LOS BULOS SOBRE LA DANA Y LOS
MEDIOS
DE COMUNICACIÓN
DIARIO
RED
A raíz de la
catástrofe de Valencia, los medios tradicionales han empezado a alertar
insistentemente contra los bulos. Pero, ¿son un actor con legitimidad para
hacerlo?
Como ocurre con cualquier gran crisis, la terrible catástrofe humanitaria y material que ha tenido como epicentro amplias zonas de la provincia de Valencia y que se ha llevado por delante más de 200 vidas, así como viviendas, negocios, explotación agrarias, infraestructuras de comunicación o centros sanitarios y educativos, ha traído al primer plano y ha hecho visibles una serie de realidades que no es fácil apreciar con tanta crudeza como cuando tenemos la tragedia delante de los ojos. La catástrofe producida por la DANA ha subrayado de forma muy dolorosa la necesidad de contar con un sistema de alertas basado en la ciencia, que no pueda ser bloqueado por decisiones políticas irresponsables y que proporcione a la ciudadanía el suficiente tiempo como para ponerse a resguardo. Del mismo modo, lo ocurrido en Valencia ha hecho sonar todas las sirenas respecto de la necesidad de adaptar nuestro modo de vida a las graves consecuencias del calentamiento global. En el lado positivo, hemos podido contemplar como pocas veces la naturaleza intrínsecamente solidaria de nuestro pueblo; algo que nos reconforta a los que somos demócratas. Por último y sin ánimo de hacer una lista exhaustiva, la catástrofe también ha puesto un foco más luminoso de lo habitual sobre la grave amenaza que representan no solamente para la política y para la convivencia, sino incluso para la salud pública y la seguridad los bulos y las mentiras.
Cuando esas herramientas de
desinformación se han utilizado para intentar destruir al activismo social, al
independentismo o a Podemos, ninguno de los actores sistémicos ha considerado
que hacía falta prestarles especial atención (de hecho, buena parte de los
actores sistémicos se han aprovechado de los bulos contra la disidencia
política o incluso los han fabricado y difundido ellos mismos). Sin embargo, en
estos días en los que hemos asistido a la propagación de mentiras que iban
dirigidas a generar el caos social, la zozobra emocional o el blanqueamiento de
elementos ultras aprovechándose de forma inmoral de una catástrofe ante la que
todo el país está sensibilizado, los actores sistémicos no han podido evitar
pronunciarse al respecto de una forma crítica.
Nunca falta la argumentación de que las
principales fuentes de mentiras y de bulos serían las redes sociales que funcionan
a través de Internet
Así, hemos podido ver en las últimas dos
semanas cómo diferentes programas de televisión y de radio o piezas escritas en
los principales periódicos señalaban abiertamente el peligro de los bulos y
censuraban su utilización. Sin ir más lejos, en los dos últimos telediarios de
TVE se ha dedicado una sección específicamente a este tema. ¡Hasta Felipe VI se
ha visto en la necesidad de alertar del peligro de los bulos a alguna de las
personas que se encontró en la protesta de Paiporta!
Invariablemente, en el tratamiento
sistémico del asunto nunca falta la argumentación de que las principales
fuentes de mentiras y de bulos serían las redes sociales que funcionan a través
de Internet. De esta manera, el periodismo tradicional nos vendría a decir que,
frente al tratamiento de la información por parte de los medios de comunicación
de masas —que, supuestamente contrastan los datos y las fuentes y apartan la
mentira de su funcionamiento como consecuencia de su código deontológico—,
estaríamos asistiendo en los últimos años, y con la posibilidad de que
cualquier persona de a pie pueda producir y emitir información en las redes, a
una difusión caótica de bulos y mentiras sin ningún control por parte de los
profesionales del periodismo. Como consecuencia de este razonamiento, la
prescripción que nos ofrecen los medios tradicionales para luchar contra esta
grave amenaza es evidente y sencilla: no se crea usted lo que le llega por
redes sociales y acuda usted a los medios de comunicación de toda la vida para
acceder a información fiable y veraz.
Incluso durante la catástrofe de la DANA
los mismos medios de comunicación que alertan contra las mentiras se han
dedicado a difundir varias de ellas
Es obvio que una parte de este enfoque
es correcta. Es cierto que el funcionamiento inorgánico de las redes sociales
permite una propagación más veloz y menos controlada de los bulos y las
mentiras. De hecho, existe un partido político que ha obtenido dos
eurodiputados en las últimas elecciones europeas únicamente mediante la
utilización de este mecanismo. Sin embargo y al mismo tiempo, a nadie se le
escapa que la argumentación que ofrecen los medios respecto de este asunto es
también parcialmente incorrecta y obviamente interesada. Nadie que tenga ojos
en la cara y que haya vivido en este planeta en los últimos años puede mantener
que los medios de comunicación solamente ofrecen información veraz. Cualquiera
que haya estado atento a la política española en la última década puede
recordar fácilmente una veintena de bulos que han sido difundidos masivamente
contra los partidos que amenazan el funcionamiento del régimen del 78
precisamente en las pantallas, las radios y las portadas de las grandes
empresas de comunicación del país. Además, y aunque las redes sirvan para
propagar bulos, también sirven para otra cosa que era mucho más difícil hacer
antes de Internet: sirven para desmentir los bulos que propagan los medios de
comunicación. Antes de las redes, era mucho más complicado para la ciudadanía
en su conjunto señalar a los periodistas y los tertulianos que mienten
sistemáticamente como parte de su actividad profesional y dirigir a las
personas hacia las fuentes y los datos veraces que desmontan los bulos.
Pero es que incluso durante la
catástrofe de la DANA los mismos medios de comunicación que alertan contra las
mentiras se han dedicado a difundir varias de ellas. Ana Rosa Quintana —bien
conocida por difundir bulos— ha dicho que la AEMET proporcionó datos erróneos
de precipitación o que la Confederación Hidrográfica del Júcar no avisó de la
crecida (cuando sus datos son públicos en Internet). Iker Jiménez ha sufrido
una importante crisis reputacional por dar voz en su programa a un youtuber que
fue cazado manchándose los pantalones de barro antes de empezar un directo y,
mucho más grave, por difundir el bulo de que había un montón de muertos en el
garaje subterráneo del Bonaire. Por su parte, mientras Antonio García Ferreras
no para de alertar acerca de los bulos en su programa Al Rojo Vivo como si la
gente se hubiera olvidado de que comentó al comisario mafioso Villarejo que le
había dicho a Inda "Eduardo, yo voy con ello, pero es demasiado
burdo" justo antes de difundir el bulo de la cuenta falsa de Pablo
Iglesias en Granadinas, el telediario de la cadena que el propio Ferreras
dirige dijo que el garaje del Bonaire era
"una trampa mortal" y que habían encontrado cadáveres.
Por supuesto que la difusión masiva de
bulos es uno de las principales amenazas contra la salud pública, la seguridad
y la democracia. Pero aquellos medios de comunicación que los han estado
propagando de forma masiva y muchas veces con una intención política espuria y
muy concreta son los actores menos legitimados para combatir la mentira y no
digamos ya para ofrecer un falso refugio de supuesta información veraz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario