lunes, 11 de noviembre de 2024

LOS BULOS SOBRE LA DANA Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

 

LOS BULOS SOBRE LA DANA Y LOS MEDIOS

 DE COMUNICACIÓN

DIARIO RED

 

A raíz de la catástrofe de Valencia, los medios tradicionales han empezado a alertar insistentemente contra los bulos. Pero, ¿son un actor con legitimidad para hacerlo?

Como ocurre con cualquier gran crisis, la terrible catástrofe humanitaria y material que ha tenido como epicentro amplias zonas de la provincia de Valencia y que se ha llevado por delante más de 200 vidas, así como viviendas, negocios, explotación agrarias, infraestructuras de comunicación o centros sanitarios y educativos, ha traído al primer plano y ha hecho visibles una serie de realidades que no es fácil apreciar con tanta crudeza como cuando tenemos la tragedia delante de los ojos. La catástrofe producida por la DANA ha subrayado de forma muy dolorosa la necesidad de contar con un sistema de alertas basado en la ciencia, que no pueda ser bloqueado por decisiones políticas irresponsables y que proporcione a la ciudadanía el suficiente tiempo como para ponerse a resguardo. Del mismo modo, lo ocurrido en Valencia ha hecho sonar todas las sirenas respecto de la necesidad de adaptar nuestro modo de vida a las graves consecuencias del calentamiento global. En el lado positivo, hemos podido contemplar como pocas veces la naturaleza intrínsecamente solidaria de nuestro pueblo; algo que nos reconforta a los que somos demócratas. Por último y sin ánimo de hacer una lista exhaustiva, la catástrofe también ha puesto un foco más luminoso de lo habitual sobre la grave amenaza que representan no solamente para la política y para la convivencia, sino incluso para la salud pública y la seguridad los bulos y las mentiras.

Cuando esas herramientas de desinformación se han utilizado para intentar destruir al activismo social, al independentismo o a Podemos, ninguno de los actores sistémicos ha considerado que hacía falta prestarles especial atención (de hecho, buena parte de los actores sistémicos se han aprovechado de los bulos contra la disidencia política o incluso los han fabricado y difundido ellos mismos). Sin embargo, en estos días en los que hemos asistido a la propagación de mentiras que iban dirigidas a generar el caos social, la zozobra emocional o el blanqueamiento de elementos ultras aprovechándose de forma inmoral de una catástrofe ante la que todo el país está sensibilizado, los actores sistémicos no han podido evitar pronunciarse al respecto de una forma crítica.

Nunca falta la argumentación de que las principales fuentes de mentiras y de bulos serían las redes sociales que funcionan a través de Internet

Así, hemos podido ver en las últimas dos semanas cómo diferentes programas de televisión y de radio o piezas escritas en los principales periódicos señalaban abiertamente el peligro de los bulos y censuraban su utilización. Sin ir más lejos, en los dos últimos telediarios de TVE se ha dedicado una sección específicamente a este tema. ¡Hasta Felipe VI se ha visto en la necesidad de alertar del peligro de los bulos a alguna de las personas que se encontró en la protesta de Paiporta!

Invariablemente, en el tratamiento sistémico del asunto nunca falta la argumentación de que las principales fuentes de mentiras y de bulos serían las redes sociales que funcionan a través de Internet. De esta manera, el periodismo tradicional nos vendría a decir que, frente al tratamiento de la información por parte de los medios de comunicación de masas —que, supuestamente contrastan los datos y las fuentes y apartan la mentira de su funcionamiento como consecuencia de su código deontológico—, estaríamos asistiendo en los últimos años, y con la posibilidad de que cualquier persona de a pie pueda producir y emitir información en las redes, a una difusión caótica de bulos y mentiras sin ningún control por parte de los profesionales del periodismo. Como consecuencia de este razonamiento, la prescripción que nos ofrecen los medios tradicionales para luchar contra esta grave amenaza es evidente y sencilla: no se crea usted lo que le llega por redes sociales y acuda usted a los medios de comunicación de toda la vida para acceder a información fiable y veraz.

Incluso durante la catástrofe de la DANA los mismos medios de comunicación que alertan contra las mentiras se han dedicado a difundir varias de ellas

Es obvio que una parte de este enfoque es correcta. Es cierto que el funcionamiento inorgánico de las redes sociales permite una propagación más veloz y menos controlada de los bulos y las mentiras. De hecho, existe un partido político que ha obtenido dos eurodiputados en las últimas elecciones europeas únicamente mediante la utilización de este mecanismo. Sin embargo y al mismo tiempo, a nadie se le escapa que la argumentación que ofrecen los medios respecto de este asunto es también parcialmente incorrecta y obviamente interesada. Nadie que tenga ojos en la cara y que haya vivido en este planeta en los últimos años puede mantener que los medios de comunicación solamente ofrecen información veraz. Cualquiera que haya estado atento a la política española en la última década puede recordar fácilmente una veintena de bulos que han sido difundidos masivamente contra los partidos que amenazan el funcionamiento del régimen del 78 precisamente en las pantallas, las radios y las portadas de las grandes empresas de comunicación del país. Además, y aunque las redes sirvan para propagar bulos, también sirven para otra cosa que era mucho más difícil hacer antes de Internet: sirven para desmentir los bulos que propagan los medios de comunicación. Antes de las redes, era mucho más complicado para la ciudadanía en su conjunto señalar a los periodistas y los tertulianos que mienten sistemáticamente como parte de su actividad profesional y dirigir a las personas hacia las fuentes y los datos veraces que desmontan los bulos.

Pero es que incluso durante la catástrofe de la DANA los mismos medios de comunicación que alertan contra las mentiras se han dedicado a difundir varias de ellas. Ana Rosa Quintana —bien conocida por difundir bulos— ha dicho que la AEMET proporcionó datos erróneos de precipitación o que la Confederación Hidrográfica del Júcar no avisó de la crecida (cuando sus datos son públicos en Internet). Iker Jiménez ha sufrido una importante crisis reputacional por dar voz en su programa a un youtuber que fue cazado manchándose los pantalones de barro antes de empezar un directo y, mucho más grave, por difundir el bulo de que había un montón de muertos en el garaje subterráneo del Bonaire. Por su parte, mientras Antonio García Ferreras no para de alertar acerca de los bulos en su programa Al Rojo Vivo como si la gente se hubiera olvidado de que comentó al comisario mafioso Villarejo que le había dicho a Inda "Eduardo, yo voy con ello, pero es demasiado burdo" justo antes de difundir el bulo de la cuenta falsa de Pablo Iglesias en Granadinas, el telediario de la cadena que el propio Ferreras dirige dijo que el garaje del Bonaire era "una trampa mortal" y que habían encontrado cadáveres.

Por supuesto que la difusión masiva de bulos es uno de las principales amenazas contra la salud pública, la seguridad y la democracia. Pero aquellos medios de comunicación que los han estado propagando de forma masiva y muchas veces con una intención política espuria y muy concreta son los actores menos legitimados para combatir la mentira y no digamos ya para ofrecer un falso refugio de supuesta información veraz.

 

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