LADRONES DE ALMAS
‘Dahomey’ y la restitución de África
vista por Mati Diop
NAIEF YEHYA
Fotograma del documental Dahomey(2024).
/ Mati Diop
Las salas de colecciones de artefactos, obras y reliquias “exóticas” de los grandes museos europeos y estadounidenses son confesiones y evidencia del saqueo, de los botines coloniales y la apropiación cultural. Son una forma de legitimación y celebración de siglos de conquistas y despojo. Nos hemos acostumbrado a estos espacios, los hemos reivindicado e incluso defendido con aquel argumento de que por lo menos ahí están bien preservadas y cuidadas las obras, mientras que en sus lugares de origen estarían abandonadas y probablemente a la merced de otros saqueadores, coleccionistas privados y pillos sin escrúpulos. Hemos agradecido tener concentradas en una sola institución muestras fabulosas del arte, las tradiciones, y el folclor de pueblos remotos que quizá nunca visitaremos. Todo muy conveniente. El despojo no solamente normalizado sino también celebrado como un rescate, preservado en entornos que borran todo rastro de la violencia sanguinaria de la colonización. Así, tenemos hoy que el 90% del patrimonio cultural de las naciones subsaharianas está disperso fuera del continente africano.
Dahomey, un documental de apenas 67 minutos de la cineasta
franco-senegalesa Mati Diop, que ganó el Oso de Oro en el festival de Berlín y
fue parte del programa de la más reciente edición del Festival de Nueva York
del Lincoln Center, es una estilizada crónica del regreso en 2021 de veintiséis
piezas robadas del reino de Dahomey por las tropas francesas en 1892 que
fusiona elementos fantásticos con la observación del procedimiento de empaque,
transporte y desempaque de las obras y un vibrante debate de ideas. A la vez es
un concierto de voces, en el que por un lado tenemos la voz (en fon, el idioma
del reino extinto que aún se habla en la región) de uno de los objetos
artísticos y por el otro cuenta con un ágora emocional y racional en torno al
significado del despojo y del retorno de las obras. La estatua que habla es la
representación del rey Gezo (atribuida a los artistas Sossa Dede y Bokossa
Donvide), que gobernó de 1818 a 1858. Ese objeto, encerrado en el sótano del
museo Quai Branly, a la sombra de la Torre Eiffel, se llama a sí mismo por el
número 26 que le dieron sus captores, como prisionero que ha languidecido entre
muros anónimos y objetos polvosos que han perdido significado en un país
desconocido. Esta como las otras estatuas antropozoomórficas de los reyes
Behanzin y Glélé son fascinantes representaciones de los monarcas con atributos
animales: ave, león y tiburón.
Diop,
quien es sobrina del director senegalés Djibril Diop Mambety, saltó a la fama
con su debut en largometraje, Atlantique (2019), un drama
sobrenatural y poético sobre la “generación fantasma” (devastada por la crisis
económica y desmembrada por la inmigración) de Senegal, cargado de
connotaciones sociales sobre inmigración y el olvido de los muertos, que la
convirtió en la primera directora negra nominada a la Palma de oro en Cannes.
Al final ganó el Grand Prix del jurado y Netflix adquirió los derechos para
streaming.
A
través de su cine busca un reencuentro personal con la cultura africana y una
reflexión política en base y en contra de su educación y formación europea
Diop
rechazó la oferta hollywoodense de dirigir The Woman King, la cual se
estrenó en 2022, dirigida por Gina Prince-Bythewood y estelarizada por Viola
Davis. No pudo conciliar la idea de participar en una película en inglés sobre
el reino Fon, convencida de que aún en el mejor de los casos hubiera terminado
siendo otra visión hollywoodense condescendiente de la historia africana.
Aunque Mati no conoció realmente a su célebre tío, decidió “apropiarse de su herencia
fílmica”, a partir de su historia personal híbrida, de mestizaje racial (su
madre es francesa y su padre senegalés), nacional y cultural. Decidió
aprovechar la experiencia de haber flotado toda su vida entre dos realidades
distintas y antagónicas: la del colonizador y la del colonizado. A través de su
cine Diop busca un reencuentro personal con la cultura africana y una reflexión
política en base y en contra de su educación y formación profesional europea.
Le parecía prioritario continuar el trabajo de su tío, con su propio lenguaje
fílmico, sus herramientas y la perspectiva de continuar con su legado político
pero con la libertad de reinventarlo para el siglo XXI, especialmente en un
tiempo en que la mayoría de las representaciones que se tiene de África en los
medios son las imágenes de inmigrantes llegando a Europa o muriendo en el
intento. Este filme como el anterior Atlantique es un rescate de los
muertos, una oportunidad de permitir que la magia del pasado encuentre su
camino de regreso a una realidad opresiva, en este caso bajo el gobierno del
presidente (y descendiente de traficantes de esclavos) Patrice Talon quien
mantiene una estrecha relación con Francia.
En
2018, después de innumerables esfuerzos de artistas, activistas y diplomáticos,
el gobierno de Emmanuel Macron finalmente cedió y aceptó repatriar una serie de
obras robadas de varias naciones. Diop había planeado hacer una película de
ficción al respecto del robo y la restitución de ciertas piezas pero al
enterarse del inminente retorno de esas obras organizó en dos semanas la
filmación. La directora obtuvo los permisos y financiamiento del gobierno de
Benín que requería y comenzó a filmar dando el papel central a los propios
artefactos en lo que sería una película “narrativa y no un simple documental”.
A medida en que iba filmando y editando fue afinando su visión al trabajar en
diferentes niveles, desde la fotografía de la extraordinaria Joséphine
Drouin-Viallard (quien realizó una labor excelsa particularmente al filmar la
llegada de las obras al aeropuerto), el diseño del sonido, la música
electrónica de Wally Badarou y los textos. Esa parte culmina con la instalación
de las obras en el antiguo edificio presidencial, en la ciudad de Cotonou,
donde tiene lugar un evento oficial con la presencia de dignatarios y
burócratas. El regreso “a casa” de las piezas da lugar a una serie de dilemas y
cuestionamientos que ponen en evidencia lo irreparable que es la destrucción de
un mundo y la manera en que el colonialismo ha conformado la actualidad. El
reino de Dahomey no existe más y en su lugar está la República de Benín. ¿Hasta
qué punto el regreso es simplemente una campaña política o propaganda
nacionalista? Y si es así, ¿eso disminuye la importancia de que esos tesoros
sean recuperados? También es importante preguntarse si estamos ante objetos
artísticos o rituales, religiosos o comerciales. Diop dijo que su motivación
fue: “Hacer una película que restaurara nuestro deseo por nosotros mismos”,
como escribe Julian Lucas en su entrevista en la revista New Yorker.
La
voz de Gezo fue diseñada a partir de varias pistas de audio con reverberación
profunda, como un eco telúrico y sobrenatural, pero a la vez nostálgico (un
sonido diseñado por Corneille Houssou, Nicolas Becker y Cyril Holtz). Es la voz
de un prisionero en las catacumbas de la civilización durante la interminable
noche de la pesadilla colonial, que retumba como un rugido imponente y a la vez
imposiblemente remoto. “Me perdí en mis sueños, convirtiéndome en uno con estos
muros, aislado de la tierra donde nací como si estuviera muerto”. Lo que más
deseaba Diop era crear una textura al entretejer diferentes tonos, que
reflejara a “la comunidad de almas, desde el tráfico de esclavos hasta los
migrantes contemporáneos”, como señaló en su entrevista con Jasmine Vojdani,
para Vulture. Para lograr ese efecto incorporó dos voces
masculinas y una femenina, sintetizadas para que a la vez sonara antigua y
moderna, casi robótica y así se alejara de los clichés folclóricos
occidentales, con sus ilusiones estáticas de las tradiciones y los ancestros
africanos. Los textos en voz de 26 fueron escritos por el novelista y poeta
haitiano Makenzy Orcel, a quien escogió por ser heredero del tráfico humano que
llegaba a esa isla del Caribe desde el golfo de Benín. Gezo expresa el temor
tan recurrente en los exiliados e inmigrantes de cualquier parte que después de
largas temporadas en el extranjero se preguntan como él: “Me debato entre el
miedo a que nadie me reconozca y el de no reconocer nada”.
El
regreso “a casa” da lugar a una serie de dilemas evidencian lo irreparable que
es la destrucción de un mundo y cómo el colonialismo ha conformado la
actualidad
La
cineasta y actriz concibió la cinta como una especie de ópera con dos coros,
por un lado con la voz fantasmal del pasado y por el otro con la apasionada
participación de jóvenes en el debate, como la voz del futuro. La brillantez
del filme radica en la manera de entretejer lo fantástico con lo mundano y la
energía creativa y crítica de los jóvenes. Las obras son en realidad el
pretexto para dar voz a los jóvenes y permitirles expresar la visión que tienen
de su cultura, su país y su propio papel en la historia. Esa es la parte más
vibrante de la cinta, el encuentro vivaz, animado y por momentos apesadumbrado
pero valiente en el que los participantes, estudiantes de la universidad de
Abomey-Calavi, desafían a la censura imperante en el Benín contemporáneo. Este
debate es mucho más interesante que poner a expertos, políticos o historiadores
a reflexionar sobre el tema. Son los jóvenes quienes han sido despojados de su
pasado y en cierta forma están siendo robados de su futuro. Esta asamblea fue
organizada por Diop, quien planeó este encuentro (que en realidad fueron tres
eventos), llevó a cabo castings, eligió el lugar más cinemático para llevarlo a
cabo, escribió las preguntas y puso a un colega director a moderar, sin
embargo, lo dejó tener vida propia y al editarlo descubrió lo que realmente
inquietaba y fascinaba a la juventud.
En
el debate público las opiniones van de reacciones profundamente emotivas, como
quien lloró frente a las obras durante quince minutos o quien tiene la
percepción fatalista de que: “Lo que se robaron fue nuestra alma”, a los que se
preguntan ¿Para qué y por qué ahora? Muchos ponen en entredicho la retórica y
el triunfalismo oficial. Unos consideran que esta restitución es un insulto, un
gesto magnánimo de generosidad, una reivindicación y reconocimiento cínico del
saqueo, una triste consolación, un pequeño soborno, casi una forma de
restregarles en la cara la impunidad del colonizador que de paso hace cómplice
al gobierno de Benín. Esta conversación es un proceso colectivo de reafirmación
de valores, de reencontrar la identidad en el marasmo cultural contemporáneo:
“Me habían dicho que era descendiente de esclavos, ahora sé que desciendo de
amazonas”.
Es
difícil considerar esta recuperación algo más que un acto simbólico ya que
alrededor de siete mil objetos, algunos robados del propio palacio real,
permanecerán en Francia y en otros lugares. Originalmente estas obras eran llevadas
a Occidente y pasaban a almacenarse en museos de antropología o en colecciones
de curiosidades donde aparte de proveer distracción y entretenimiento a
públicos que en general desconocían todo de su historia, sirvieron de
inspiración a los artistas modernos como Henri Matisse, Pablo Picasso, Georges
Braque, Amedeo Modigliani, Paul Klee y Ernst Ludwig Kirchner entre otros que
eventualmente copiaron o adoptaron la estilización de los cuerpos y rostros de
esas obras y crearon las primeras corrientes de los modernismos, incluyendo el
cubismo.
Las
obras son en realidad el pretexto para dar voz a los jóvenes y permitirles
expresar la visión que tienen de su cultura
Diop
quiere a su vez regresar a África con su cine, sin embargo, eso no es una tarea
fácil ya que las salas de exhibición son cada vez más escasas y el interés
usualmente está en producciones hollywoodenses. Además, hay un solo cine en
todo Benín. Una de las tragedias del colonialismo es que la destrucción de los
sistemas de vida y la imposición de modelos europeos deja a los jóvenes estados
postcoloniales fragmentados por fronteras ajenas, saqueados y atrofiados, en
una condición de infantilización impuesta. Benín se independizó hace apenas 64
años de Francia y es uno de los países más pobres del planeta (en el lugar 163
de 189). El cine de Diop aspira a tener un impacto político, pero sabe que la
efectividad del medio para alcanzar al público y diseminar ideas es limitada y
cuestionable.
Es
importante mencionar que una de las piezas regresadas es un trono que en su
base está adornado por decenas de figuras que representan esclavos.
Precisamente bajo el reinado de Gezo el reino de Dahomey estableció su
identidad y poder al conquistar naciones vecinas, secuestrar personas y
venderlas. El tráfico humano era uno de los grandes negocios del imperio y fue
el origen de una importante riqueza Eso añade una controversia más que Diop no
ignora y que complica la interpretación del pasado, así como la supuesta
inocencia y victimización de un pueblo colonizado.
Por
ahora la Asamblea Nacional francesa ha suspendido el programa de restitución
cultural, debido a la influencia de extrema derecha y por el distanciamiento
que han tenido algunos regímenes africanos con París. Las veintiséis estatuas
repatriadas ahora languidecen de nuevo en cajas mientras se termina la
construcción del museo que las albergará. Esto nos obliga a preguntarnos qué
sucedería si se regresaran las restantes siete mil piezas. Es de imaginar que
eso sería una pesadilla logística, una carga descomunal en términos de gestión
y recursos, costo e implicaciones. Eso es lo que quiere decir que un mundo está
roto, que aún las tareas que supuestamente están encaminadas a restituir lo
robado, a enmendar los crímenes y la ausencia de justicia resulten imposibles.
De cualquier manera, Diop considera que este acto es parte de una “marcha
irresistible” que cambiará el orden y las percepciones del mundo.
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