TRIUNFO, EL ICONO DE
LA PRENSA ANTIFRANQUISTA
IGNACIO FONTES
Hace 42 años desapareció el semanario
posibilista de la oposición a la dictadura, símbolo de una generación que se
disponía a tomar las riendas de su futuro.
El otro Memorando - Hernán Cortés, el
héroe canalla
El centenario del nacimiento del periodista y escritor republicano Eduardo Haro Tecglen (Pozuelo de Alarcón, Madrid, 1924-Madrid, 2005), nos permite rememorar el emblemático semanario Triunfo, pues fue uno de los pilares más reconocidos de la desaparecida revista antifranquista. Hace 42 años, 36 después de su nacimiento el 2 de febrero de 1946 y ya asentada la democracia por la que tanto luchó, en julio de 1982 salió a los quioscos el último número de Triunfo. ¿Por qué desaparecía un medio de comunicación para el que nunca estará mejor aplicado el gastado adjetivo de emblemático de una época? Entre otras razones, quizá pueda resumirse en esa palabra: época: Triunfo desapareció con una época, la suya, que también desapareció.
Por aquel entonces del crecimiento de la
efervescencia antifranquista, el 9 de junio de 1962, Triunfo iniciaba su
tercera, penúltima y más exitosa etapa de su existencia de 78 años. La revista,
inicialmente de cine y espectáculos, había aparecido en Valencia el 2 febrero
de 1946, fundada por dos jóvenes periodistas, José Ángel Ezcurra(Orihuela,
Alicante, 1921-Madrid, 2010) y Vicente Coello (Valencia, 1915-Madrid, 2006),
aficionados al cinematógrafo –Coello fue el primer director de la revista y
sería guionista de Atraco a las tres (José María Forqué, 1962), entre una
cincuentena de filmes españoles de los 60–. Tuvo un éxito inmediato y para que
creciera, Ezcurra la trasladó a Madrid en 1948, rodeado de un equipo de jóvenes
cineastas, teatrales y críticos como Berlanga, Bardem, Monleón, Azcona..., que
serían punteros en su oficio en las décadas siguientes y con los que fundaría
otras revistas: el mensual de teatro Primer Acto (1957) y Nuestro Cine (1961),
dos memorables revistas especializadas que le impulsan a progresar en su idea
de hacer de Triunfo un semanario “de interés general”.
El éxito despertó las ambiciones del
aparato mediático del Movimiento, cuyos prebostes de Prensa y Propaganda
ofrecieron integrarla en la cadena, precisamente de lo que Ezcurra quería
liberarse, pues planeaba convertir la revista de cine en una de la información
más o menos general que podía hacerse, pero comprende que ha de buscar capital
que de alguna manera blinde una empresa más fuerte que la suya personal.
A la vanguardia de mano del fascismo
Dinero y blindaje que encontró en otro
gran empresario de la comunicación, en este caso de la publicitaria: Jo Linten,
un belga rexista, el partido fascista de León Degrelle colaboracionista con los
nazis, que tras la guerra mundial se había exiliado en España, como su líder, y
que será uno de los publicitarios que con Moro, Pomés, etcétera, abordó desde
finales de los 50 la renovación de la publicidad española y fundó Movierecord,
una de las primeras empresas en utilizar a fondo los medios audiovisuales y que
marcará un hito en la modernización del mensaje publicitario para una dictadura
que comenzaba una etapa de desarrollismo económico: “A market named Spain”,
como rezaba el eslogan que Ezcurra le regaló a Linten: “Un mercado llamado
España”.
El 9 de junio de 1962 comienza la
segunda época de Triunfo, editada por una nueva empresa, Prensa Periódica,
S.A., con una nueva numeración, aunque este número 1 se acompaña de “Año XVI”,
recordando los orígenes. Ezcurra trató de cambiar el nombre por el polisémico
Objetivo, título de una revista de cine creada en 1953 por Juan Antonio Bardem,
Luis García Berlanga, Eduardo Ducay y Ricardo Muñoz Suay, que Ezcurra dirigió
desde 1955 hasta su cierre gubernativo, junto con las universitarias del SEU
Alcalá y Haz e Índice e Ínsula como consecuencia de la crisis universitaria de
1956, que terminó con la política aperturista del ministro de Educación Joaquín
Ruiz-Giménez. Pero Linten no quiso prescindir del prestigio acumulado por la
marca; los grafistas de Movierecord cambiaron el punto de la i de Triunfo por
una estrella asimétrica que remitía al mundo del cine (y que, más adelante,
sería denuncia reiterada del fascismo, que, ignorantes como suelen, la
identificaban con el símbolo comunista).
La idea era hacer de Triunfo un magacín
ilustrado, en la línea del exitoso Paris Match francés, versión europea del
mítico Life norteamericano. Pero, claro..., con medios a la española, es decir,
poca Redacción, pocos gastos, poca inversión en producción y publicidad..., por
lo que la revista evoluciona más hacia un semanario de opinión que de
información, tendencia que se afianzará definitivamente cuando Ezcurra recupere
en 1969 el control total de su empresa. Y también de contenidos ‘a la española’
de los siniestros tiempos que se vivían: eludiendo la información
nacional.
Y aún distaba de ser la vanguardia
cultural que será. A ese respecto, al reaccionarismo social arrastrado desde la
postguerra, se refiere el cantante Camilo Sesto con una anécdota significativa
fechada en 1962: “La gente mayor no solo no nos entendía, sino que tampoco les
gustábamos. En un recorte de la revista Triunfo, de diciembre de 1962, leía
esta tontada: «Se levantan, chillan, marcan unos compases, se vuelven a sentar;
silban cuando un número les gusta; la tradicional costumbre de la ovación
española para premiar una actuación que ha sido de nuestro agrado, es
sustituida en esta ocasión por el silbido ululante, por el pateo rítmico, en la
mejor tradición del show americano». Se referían las noticias y las fotos
escandalosas a lo que estaba ocurriendo en el Circo Price, de Madrid [las
populares matinales musicales]”.
La atención a toda innovación o avance
en la política, la sociedad y la cultura, el convertirse en un medio de
comunicación abierto a todas horas, como el poema de Alberti, será un proceso
gradual a lo largo de la década 1965-1975. Especialmente, el último lustro,
cuando, con la incorporación de señalados periodistas, como el propio Haro
Tecglen, Manuel Vázquez Montalbán, el trío de economistas que firma Arturo
López Muñoz, Enrique Miret Magdalena, Luis Carandell, Ramón Luis Chao,
etcétera, la información nacional crítica encuentra su sitio en las páginas del
semanario. La mítica serie de Vázquez Montalbán “Crónica sentimental de España”
(septiembre, 1969) hace crecer no solo el prestigio de Triunfo sino, lo que es
más importante en ese momento, las ventas, pues Movierecord quiebra y cae en
las ávidas fauces bancarias del Opus Dei.
Pero antes, el gobierno ya sabe que
Triunfo no es partidaria (del franquismo): en 1966, un Manuel Fraga que, al
frente del ministerio de Información y Turismo desde julio de 1962, ya ha hecho
una limpia de las publicaciones más o menos oficiales a las que teme que se
amparen en la nueva ley de Prensa e Imprenta para maquillar los estrechos
límites de la expresión, pide a Ezcurra que, con vistas al referéndum de los
XXV Años de Paz (Ley Orgánica del Estado, 14 de diciembre de 1966), Triunfo publique
una foto “del caudillo” en portada: “como todos los demás semanarios”, les
advierte. Ezcurra le da excusas –“Pude improvisar un par de pretextos”,
recuerda, “para rehusar tan apremiante petición: «nuestros lectores podrían
entenderlo como una imposición política»”– y Fraga, consciente de que no se van
a plegar a sus caprichos propagandísticos, levanta airado la reunión: “Esperaba
otra respuesta. No tengo más que decir”. Pero la afrenta queda apuntada y
guardada por los funcionarios del totalitarismo.
El Opus editaba otro semanario
ilustrado, La Actualidad Española, y los sueños húmedos de los nuevos
propietarios de Movierecord traman la fusión de ambos para desactivar Triunfo,
al que odiaban principalmente por los artículos del teólogo seglar Enrique
Miret Magdalena, cuya idea de una Iglesia católica progresista era
absolutamente contraria a la que predicaba la secta integrista.
“El Triunfo de las luces”
Ezcurra logra desbaratar la operación
del Opus y convertirse en dueño único de la revista y de sus deudas, gracias a
la inesperada ayuda de un insólito admirador de Triunfo, el acaudalado Arturo
Fierro Viña, presidente de un poderoso grupo financiero y bancario fundado por
su padre Ildefonso Fierro. Triunfo se convierte en el referente mediático de unas
generaciones que advierten al franquismo: somos los protagonistas del inmediato
futuro. Bajo el principio del “predominio de la razón ideológica sobre la razón
económica” que mantendrá el semanario a lo largo de su existencia, comienza lo
que los directores del semanario califican de “el Triunfo de las luces”.
Con unos funcionarios de la dictadura
empeñados en fundir esas luces.
A la sombra del ominoso artículo 2 de la
ley de Prensa de Fraga –que, como el artículo 33 del Fuero de los Españoles,
permitía convertir en papel mojado la supuesta libertad que manifestaba–,
Triunfo será salvajemente represaliado con expedientes y secuestros “por
aquella autoridad de entonces, tan implacable como incompetente...”, escribió Ezcurra,
“el Poder, lo sabíamos, vigilaba a Triunfo que avanzaba con creciente éxito en
la realización de su proyecto”.
1971 fue un año de grandes agitaciones
sociales –el diario Madrid cerrado y camino de ser dinamitado, loa coletazos
del Proceso de Burgos, las luchas obreras y estudiantiles, la creación de la
Assemblea de Catalunya...–. El semanario, atento a las inquietudes sociales,
editó un número extra sobre la crisis del matrimonio y en el que se
reivindicaba el divorcio (artículos de Jesús Aguirre, Lidia Falcón, Carmen
Martín Gaite...). A propuesta del nefasto ministro de Información Alfredo
Sánchez Bella, de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y del Opus
Dei, el consejo de Ministros dictó una multa bárbara de 250.000 pesetas e
impuso cuatro meses de suspensión, máximas sanciones que contemplaba aquella
ley de Prensa que aún nos rige hoy, con sus casi 60 años y su pinta de zombi de
carnes desgarradas cubiertas de harapos.
La esperanza de la dictadura era quebrar
la revista, más que por el importe de la multa (unos 40.000 euros actuales)
cortando los ingresos por ventas y publicidad. Ezcurra se alzó contra la
arbitrariedad y sacó a la calle una revista de humor, Hermano Lobo, que palió
la angustia económica con su gran éxito instantáneo y ayudó a salvar el bache
del castigo autoritario. La ciudadanía progresista se volcó, además, en lograr
la supervivencia de la que ya era una de sus señas de identidad y las
suscripciones subieron de 2.000 a 10.000.
La ‘generación Triunfo’ fue un fenómeno
político de honda trascendencia sociológica y política en los últimos años de
la dictadura. El citado Enrique Miret Magdalena cuenta una anécdota
estremecedora: “Estaba yo trabajando en una oficina que tenía en la industria
de mi familia y me entregan una carta que había traído una señora. Abro la
carta, la empiezo a leer y digo que pase esta señora. La carta era de un
condenado a muerte en la que me decía lo siguiente: «Estoy condenado a muerte,
cuando usted reciba esta carta ya me habrán fusilado, pero le voy a decir una
cosa para su satisfacción: Mi mujer me traía escondida entre la ropa,
recortados, los artículos de la revista Triunfo y a mí me han ayudado a morir
con dignidad, y se los pasaba a otros condenados y a todos les ayudaba. De
manera que sepa usted que éste es mi testamento, que esto les ha ayudado”. “En
muchos lugares de España”, dijo Vázquez Montalbán, “llevar Triunfo debajo del
brazo era una manera de reconocerse y pensar que no se estaba solo”.
El profesor Gabriel Plata denomina la
etapa de 1962 a 1968, la etapa que el semanario aparece asociado a Movierecord,
como la de “despegue y crisis de la cultura progresista”: estando prohibido
hablar sobre política nacional si no era de manera sumisa, se acude a la
política internacional y al análisis de sus sociedades más que con objeto de
conformar la cultura política democrática –lo que sería atribuir un afán
pedagógico a Triunfo a lo que no fue sino uno de los efectos de su trabajo– con
el de trazar paralelismos y reivindicar libertades propias. Y de “la madurez de
la cultura progresista” al periodo que abarca desde finales de los 60 hasta
1975, en el que Triunfo acercó a los lectores españoles desde las nuevas
tendencias –la liberación de la mujer y de la sexualidad, la evolución de los
modelos tradicionales de la familia– a los conflictos bélicos y sociales y los
grandes debates políticos y filosóficos..., en su mayor parte del extranjero,
claro (La razón romántica: la cultura política del progresismo español a través
de Triunfo (1962-1975), 1999).
A la primera sanción siguió otra en
1975, cuando el régimen se revolvía como una fiera herida ante la ruina moral y
física del dictador. El gran psiquiatra cordobés José Aumente Baena (1922-1966)
–un gran andalucista, fundador de la revista Praxis, Revista de higiene mental
de la sociedad, que trató de ser una plataforma de diálogo de marxismo y de
cristianismo hasta que fue cerrada por el gobierno en 1961– publicó un artículo
en Triunfo: “¿Estamos preparados para el cambio?” (núm. 656, 26 de abril de
1975). Las autoridades, no, desde luego: una nueva multa desorbitada y otros
cuatro meses de suspensión aseguran el silencio de Triunfo cuando Franco expira
por fin.
De modo que lo que la dictadura viva no
consiguió en 1971, quebrar la publicación, lo logró el franquismo en
descomposición, que así, entre tantos otros signos, sobrevivía a la muerte de
Franco. Y en esta ocasión, con un mercado mucho más competitivo por el cambio
en los gustos lectores hacia un periodismo más informativo y menos opinante. Ni
siquiera la nueva creación de Ezcurra, el mensual Tiempo de Historia (1974),
dirigido por Eduardo Haro Tecglen, supuso el fomento caliente que fue Hermano
Lobo en su día. El 10 de enero de 1976 reapareció Triunfo con 160.000
ejemplares de tirada –su récord- y una portada tipográfica con “La respuesta
democrática” como única leyenda (núm. 676).
Del “Triunfo de las luces” al “Triunfo
póstumo”
La ausencia informativa de Triunfo en el
agitado cuatrimestre de septiembre a diciembre de 1975 y en la ocasión más
esperada –y deseada–, el Gran Óbito, fue decisiva para torpedear su
continuidad.
Desde 1974, otros semanarios,
principalmente Cambio 16, simulando creerse el llamado “espíritu del 12 de
febrero”, el programa político calificado de ‘aperturista’ del gobierno de
Carlos Arias Navarro, presidente del último gobierno de Francisco Franco
–“Carnicerito de Málaga”, lo apodó el malogrado Cuco Cerecedo en su mítica
serie Figuras de la Fiesta Nacional (Diario 16, 1977), por su cruento desempeño
como fiscal militar en la ciudad andaluza–, venían llevando al límite, entre
secuestros, censuras y sanciones sin cuento, la lay de Prensa de Fraga con un
estilo nuevo, moderno, alejado del análisis y decididamente informativo. Son
cuatro meses de frenética actividad desde la primera enfermedad de Franco, la
tromboflebitis: la asunción de la jefatura del estado por el príncipe Juan
Carlos, la entrega del Sahara, los últimos fusilamientos de Franco del 27 de
septiembre, los pronunciamientos del ‘búnker’ inmovilista, las asociaciones
políticas, la destitución del ministro aperturista Pío Cabanillas y la dimisión
de solidaria del de Hacienda Antonio Barrera de Irimo, el congreso de Suresnes
del PSOE que orilla a la vieja guardia socialista republicana, la separación de
la Iglesia del cadáver andante del dictador, la aparición de la Unión Militar
Democrática, el incremento del terrorismo etarra... Y, por fin, el último parte
del “equipo médico habitual”, emitido a las 5.30 de la madrugada del 20 de
noviembre de 1975: “Enfermedad de Parkinson. Cardiopatía isquémica con infarto
agudo de miocardio anterosepial y de cara diafragmática. Úlceras intestinales
agudas reincidentes con hemorragias masivas reiteradas. Peritonitis bacteriana.
Fracaso renal agudo. Tromboflebitis ileo-femoral izquierda. Bronconeumonía
bilateral aspiratoria. Choque endotóxico. Parada cardiaca”. Fin.
En esos cuatro meses en los que ya se
olía el aire libre al final del túnel, los lectores fueron abandonando Triunfo
para pasarse a las nuevas publicaciones. La seña de identidad de la nueva
generación era Cambio 16: parece lógico que los lectores españoles del 74
prefirieran las siete líneas que escribió Pepe Oneto para la sección de Carmen
Rico-Godoy, Personal (4 de agosto de 1974) sobre la pelea entre el yerno de
Franco, el marqués de Villaverde, y el médico del dictador, el doctor Gil, en
los pasillos del Hospital del Generalísimo, hoy Hospital Gregorio Marañón,
durante la tromboflebitis del ídem, que, por ejemplo, “La Universidad actual:
una perspectiva filosófica”, de Ludolfo Paramio (Triunfo, núm. 620, 17 de
agosto de 1974)...
Y con los lectores, también se fue la
publicidad hasta ser insostenible la continuidad. Hubo acercamientos
políticos para que superviviera la marca, unas mejor intencionadas que otras:
Javier Solana le transmitió el deseo de Felipe González de subvencionar la
revista símbolo del antifranquismo: “Toda mi generación”, le dijo a Ezcurra,
“debe muchísimo a tu revista: ha sido como nuestra guía moral, ideológica,
cultural, intelectual; hemos leído los libros y acudíamos a los cines y teatros
que recomendabais. Es decir, somos algo así como la generación de Triunfo (...)
hay que hacer lo que sea para que no desaparezca”. Ezcurra le contestó “Que no
creía en la prensa de partido y que Triunfo —y él mismo ya había referido lo
que significaba—, su trayectoria, no podía ni merecía terminar en la condición
de publicación subvencionada por una opción política; es decir, perder la
independencia a cambio de la subsistencia”. A Joaquín Garrigues Walker,
ministro de Obras Públicas y Urbanismo de Adolfo Suárez, ni siquiera le dio
razones sino un tibio agradecimiento y un contundente rechazo cuando también le
ofreció subvenciones, porque “no se puede permitir que un órgano de tal
prestigio desaparezca (...): Se haría todo como tú dispusieras, para eso eres
un profesional que disfrutas de gran prestigio. Pero con una sola condición:
Adolfo Suárez es intocable. El y su política, claro”.
El último número de Triunfo, el 911,
apareció el 12 de julio de 1980: “(...) las campanas doblaron por aquella obra
colectiva de mil semanas. La publicación que había resistido a la censura, a la
represión y a la mordaza del franquismo, agonizaba en plena democracia y —oh,
paradoja!— expiraba tres meses antes de que la izquierda de entonces, hoy sólo
nominal, obtuviera la mayoría absoluta en las elecciones generales de octubre
del 82”, escribiría José Ángel Ezcurra años después.
El cierre de Triunfo, a los dos años de
que también hubiera de cerrar otro medio icónico del antifranquismo, Cuadernos
para el diálogo (1978), fue un duelo nacional por la pérdida de una voz
independiente, de inequívoca significación democrática. Cientos de voces se
lamentaron públicamente. El viejo profesor Enrique Tierno Galván, entonces
alcalde de Madrid, puso el epitafio: “Han pagado un alto precio por la libertad
que contribuyeron a traer. Durante algún tiempo fueron las únicas ventanas en
un muro compacto que no dejaba entrar la luz” (Cabos sueltos, 1981).
El desencanto político, la evolución de
los gustos lectores y las necesidades informativas de la acelerada sociedad española
de la transición, la “implacable selección natural (...) ha eliminado a Triunfo
de la evolución de esta especie comunicacional”, entre otras causas de su
desaparición –como la escisión de los comunistas del semanario, desde el
redactor-jefe César Alonso de los Ríos a Vázquez Montalbán para fundar otro
semanario, La Calle (1978)– , no empañaron que “Uno de los más importantes
logros de Triunfo fue el de contribuir decididamente a la recuperación de la
memoria histórica de nuestro país (...) un pueblo necesita, debe, conservar su
memoria. De esa memoria forma parte también, como significativo episodio,
Triunfo. Y es memorable” (José Ángel Ezcurra, Crónica de un empeño dificultoso,
1994).
Y en el último editorial, “una salida de
urgencia para una situación agónica”: convertir el semanario en mensual, el
“Triunfo póstumo”, como lo llamó Ezcurra, animado por los éxitos del
reaparecido Life norteamericano y el Actuel francés. No funcionó: Triunfo
mensual apareció en noviembre de 1980 y, veintiún meses después, cerró
definitivamente en agosto de 1982.
Por tercera vez reiniciaba su numeración
desde el número 1 de Triunfo: el tercer número 1 de la misma revista con
idéntico título, no creo que haya otra publicación con esta particularidad: e
primero, en Valencia (1946); el segundo, con Movierecord (1962) y con el
póstumo, en 1980.
Y es que Triunfo fue, en verdad, un
número 1.
Post scriptum.– Conocí a Eduardo Haro
Tecglen, el subdirector de Triunfo, cuando empezaba a escribir en los
periódicos, por entonces sobre tebeos –en seguida, cómics–, una parcela rara en
la prensa que me aceptaban –en Cuadernos para el Diálogo, Informaciones...–
porque, además de original, modernizaban el contenido de sus
publicaciones. Empecé a publicar en la sección ‘Artes, Letras, Espectáculos’
y en una ocasión que llevé un artículo, Eduardo Haro salió de su despacho a
conocerme con curiosidad: no sé si esperaba ver a un hombrecito verde del
espacio de la ciencia ficción, entonces también muy de moda –de hecho, Triunfo
dedicó uno de sus Extras a la fantasía científica, en el que colaboré-...
Conocía mi nombre por la traducción, con Susana Olmo, mi pareja, que había
publicado por entonces de la Historia de Palestina de Lorand Gaspard (1972) y
para la que Haro había escrito una actualización y el epílogo. Me acogió con la
bonhomía distante que gastaba; comentamos el libro sobre Palestina; me dijo que
le gustaban mis artículos y me animó a colaborar con más asiduidad y a
ampliarlos a otros temas “de interés general”.
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