ASALTO A LA SANIDAD
PÚBLICA
PEDRO LUIS
ANGOSTO
Hasta bien adentrado el siglo XX, el cuidado de la salud de la
mayoría de las personas estaba en manos del clero y de instituciones de
beneficencia que almacenaban a los enfermos en naves insalubres en las que los
galenos luchaban contra la muerte y la superstición sin más medios que su
voluntad y la intuición clínica aprehendida de sus maestros y de la diosa
experiencia. En esas condiciones, las más de las veces la batalla la ganaba la
Parka, que contaba con aliados tan potentes como la ignorancia, la falta de
condiciones higiénicas y la ausencia de medicinas efectivas. Una vez más fue la
toma de conciencia de los trabajadores, su organización en sindicatos de clase
y la amenaza que esto suponía para el viejo orden establecido lo que condicionó
a los distintos gobiernos europeos para, partiendo de las sociedades de
socorros mutuos, ir dando forma a un sistema de previsión de carácter general
que atendiese a los trabajadores y sus familias impidiendo al mismo tiempo el
trabajo a los niños, a los viejos y a las mujeres embarazadas. El 27 de febrero
de 1908, haciendo caso a las recomendaciones de la Comisión de Reformas
Sociales que presidía Gumersindo de Azcárate, el Gobierno Maura aprobó la
constitución del Instituto Nacional de Previsión, germen de lo que muchos años
después sería el Sistema Nacional de Seguridad Social, que a partir de la
histórica Ley General Sanitaria de 1986 implantó en España el derecho universal
de todos los ciudadanos a una asistencia médica de calidad que se prestaría en
la red de hospitales públicos. A partir de ese año, todos los españoles,
independientemente de sus ingresos, sus cotizaciones o cualquier otro atributo
personal, quedaron protegidos por la Sanidad Pública Estatal produciéndose el
mayor avance asistencial de nuestra historia, lo que se manifestó en el aumento
sin precedentes de la esperanza y la calidad de vida de todos los ciudadanos y
en el posicionamiento del Sistema Público Sanitario de nuestro país entre los
tres primeros del mundo.
Es evidente que, sin ser uno de los tres países más ricos del
planeta, gozar de uno de los tres sistemas de salud más eficaces del mundo es
un mérito que se debe, sin ningún género de dudas a una política adecuada, al
buen hacer de nuestros profesionales de la medicina, a su vocación y a la
eficacia organizativa que, con todos sus defectos, lo ha caracterizado hasta
hace bien poco: Según el informe de la OCDE de 2012 mientras en Estados Unidos
para un sistema de salud privado que deja fuera a un tercio de la población el
gasto por habitante es de 7960 dólares, en España, con un sistema universal, el
gasto tan solo es de 3.067 dólares, lo que explica a las claras las enormes
ventajas de nuestro sistema respecto al norteamericano, en el que todo se rige
por la maximización de beneficios en detrimento de la salud general. Pero es
que además, el acceso a la salud en ese país del norte de América se hace por
la vía estrictamente privada, tanto vale su enfermedad, tanto paga si quiere
ser tratado, o por seguros privados que tienen en cuenta sus hábitos
alimenticios y sociales, su edad, su genética y otros factores que hacen que
muchísimas personas tengan que hipotecar su casa para someterse a una simple
operación quirúrgica de apéndice o, en caso de carecer de propiedades o de
ingresos suficientes, acudir a los hospitales municipales de la Beneficencia
donde se practica una medicina decimonónica.
Pues bien, pese a que todos los estudios nacionales e
internacionales alaban y encomian el Sistema Nacional de Salud español, basado
en la medicina pública, el actual Gobierno central y los autonómicos de
Cataluña, Valencia y Madrid se han propuesto su desmantelamiento para dar
entrada al negocio en las cosas de la salud individual y general. La Salud de
todos los españoles, de no mediar respuesta adecuada y contundente de los
afectados, pasará en breve a depender del nivel de ingresos que cada cual
tenga, dejando la sanidad pública como elemento residual para quienes no tengan
dónde caerse muertos. El plan comenzó a ejecutarse hace años en Cataluña,
Valencia y Madrid, pero desde la llegada del Partido Popular al Gobierno
Central forma parte esencial de la política sanitaria estatal y se manifiesta
en dos planos. Por un lado, se externalizan, privatizan y arrendan servicios
cada vez más amplios de la actividad hospitalaria, no porque sea más barata y
eficaz, que en ningún caso lo es, todo lo contrario, sino porque da ganancias
millonarias a los amigos beneficiados a costa de la salud de todos; por otra
parte, y este es el procedimiento más dañino, mediante el despido de miles y
miles de trabajadores sanitarios, el cierre de quirófanos, la obsolescencia
tecnológica y la paralización de las inversiones en investigación, se está
produciendo un colapso general en la mayoría de los centros hospitalarios del
Estado, lo que se traduce en listas de espera tan disparatadas que muchas veces
sobrepasan lo que el enfermo puede aguantar, obligándole a recurrir a centros
privados como último recurso para intentar salvar la vida. No es eso una
casualidad, ni el resultado del envejecimiento de la población, es,
sencillamente, el resultado de una política sanitaria que pretende oxidar el
Sistema Nacional de Salud para hacerlo odioso a quienes necesitan de él para
poder seguir viviendo.
Sigue conservándose el Sistema Nacional de Trasplantes que tan
eficazmente dirige el Dr. Matesanz porque no sería rentable su privatización,
pero sobre todo porque es una forma de decir al exterior que aquí no existen
los recortes sanitarios ya que continuamos teniendo el mejor sistema de
trasplantes del mundo, un sistema que quieren copiar los países más
desarrollados, pero no se hace por convicción sino para tapar el colapso en el
que está entrando gracias a los brutales recortes perpetrados por el Gobierno
Central y los autonómicos el sistema hospitalario público español, que es el
que nos asiste a todos y el que ha conseguido las mayores cotas de salud y
bienestar de nuestra historia. Por falta de medios humanos y materiales, los
hospitales de todo el Estado español no pueden asistir al número de enfermos
que ingresan diariamente, se dan plazos vitalmente imposibles para
angioplastias, diálisis, quimioterapias, pruebas hemodinámicas, gastroscopias y
todo tipo de pruebas e intervenciones quirúrgicas, no porque el sistema no sea
capaz, que lo ha sido hasta hace muy poco, sino porque los gobiernos central y
autonómicos han decidido su privatización por acoso y derribo. Ante esa
situación de asalto a uno de los derechos sagrados conquistados por nuestra
sociedad a lo largo de décadas y décadas, sólo cabe la insurrección cívica
porque nuestro futuro y el de los que vienen detrás está en peligro y lo estará
más cuando sean los negociantes y los mercaderes quienes decidan a quien se
asiste y a quien no dependiendo del volumen de su cuenta corriente.
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