Quién será? Será aquel hombre de ojos claros que iba en el vagón conmigo. Periódicos atrasados, comida ¿Por qué no se deja ver? A lo mejor es mejor así. Dudo. La duda me inyecta ilusiones. Espero que no sean vanas. Me hallo desorientada. Presiento que alguien me protege, un alma invisible que proyecta en mi mente la no desesperación, el arraigo  a la vida. Mis palabras siempre tienen la misma tonada. Un mismo color que desencadena al derrumbe ¡No¡ No me caeré por el vertiginoso  rumbo de las lágrimas. Seré uniforme al paso del tiempo, del tiempo ¡Qué cansada estoy¡ Es dolor, es la pena, es la nostalgia. Respiro hondo, muy hondo y no hallo explicación para seguir con esta existencia. Me imagino hundiéndome en ese lago, ese lago cual me vigila noche y día, día y noche. Con mis ojos cerrados. Con mi cuerpo desnudo.”
   Cada palabra escrita la revitaliza a ser energética balada de su verticalidad. La tormenta toma el sosiego y se aleja a otras tierras con sus truenos y relámpagos. Se asoma a su ventana y la hojarasca esparcida y embarrada la invita a pasear, a pasear por las mismas huellas de jornadas anteriores. Ahora con la humedad latente, ese frescor, ese aroma a musgo. Su pisada. La bóveda celeste manantial de un sol que embellece más ese lugar.
     Retorna de nuevo a ese vagón, ese vagón desnudo de gente. El supervisor toca, abre.
- ¿Desean algo señor y señorita?
- Pero es que usted no sabe esperar a que yo le la orden de entrar.
   El hermetismo era sombra que bordeaba aquel caballero acompañante de mi viaje, de ese viaje incierto.
-       Lo siento señor, no quería molestar. Es la costumbre. Es que a lo mejor a la señorita le apetece algo. Son muchas horas…
-       No se nos apetece nada y haga el favor de no molestar más.
Un sudor  de nerviosismo invadía al revisor. A través de su mirada se adivinaba un cierto aroma de desorientación. ¿Qué hacer? Cerró. Sus pasos con la estridencia del tren eran pesados, plasmados en el descontento y desconcierto.
-       Que pesados son. Sé que es su obligación pero las condiciones de este viaje no nos permiten dar confianza a nadie. Me siento de malhumor, no me gusta tratar a nadie así sea cual sea su cargo. ¿Quieres comer algo Rosam? He traído algo por si la fatiga aparece.
-       No. No deseo nada . Me hallo bien. Este viaje es muy largo y a donde quiera que vayamos estoy deseando poner los pies en tierra.
-       Como que no quiere nada. Debería comer algo. Sabe que el nutrirse salva a las almas de esa prolongada tortura de los pensamientos. Si usted no come desfallecerá y eso le provocará un cierto nerviosismo. Ande tome algo.
Se fija ella en al comisura de los labios de aquel hombre, agrietados, ya sea por frío o por el avance de los años. Tenía una curiosidad atractiva ¿Cuántas mujeres lo habrían besado? Y su voz, ¡ay su voz¡ con esa serenidad contundente ¿a cuantas habría embelesado? El se dio cuenta, se da cuenta de que estaba examinándolo, sabe que ella se encuentra desorientada, desconcertada, dudosa para ese destino solo conocido por el. La pesadumbre por un momento hizo mella en sus pensamientos y insuflo un pequeño suspiro. Ella seguía explorándolo ¿Qué le pasará?, se preguntaba y noto cierta tristeza en sus ojos. Miró de nuevo por la ventanilla la oscuridad era tal que no se distinguía nada. Con las horas le llegó y el ronroneo de la locomotora le llegó el sueño. Se quedo dormida. El la observaba mientras explosionaba palabras de esperanza “ Ojala tengas suerte. Suerte en ese allende territorio donde la luna será tu centinela cuando la noche cae, donde el sol te vigilará cuando esta se acueste.  Ojala sepas sobrevivir en ese lugar donde la arboleda será tu fortaleza y las montañas esas murallas impenetrables por cualquier ser humano. Las flores te mimarán y serás libre. La naturaleza te guiará a ser mariposa que jornada a jornada ira creciendo con su aroma, con la fragancia de la esperanza. No estarás marcada como tu padre, nadie posará una mano sobre ti. Pobre hombre ¡Ay¡ Otro suspiro que despertó a Rosam. Lo miro pero sus ojos ahuyentaron las lagrimas que le caía aquel hombre por las mejillas y se acorraló en el eclipsar de sus párpados. Intuía, no solo intuía, sabía, que algo pasaba y ver un hombre llorar no era normal.
  Pensar y pensar así afloró tras la lluvia fuera de su techo. Recuerda muy bien ese hombre, su voz rumiaba ahora en su cerebro. Se detuvo olfateando esos algodones plúmbicos que rondaban en el horizonte del lago. “ Solo horas me quedan para ser caricia de mi cosecha que supongo que estará todo destrozado con la que acaba de caer. Me da igual. Mañana renacerá un nuevo estallido otoñal y el primor del sol me dará fuerzas para hacerla resucitar después de la destrucción”. Se echó a andar en dirección a su huerto. Un huerto encharcado pero aún así pudo recolectar algo. La tormenta no había sido tan fuerte. Unas lechugas por aquí, unos tomates por allá. Inspeccionó el lugar y los charcos abundaban. Pero pudo recoger. En una cesta se lo llevó a la cabaña y lo depositó sobre la mesa para otra vez salir. A zancadas se introdujo en la masa arbórea dejando al lago solo, sin el aliento de su presencia. Recolecto unas cerezas pues ese lugar abundaban los cerezos. Húmedas, frescas se introdujo una en la boca. La saboreó con el eclipsar de sus párpados. Respiró profundamente y ese sabor entre agrio y dulcen la meció en la dicha por unos instantes. Se pregunto por el amor, ese amor que nunca había vista, palpado o sentido. Como besaría ella, ni se lo imaginaba. Como sería su acaricia si nunca había sido calidez del ser humano. No podía responder a sus interrogantes. No podía asimilar como sería sus palabras si algún día se encontraba con un ser de su especie. Retorna al lago, ese lago que la abraza ahora que los dorados rayos salen a flote, como a flote sale ese ferrocarril que la llevo a ese destino.
-       El tren se ha parado pero no observo sombra alguna afuera.
-       Es para retomar combustible. Todavía queda. Pero venga tenemos dos horas para estirar las piernas.
-       Como que estirar las piernas. ¿Es que vamos a salir? Me extraña.
-       Si, vamos a salir. Necesitas coger un poco de aire fresco además no has comido nada. Esto nos despejará la cabeza. Creo que el día de hoy esta resplandeciente.
    Y salieron, bajaron de aquel vagón con el impacto fugaz de los rayos solares. Un enjambre de pasajeros ya había descendido de esa masa de hierro y carbón. Muchas horas, muchas horas en la penumbra de una luz que ahora era natural. No tardaron mucho en adaptarse.
- ¿Dónde estamos?- preguntó ella al paso de él.



  Miró al horizonte, arboledas de un verde intenso, de un verde negro se proyectaban ante ella. El cielo era de un celeste coloquial cuasi invitando a cualquiera a saludar al mundo. En la estación no había nada, nada de nada es como si hubiese un viaje a través del tiempo. Si un viaje a un lugar que por muchos siglos no hubiese sido tocado por nadie y por nada. Una brisa ligera levantaba algo de la arenilla del suelo de madera que ellos pisaban. Los demás pasajeros fueron entrando.
-       Solo veo montañas escarpadas y bajo el una especie de boscaje y esta estación. Y que decir de ella es el desierto en persona. No hay nada más.¡Es tan solitario esto..¡ Y yo que creí haber llegado a un lugar donde el movimiento de gentes, donde el conjunto de edificios me permitiera entrar en un café o admirar los escaparates. Me quieres decir dónde estamos.
-       Solo ves lo material joven. No inhalas la fragancia reinante concebida por la madre naturaleza. No ves que este lugar antiquísimo es una reliquia. Estás tan ciega…Anda caminemos un poco, vamos por la parte trasera.
- ¿Que vamos a ver?
-       Por ejemplo un café que bien humilde sirve el mejor café.
-        ¿Un café? ¿Aquí?
-       Si, ya te he dicho que caminemos un poco.
Se yerguen en la parte de atrás de la estación, un espacio de verde hierba y grises rocas es el panorama. Un pequeño café había. Estaba casi repleto de todos los que habían venido en ese tren pero encontraron sitio.
-       Vamos, ahí nos sentaremos.
-       Por qué esa mesa, está muy alejada de los demás. Yo tengo necesidad de enredarme con la gente.
-       ¡Prudencia, niña¡ Calla por favor. Yo soy tu tutor por si no lo sabías, tu guía y has de hacer lo que yo diga por ordenes de tu padre.
 A regañadientes se sentó donde él le indicó.
- Dime lo que quieres. Algo que no sea galletas pues ya en el tren las has rechazado.
  Aquella cafetería se llenaba cada vez más : parejas, amigos, solitarios, familias. Teniendo muchos que compartir mesa con desconocidos. Con desconocidos, de eso que huían. Ante ellos se presento una anciana mujer con un vestido impregnado de duelo, con un dolor que la agitaba en sentido de unos ojillos cuajados. Pálida, de manos temblorosas apoyada en su derecha por un bastón. Esa aproximación, ese ser lo frenó a el en bloque. No lo esperaba.
 -Buenos días viajeros. Si no os importa ya que todas las mesas están ocupadas y aun queda aquí un sitio libre de sentarme con ustedes- dijo la anciana escudriñando la los ojos de Rosam. A el no lo miraba.
- Si señora. Siéntese.
- Se puede saber a donde vais. Estáis indiferentes a los demás como si estuvierais huyendo. Solo queréis pasar como humo que se desvanece cuando se intenta tocar, mirar.
 Si, una coz. Le sentó a el las palabras de la anciana. Rosam por dentro se sintió divertida.
-Señora. Nosotros le permitimos sentarse y acaso le hemos preguntado de donde viene y a donde va. No sea osada. No son correctas sus preguntas.
- Perdone caballero que me halla inmiscuido y vuestro misterio. No más que decir que vuestro camino hay una amarga astilla que os induce a ser silencio. ¡Huís!
- Señora, no diga cosas absurdos.
- Bueno tómeselo como quiera caballero. Yo ya soy mayor y no estoy para discusiones. Solo me interesan estos raíles en los cuales en la travesía de este tren consumiré el resto de mis años. Antes era vereda por la que múltiples amores pasaban por mi piel, por mis labios. Paisaje de distintas pieles, de distintos idiomas y de arboledas extrañas.
-¡Señora…¡
- No se moleste por la jovencita. Estoy hablando de la vida, de mi vida. No se ofenda usted. Pero cada ser tiene un don especial. Como podría explicárselo. Fui construyendo mi amor ideal en cada uno de ellos, en cada labio que reposaba en mis labios, en cada esencia que reposaba en mi esencia. Era como el romper de las olas sobre rocas carmín, rocas azules donde el corazón se expande para después contraerse y decir adiós. Mi espíritu se enriqueció ante tantas culturas.
  Rosam cabizbaja por él la miraba de reojo. Absorta por las experiencias de esa extraña mujer. Su naturalidad era sobresaliente.
-       Y dígame señora- con ironía entonó el- ¿Quién le espera en la estación siguiente?
-       No se ria usted caballero con mi arte de estudiar las culturas, de escribir sobre ellas.
-       El arte acaso de ser almohada con lo desconocidos. Eso lo llamaría yo otra cosa…Cuide lo que dice ante la señorita.
-       Se preocupa y protege esta linda señorita. Me parece bien. Pero ella en la vida tendrá que atajar, zanjar todos los derrumbes que nos sobrevienen. Y tendrá que luchar sola, no va a estar usted siempre a su lado.
-       Señora comete errores en sus palabras. Cállese, por favor. Qué sabe usted de nosotros…
-       ¡Oh¡ Ya traen la comida.
-       Responda señora por favor.
-       Responderé después. Ahora no. Todavía no estoy preparada para ello. Además como usted dice: no hay que inmiscuirse en asuntos ajenos. Y mis palabras son ajenas.
La anciana probaba todo como si nunca hubiese visto esos tipo de alimentos, invitaba a la muchacha, invitaba a él.
-       ¿No come usted señor?
-       No
-       Sabes muchacha. Una vez cuando tenía tu edad y me hallaba en la selva fui recluida por algunos días del contacto humano. Aquello era estar enterrada en vida, apartada de todo contacto humano. Noche y día mis ojos permanecieron abiertos, alerta ante tanto crujido y tanto ruido sibilino. La humedad me corroía, mis emociones se escapan y me decía que había echo yo para merecer esto. El miedo y el temor fueron conquistándome por muchos pensamientos positivos que tuviera. En mi mente solo cabía que los muertos que aquel follaje exuberante saldrían de las raíces, de las ramas y me atarían de manos y pies para llevarme con ellos viva. Deseaba solo la claridad, cuando ella llegaba con la lentitud del terror acompañada de mosquitos, bichos raros, animales extraños intentaba caminar alejándome del delirio, de la pesadilla. Al cabo del tercer día me hallaron.
  El la mira, la observa, la escucha. En su interior una especie de tempestad se está avecinando y no sabe como afrontarlo. Qué mala suerte, piensa. Haberse encontrado con aquella mujer. Es como si ella supiera el destino de ella. El cielo se había vuelto más azul, una brisa del norte azotaba ahora con más fuerza.
-       Yo no se adonde voy, pero no me voy a separar de este caballero.
-       No digas nada muchacha que el señor se puede enojar.
 La mesa quedó vacía, se habían comido todo. Todos los que estaban dentro de la cafetería se iban marchando. De nuevo a ese tren donde tomarían descanso. La señora se despidió, el no dejó que ella pagará.
-       Gracias caballero- de sus ojos ancianos emanaban unas lentas lágrimas que bañaba su tez- ¡Ay la vejez¡ Esta vejez que nos lleva a ser pesados. A entrometerse donde una no debe. Disculpe usted y no se preocupe. Solo he hablado un poco de mi historia. Estoy tan sola… Adiós pequeña.
La anciana se levanta y se aproxima a Rosam. En su frente, en su frente joven fue beso suave. Después desapareció entre los demás.
El firmamento parecía que quería escupir todo lo que cargaba en buche. Frías gotas otoñales se enmacipaban de las nubes pero Rosam seguía quieta en la laguna observando sus plantas acuáticas sobre su superficie. Recordaba aquella anciana cuando le narró lo de la selva, su pérdida. Fuerte soy, se dijo. Fuerte como este viento que con la lluvia quiere arrastrar su entereza. Solo romperá algunas ramas pero sus raíces…Sus raíces son tan duras de roer que permanecerán en su lugar. Aquí. Aquí…Hoy quiere sentir el rugir de la naturaleza, un rugir que es terso según como se miro. El viento me quiere tirar pero yo abrazada a este árbol con el lago revuelto ante mí me mantendré, mantendré mi postura vertical. Así ha sido mi vida, bruscas marejadas condensándose en el olvido en el despertar de cada día. Avalanchas de peligros me han sobrevenido no solo al nivel síquico, sino físico pero ante todo esto salgo victoriosa. ¡Por qué¡ Se van, se esfuman de mi cualquier incidente, cualquier herida agarrándome más a la vida, la vida…¡Uf¡ como me purifica esta potente lluvia. Estoy empapada, el barro llega a mis tobillos y de tanto apretar mi cuerpo a este tronco me siento sangrar. Sï, sangrar, una sangre que me alivia, que me sostiene.¡Te acojo como amante¡ ¡Me siento tan dichosa¡ Aunque tu fiereza me aferra después bajo ese techo y tu voracidad impacten a mi puerta como si la quisieras derribar. ¡Oh viento¡ Como si quisieras poseerme. Me desafías, al menos me das trabajo. Labor de recuperar mi huerto, labor de limpiar esa cabaña y rehacerla allí donde los goterones pierden mi paciencia.
          Rosam a rastras, llena de barro llego a la cabaña. Sentía escalofrío en todo su cuerpo. Temblaba. Cuando cerro la puerta sintió aún con más potencia el sabor del viento, la frescura de la lluvia torrencial que estaba cayendo. Cuidadosamente se quito la ropa enchumbada de agua, calentó en un caldero agua y la echó en una bañera. Se introdujo dentro e imagina su cuerpo sobre otro cuerpo, sobre un sutil beso que se expande en las mareas de los sentidos. Su peso caería en la mirada, esa mirada incierta de sus amores imaginarios. Amores idealizados en ese afán de ser amada, de ser sacada de ese lugar. Caricia a caricia resbala por su cuerpo por sus agrietadas manos. Lanza un suspiro, un suspiro que la hace respirar muy hondamente. Inspirar e espirar hasta que todo su ser encuentra relajado, pacífico como la borrasca que ya pasa. Piensa que pasaría si fuera hombre. Todo sería distinto, ya no estaría ahí o nunca lo hubiera estado. Lo dejarían ser libre. Libre como las grullas que visitan el lago. Suspira. Inspira e espira y en el mecer de una vela cierra sus párpados. Quiere descansar, sale de esa especie de tina y desnuda y mojada se mete entre sábana. Se cuestiona que sueño tendrá. Y feliz se quedó dormida sabiendo que todavía era cordura.
 Y soñó: estaba observando la luna muy atentamente, esa maravillosa bola blanca que cuando los cielos están claros es luz de todas las sendas de ese bosque. Su imagen se reflejaba en el lago. Pero no era como otras veces, su luz era más impecable, más fuerte de lo normal. De repente del lago emergió un ser, un ser pequeño como si hubiera dado luz una criatura. Ella se aproximo y al acercarse se hizo cenizas.
Y llega otra jornada, ella despierta. Directamente se dirige a su querido cerezo al lado del lago. Se alegro de que estuviera intacto aunque el agua del lago estaba algo turbia. Miró al horizonte y sus ojos contemplaron un hermoso amanecer.  De repente, ella que conocía todos los ruidos de aquel boscaje, sintió un ruido extraño, anómalo a lo que estaba acostumbrada. Un ruido que tenía voz, voz humana como la de ella.
        - Vírate mujer. Vírate mujer y comparte conmigo la sombra de ese cerezo que tanto amas.
      Ella se gira y atentamente observa al que tiene enfrente.
-       Por qué me miras así mujer.
-       Creo que estoy soñando o entrado en la locura.¡Eres un sueño¡
-       Sí, soy un sueño. A veces la esperanza es anclaje de las maravillas que pasean por nuestra mente. Bajamos para nos más que ser danza transparente infinita en el recuerdo como una nota más de la vida. Como alegría al gris de tus pasos por estos parajes. Somos ese sueño renuncia de las adversidades, tentación que evoluciona en un argumento para que la dicha vuelva a su cauce. Un nuevo despertar. Un nuevo despertar sin esa celda de la soledad.
-       ¿Y por qué has venido a mí? Es tan raro todo esto.
-        No seré lastre de tus huellas. Solo ese intenso perfume que queda en la memoria. Esa atrayente melodía de tus desazonados días. Ven. Acércate para ser ese océano  de los nocturnos astros bellos que completan tu jornada. Acércate a este ser de ti y olvídate de esas espuelas que andan escarbando tu corazón cuando más que desiertos te seducen.
-       No puedo. No puedo aproximarme a ti. Ser parte de ti como esencia que reluce en el aroma de las flores cuando la brisa se levanta. Eres tan distante a mi…Muchos otoños, muchos inviernos, primaveras y veranos en el silencio del roce de la palabra. Ahora vienes tu. Tantos años… Y me hablas. El temor me acecha. No se que decir. Las palabras se desangran cuando intento, intento contar algo.
Aquel ser nacido del bosque ante sus tristes palabras comenzó a aproximarse a ella. Rosam temblaba, se sentía indefensa ante un igual. Rosam se sentía torpe, absurda. Tanto había deseado hablar con un ser humano que ahora se encogía en la desesperación, en la vergüenza de haberlo deseado tanto.
-Llego a ti suave como el vientecillo que nos acaricia, como el cosquilleo sutil de los primeros rayos solares. ¡Ay¡ bien de tristeza hay en ti…Seré beso, ese beso que se disipará  con el sonido el rumor de las caracolas de la felicidad. No temas. ¡Tus manos vacías¡ ¡Tus manos agrietadas¡ ¡Qué pena¡ Ven. Extendamos un abrazo que dará a tus sueños la buenaventura del mañana.
Y la abrazó. Rosam no sabía que hacer. Se sentía cohibida. De repente Rosam despertó de esa falsa ilusión. Estaba abrazada al cerezo.
- ¿Por qué? ¿Por qué?-grita- Este fallo de la vida. Oh cerezo mío me siento tan desdichada. Fuerza. Fuerza. Esperanza. Esperanza.
 Se dirigió como de costumbre a su huerto. Estaba destrozado. Siempre lo mismo. Girar y girar en la cotidianeidad de días idénticos.
      De nuevo en el vagón. Pasa el supervisor pero esta vez toca antes de entrar. Ellos dicen que todo bien y continua el viaje.
-Permaneces callado. ¿Pasa algo?
- Me preocupa para ser sincero la actitud de que aquella mujer. No se. Ha sido imprudente que se sentará con nosotros en el bar. Ya sé que no había sitio. Pero no sé. Menos mal que no dijiste nada. Olvidemos a esa mujer.
- A mi me pareció simpática y graciosa.
-¡No Rosam¡ Mírame. Mírame bien. Hemos cometido un error o mejor dicho nos han  hecho cometer un error. No podemos confiar en nadie como te he dicho y no te dejes conquistar por la primera sonrisa, por la primera apariencia de los seres. Nos pueden engañar después. Y eso sería muy doloroso. Tienes que aprender muchacha a no dejarte llevar por esas impresiones primarias, no se sabe lo que hay detrás de cada palabra, de cada mirada. No sabes sus intenciones. Todo ha de ser lento, muy lento. Bueno, ya que poco para llegar. Verás que todo saldrá bien.
   Rosam lo miraba mientras intentaba imaginar a donde iban. Eso la ponía de mal humor. Pero que hacer. El era un muro infranqueable.
-Fíjate Rosam como va cambiando el paisaje.
- ¡Qué me fije¡ Si no hay nada. Me gusta más el color verde, el verde los montes. Pero ahora solo hay desierto de piedras.
-¡Si¡- suspiró-Así es la vida Rosam. Unas veces somos desierto, otras verdor y otras ambas mezcla a la vez.
- No se. Todo esto. Me da la impresión que me llevas a no se donde. Apartada de todo se podría decir.
  Incidieron los ojos de Rosam y de él. El canelo miel de Rosam era ahora expedición en las más profundas aguas de él.
-       Pues si Rosam-contestó él afligido, desviando su mirada al exterior
-       Entiendo.
Rosam también desvió la mirada al exterior. De sus ojillos alguna lágrima se correteaba por su tez.
-       Todo por mi padre no.
-       Si Rosam. Pero no te preocupes será por poco tiempo. Cuando todo se arregle volverás con él.
Rosam volvió a la cabaña con pies enfangados. Notó algo en el ambiente que ya era común a otras jornadas. Cogió el libro había estado leyendo días anteriores y dentro descubrió una carta. ¡Otra carta..¡, se dijo para si.
  “ Hola Rosam. Se que te encuentras desanimada. Imbuida entre montes que a veces no te dan respuestas. Pero te pido paciencia como siempre. Siempre te escribo lo mismo. Todo se está arreglando y pronto nos veremos…”
   Todo se está arreglando y pronto nos veremos. Siempre lo mismo, se dijo. Se dejo caer en la ventana y sus vidriosos ojuelos inspeccionaron el lugar. Buscaba, buscaba…Solo hallo una foto, una vieja foto que tomaba cuerpo como halo que se expande a través de su mirada. Frente a frente se encontraron, un abrazo acogió a Rosam en calidez y ella se sientió fuerte, vertical.
       -¿Cómo estás Rosam, Rosam…? Me miras y no dices nada parece que este otoño da la bienvenida al invierno. El invierno de tus ojos. Vamos Rosam verás como todo algún día será claridad. Salgamos afuera, bajo este techo te sientes confusas y allí donde la arboleda es revoltosa con la caricia de la brisa da frescura, da ánimo a tu ser.
   Salieron de la cabaña. Ella, anciana, caminaba como si fuera conocedora experta de ese lugar.
         -¿A dónde vamos?
La anciana no respondió. Siguió con sus pasos como parte del aire, como parte de Rosam.
  A medida que se introducían la oscuridad de la tupida floresta, zona que Rosam nunca había ido por temor, la emoción corría por sus venas.
- No desesperes Rosam. Ya  vamos a llegar.
Rosam estaba extrañada por ese mundo que nunca había explorado, por esa anciana que se asemejaba a su bisabuela ¿Cómo puede ser que seres muertos vuelvan? Tal vez porque ella lo había deseado con ahínco. Tenía muy buenas historias de ella.
-       Ya está Rosam. Cariño mío.
-       ¿Qué está?
-       La gruta Rosam ¡La gruta¡ Nos adentraremos y tras ella nos despediremos.
-       Yo no veo ninguna gruta.
-       Venga, venga. Deja que quite estas ramas que la tapan.
La anciana sacó un puñal de su cintura y comenzó a cortar todo ese follaje que tapaba la gruta.
-       Pero como nos vamos a introducir ahí, es muy pequeño.
-       Cállate hija y sígueme, no te rindas. No temas la estrechez de esta gruta ni su oscuridad. Ya has tenido suficiente.
Rosam corriente de ella, la seguía por lo angosto de esa cueva enervada de rocas protuberantes y gastada. Sentía la humedad de siglos pero ese miedo, ese miedo que la asoló al principio había desaparecido como desaparece la niebla cuando una lluvia cálida de siemprevivas cae sobre tu rostro. Su bisabuela no dejaba de hablar y hablar que se convirtió en relato. “ Cuentan las estrellas consoladas por el consolidado puente de los enamorados que una pareja de gaviotas buscaron el júbilo de los nómadas humanos. Cansadas por la soledad al ser ya insonoras a las costa donde sus plumajes eran alba y solas como especie que todos querían atrapar se posaron en cierta orilla esperando el amanecer. Dos seres al acecho, dos jaulas que se acercaban como se acerca el puñal que te desangra a la muerte. Las capturaron. Fueron llanto. Fueron heridas. Fueron súplica. Fueron silencio…Fueron sepultura por la libertad y la esperanza. “
-       Ahora tendré que vendarte los ojos.
-       Como que me vas a vendar los ojos si aquí casi no se ve-replicó Rosam
-       Ya queda poco Rosam. Yo te guiaré. Es que no debes saber ese paraje donde estás protegida. Ya ves que no es por nada malo, solo es por cuidarte.

Sus ojos tapados a toda luz, a cada recoveco de esa gruta. Rosam intentaba mantener su entereza pero a veces se desesperaba. Sin ver lo que hay ante ella en esa cueva que se le hace eterna…Se unieron sus manos y más lento se hizo el andar.
-Rosam ya hemos llegado.
-¿Puedo quitarme esta venda?
-       Si Rosam.
 Al despojarse de ese pedazo de tela Rosam quedó sorprendida. ¿Pero que es esto se preguntó? Estaban en el mismo lugar al cual habían llegado. Fuera de la gruta. Una gruta que intentaba buscar desesperadamente y no hallaba.
  La anciana comenzó a caminar por la misma senda anterior hasta llegar al lago. Rosam desilusionada la seguía. Llegaron al lago. Ese lago que parece ser eviterno amante de Rosam.
-       Me voy Rosam. No me mires.
Rosam dio las espaldas aquel lago mientras su bisabuela de nombre Margot con el regocijo de la noche se introducía en sus aguas. Tuvo la tentación de darse la vuelta y lo hizo. No podía dejar de pensar que otra vez la soledad la rondaría. Observo como a medida se iba hundiendo en aquel lago una barca sin tripulante se acercaba más y más a ella hasta ser ambas una misma y desvanecerse ante su mirada. Tristeza, eso fue lo que ocasionó esa visita, esa visita que ahora camino de otro mundo, de un más allá que ella desconocía. Se encerró en su cabaña y miró y miró otra vez aquella añeja foto. De su comisura un pequeño indicio mezclado de sonrisa y ternura surgió. Todo es un sueño, se dijo. Un sueño que quizás algún día pueda ser realidad.
     Y tras aquel pensamiento y la foto descubrió otra carta. Otra carta que dejan cuando yo soy ausencia.
            Hola Rosam. Aquí estoy de nuevo escribiéndote. No me cansa. Siempre estás en mi mente como hija que adoro y quiero. Sí Rosam, como hija que adoro y quiero. Esta vez soy yo quien escribe. Siento muchísimo esta distracción de la vida para ti. Tú tan buena, tan maravillosa, tan energética que has construido murallas infranqueables a la maldad. A la maldad de estar alejada de todo. He de decirte hija mía que ya soy libre ¡Sí libre¡ Mi llanto de felicidad por ti es inexplicable. Esto implica que la soga que te ata a ese lugar será cortada, será quemada, será destruida para que vuelvas. Prepárate.
    Rosam enrojeció, se estremeció, dudo, se desorientó. Ahora era libre. Libre como su padre. Ambos con la soledad encallada a sus espaldas durante años ¿Y qué iba hacer ahora? Ya acostumbrada a esa rutina de sol a sol.

   El tren, el chirriar de raíles oxidados anunciaba esos valles desconocidos para otros. Tres seres que se unían en la búsqueda de Rosam. Cada uno de ellos se miraba, habían echo todo lo posible para que ella aguantara tanto años. La habían protegido en esa jaula de montes como ave delicada, frágil que ha de sobrevivir.
-Que dirá ¡Qué dirá¡ Cual será la expresión de su rostro, de todo su ser. No despejo en mi mente esta idea ¡Son tantos años…¡ ¡Pobrecilla¡- suspiró Juise, su padre.
  Padre de mirada profunda en una mezcla de gris y azul mar. Pálido, de corpulencia esquelética después de tanto años en la cárcel. Tiempo que transcurrió en una celda aislado como así mandaba su esposa. Ahora ella había muerto y con ello parecía que todo acto de culpabilidad desapareció. Todo fue una trampa. Una trampa del poder. Juise asimilaba su aislamiento con el de su hija. Un aislamiento que por la fuerza del amor y el coraje revindicaba la esperanza y la libertad. Y la libertad llego y con ella la esperanza se puso su  traje más puro y más sereno que pueda lucir. Ahora vagaba en ese tren como Rosam hace años. Sentado en el mismo lugar que ella había estado enfrente de aquel amigo, de aquella amiga. Para el parecía que el tiempo se había detenido. Sí el tiempo, el intocable paso del tiempo no albergaba en su faz alguna cicatriz de su avance. Para ella, siempre jovial, tampoco y eso que sus años ya eran muy avanzados. Era como si ese encuentro con Rosam los hubiera rejuvenecidos sin embargo él, se sentía acabado, triste, intentando disimular todo sufrimiento durante todos esos años.

-       Tal vez en el ayer tenía que haber huido con ella y no dejarla así. Sí, como dos aves en busca nuevos soles donde la sonrisa de un horizonte distinto a este nos hubiera dado libertad. El justo crecer y crecer sin esos barrotes ya sean de hierro o de arboledas en nuestro camino.
-       No amigo. Ella, esa os hubiera buscado por todos los rincones de este planeta. Los has despistados y ahora, esa se halla bajo tierra retorciéndose de toda su malignidad. No amigo. No podíais estar juntos. Hubieras caído en su trampa  es que acaso no sabes aún de su mano maléfica. No amigo. No te arrepientas.
-       Sabes, no me la imagino. Solo su imagen de antaño ¿Cómo estará?
    El correr y correr de ese tren, la luna ya se disipaba entre las agrestes montañas mientras su padre no hacía más que pensar en ella. Ya estaba cerca.
 -Ánimo Juise.
Con una palmada en su pierna aquella anciana intentó darle energía de alegría.
-       Ya nos aproximamos a esa parada. Esa parada donde todo habrá acabado.

-       Estoy nervioso, la inquietud hiela mis huesos y esta sangre que corre por mis venas parece erupcionar bajo una esfera de duda. Cada vez que pienso que estoy más próximo a ello me estremezco. Y este estremecer me hace cobarde ¡Qué cobarde fui¡- de sus ojos lágrimas brotaron- Pero que hacer ante la impetuosidad grotesca de mi mujer. Maldita sea.

    El ferrocarril se detiene. Y esa parada consume a al padre de Rosam en una especie de ansiedad, de desesperación.
-       Siento que me ahogo. No puedo. No puedo bajar- dijo en un mar de llantos.
-       Venga hombre, todo ha terminado. Te arrastraremos sino pones parte de ti.
Cada uno con una mano se la ofrecieron a Jusie. El perezoso se agarro a ellas como oxigeno que alimenta el alma. Descendieron del tren. A Jusie le flaqueaban las piernas de temblor. Esperaron que el tren se pusiera de marcha de nuevo y emprendieron la búsqueda, la búsqueda de Rosam.
      Rosam estática, dejaría todo como está ante ese acontecimiento imprevisto, inimaginable. Todo se quedaría así como una parte de su pasado que se ha de censurar. “ Y después de tantos años aquí anquilosada, atascada sin recibir visita de nadie no más que esos espíritus aventureros que me  condicionaban en un sueño mágico que luego se estrellaba. Ahora vienen ellos, extranjeros para mí. Sí, son extraños en este paraíso que me han encerrado. Y que decir. No hay palabras”
  Las horas pasan. Rosam siente desgana. Se mete entre sábanas. ¿Será real todo lo que está pasando?, se pregunta. Dudosa cierra sus párpados y respira hondamente. En ese inspirar e espirar es latido del letargo. Se duerme. Sueña. El dolor se hace hueco cuando ella corre y corre por esas arboledas. Tropieza, cae y el daño en sus carnes son heridas difícil de supurar. De nuevo se levanta y sigue corriendo. A lo lejos avista una especie de cascada, pequeña pero el agua que cae parece refrescante ante sus sudores, ante sus heridas. Se acerca. La mira como se desvanece sobre las rocas. La penetra. Y detrás de ella un acantilado que mira al vacío. Extiende sus brazos y de ellos manan alas plateadas…
 
-       Rosam. Rosam- dijo bajito la anciana-Despierta, somos nosotros.
Rosam no despertaba a pesar de que la llamarán, de que le gritarán, de que la menearan en su cama. Rosam había volado. Demasiado tarde. Rosam era ahora libre. Demasiado tarde. Rosam con su tez pálida era río que se embarca entre los astros con ese destino cierto, con ese final real.  Una balada a lo lejos sonó. Parecía que era la voz de Rosam. Canto que ella esbozaba cuando las noches de invierno la hacían cómplice de esa cabaña. Ellos lo escucharon, escucharon la pena amarga que esas notas emanaban de su espíritu. Ahora Rosam descansaba. Demasiado tarde.
No, no quiero llantos emanaba de la atmósfera que se respiraba en aquella cabaña. No, no lloréis. He sido fiel con la vida, con la muerte. Comprender, marcharos. Seguid vuestras vidas. Es mejor así.

Fin
 



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