LA RESISTENCIA
Reconstruir la cultura interna
del Partido Demócrata va a ser la tarea más complicada de los próximos cuatro
años
Trump, eeuu, hegemonia,
imperialismo. / Pedripol
La
derrota que sufrió Kamala Harris el 5 de noviembre es difícil de encajar, cómo
no, pero una vez pasado el choque habrá que prepararse para cuatro años duros
–ojalá solo sean cuatro– de resistencia y reconstrucción a la sombra de un
trumpismo desatado. ¿Cuáles serán las bases de esa labor?
Durante el primer mandato de Donald Trump, había motivos para confiar en la integridad de las instituciones del Estado –el funcionariado, la judicatura, incluso el Congreso– y su capacidad de ofrecer un muro de contención. Esta vez, esas instituciones están más vulnerables, más comprometidas, más infiltradas por elementos trumpistas que buscan debilitarlas desde dentro. Las personas íntegras que aún quedan a todos los niveles administrativos –y que, por cierto, incluyen algunos nombrados por el primer Trump– serán, a su vez, objeto de ataques y purgas en los meses que vienen. Habrá que identificarlas y brindarles nuestro apoyo, porque la resistencia no será nada sin aliados en las administraciones: funcionarias y funcionarios que se nieguen a sacrificar o pervertir los valores republicanos.
Un
segundo pilar para la resistencia lo constituyen, desde luego, los medios. El
día después de las elecciones, el director de la revista The New Yorker, David
Remnick, difundió un mensaje de vídeo en que recordaba que la
misión principal de la prensa es presionar al poder y prometió realizar esa
misión con máximo rigor. Aunque los primeros años de Trump en la Casa Blanca
dieron una inyección de vitalidad –lectores, suscriptores– al cuarto poder,
aquí también el paisaje se ha complicado porque la presencia relativa del
periodismo en las redes sociales –en manos de Musk y otros– ha disminuido. Las
redacciones tendrán que ir en busca de otras formas de llegar a un lectorado
cuyos miembros más jóvenes están cada vez menos inclinados a acercarse por
voluntad propia a sus páginas. Más importante, quizá, será el reto de encontrar
otro ángulo crítico para reportar sobre el trumpismo que evite la fascinación
incrédula y que predominó durante el primer mandato de Trump, pero también el bothsideism,
la equidistancia y la falsa neutralidad. Ahí la prensa tendrá que enfrentar
su dependencia de la patronal –sus propietarios millonarios– como ya vimos en
el caso del Washington Post, ese hobbyde Jeff Bezos.
Un
tercer pilar es la sociedad civil, que a pesar de todo sigue siendo muy
vigorosa en Estados Unidos. El país cuenta con una enorme red asociativa y
activista basada en valores progresistas compartidos, desde la millonaria Unión
de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), a asociaciones
profesionales y de vecinos y –cosa que se suele olvidar– miles de comunidades
religiosas progresistas (protestantes, católicas, musulmanas, cuáqueras, etc.)
que, entre otras iniciativas, han montado infraestructuras locales de apoyo a
los inmigrantes indocumentados por todo el país. Los sindicatos están en auge y serán
una base importante de resistencia organizativa, a pesar de que parte de su
afiliación, castigada por décadas de neoliberalismo, votó a Trump. Las escuelas
y universidades del país se podrán preparar para un aluvión de ataques sin
precedentes –J.D. Vance, en particular, les tiene mucha inquina– pero aquí
también contamos con una larga tradición de resistencia basada en el rigor, a
pesar de la dependencia cada vez mayor de dinámicas y
reflejos empresariales.
En
todos estos campos de batalla, será clave no confundir el rigor y la integridad
con el profesionalismo. A fin de cuentas, la derrota de Kamala Harris ha sido
también la derrota de la política profesionalizada. Harris contaba con un
equipo superior en todos los aspectos, con más expertos y una pericia más
rigurosa; sus mensajes y encuentros estaban mejor producidos. La campaña de
Trump, en cambio, era una chapuza en toda regla. Pero toda la profesionalidad
de la campaña demócrata no ha sido capaz de esconder su dolorosa falta de
integridad, rigor y consistencia éticos y políticos –la hipocresía, en fin,
desde la ceguera ante el genocidio en Gaza al papel demócrata en
el auge de la desigualdad social durante medio siglo de políticas
neoliberales–. Bien mirado, reconstruir la cultura interna del Partido
Demócrata quizá sea la tarea más complicada de todas y me temo que tardará más
de cuatro años.
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