domingo, 12 de diciembre de 2021

EL CLIENTE NO SIEMPRE TIENE RAZÓN (NI DEBE SER UN GILIPOLLAS)

 

EL CLIENTE NO SIEMPRE TIENE RAZÓN

(NI DEBE SER UN GILIPOLLAS)

GERARDO TECÉ

Cartel de atención al chivato de Carrefour.

El cliente siempre tiene razón. Este mantra tan popular, además de ser idiota es mentiroso. Cualquiera que se haya tenido que pelear con el seguro del hogar o reclamar una factura del teléfono o la luz, sabe que, incluso teniendo razón, uno suele quedarse habitualmente con el culo al aire. Lo que quiere decir la frase, aunque los gurús de mercado eviten explicarlo en sus conferencias, es otra cosa. Quiere decir que, si usted consume, tiene vía libre para tratar mal a los trabajadores mal pagados que se encuentre en su camino. Que el empleado a ras de suelo deberá siempre responder con una sonrisa frente a los malos modos producto o no de su frustración.

 

Hay a quien esto le pone. No es para menos. Tratar mal al conductor del autobús, a la cajera del supermercado, al repartidor a domicilio o a la telefonista, nos permite por un instante abandonar la maltratada clase trabajadora que madruga para pagar facturas para convertirnos en una clase alta con derecho a todo. Incluso a tener la razón siempre. Algún día, cuando la ciencia se ponga en serio, descubrirá que eso de la clase media es una sensación ambiental resultante de la media aritmética entre madrugar y ser pisoteado como clase trabajadora y llegar al bar y pisotear al camarero creyendo ser clase alta.

 

De un tiempo a esta parte, en una evolución magistral del sistema, además de poder tratar mal a los trabajadores teniendo siempre la razón, se nos permite hacerles a las empresas el trabajo sucio de gestionar los recursos humanos. Valore a nuestro empleado del cero al diez y si su nota es negativa lo despediremos sin importar que el tipo anoche tuviera que bajar de madrugada a la farmacia a comprar medicinas para el bebé. En el desmelene absoluto, y confiando plenamente en nuestra capacidad para alienarnos como seres humanos, la última tendencia es que el consumidor pueda chivarse directamente a la dirección de una gran empresa si percibe baja productividad. Ponerle un látigo, como en el ejemplo de esta foto tomada en Carrefour. Si su dinero no está en nuestras manos en menos de dos minutos, háganoslo saber. Abriremos una investigación, a ver si Mari Carmen se distrajo de charloteo o, peor aún, fue al baño provocando una pérdida de beneficios irreparable. Espero que alguien haya escrito a ese número protestando por los cientos de despidos de la multinacional francesa en su servicio de atención al cliente, pero me temo que en ese caso al cliente no se le dará la razón.

 

Hay materia prima para que triunfe este modelo basado en el imbécil dispuesto a creerse VIP. Lo vemos en el trato a la señora que limpia por cuatro duros las escaleras de la oficina. Lo vemos en quien, por consumir una Coca-Cola en una terraza, cree que camareros desbordados por horarios inhumanos y falta de personal pasan a ser sus esclavos. Lo vemos cada vez que escuchamos que las personas que trabajan de cara al público deben ser robots sin un mal día. Son fechas de comidas, tiendas y consumo. Recuerden que por muchos recursos que el dueño de la granja ponga a su disposición no es usted propietario, sino vaca ordeñada. Recuerde que el cliente no siempre tiene la razón frente al trabajador. Y que, además, no debe comportarse como un gilipollas.

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