CENTROS DE
DEPORTACIÓN PARA FASCISTAS
ROSA MARÍA ARTAL
Los fascistas y racistas son los que
sobran, los que no soportan al diferente. Cuánto mejor que sean ellos los que
se vayan a un lugar donde todo se haga a su modo. A ése sin emigrantes pobres, intelectuales,
odiosa gente de izquierda y luchadores por los Derechos Humanos. La historia
avisa que, si no, terminan echándonos a todos.
El PP de Feijóo ha votado en el Parlamento europeo a favor de estudiar la creación de centros de deportación para emigrantes fuera de la UE como los de Meloni. Dolors Monserrat, su portavoz en la Eurocámara, llegó a denunciar el peligro que corremos en España por dejar entrar a gente de fuera. No millonaria, se entiende. Los racistas han vuelto a conseguir que el Barómetro del CiS de octubre vuelva a situar la emigración como el principal problema de los españoles, dejando en mínimos porcentajes a los medios, teniendo a buen parte de los que sirven a la derecha que inoculan el racismo, el fascismo y todo lo demás.
Llegados a este punto, creo necesario
buscar soluciones imaginativas. La mejor es lo contrario a la que proponen:
centros de deportación para fascistas. Todos ellos racistas y algunas
disfunciones más. Es la mejor solución para la plaga que crece, pero verán en el
proyecto que expongo y argumento que tendría grandes ventajas para el común de
la población, incluidos los miembros de la ideología extremista. Cierto que les
gusta obligar a todo el mundo a ser como ellos, pero seguramente –logrados
otros objetivos– serán felices y entraremos en una nueva Era para la sociedad
hoy desnortada.
Al parecer, su rechazo a los migrantes proviene de creer que el
país en el que han nacido –o emigrado incluso ilegalmente como Elon Musk, el
nuevo asesor de Trump– es suyo. No han mostrado un registro de propiedad. A lo
sumo tendrán el padrón por el que están censados en los municipios donde
residen. Pero en esa lista figuran todos los que cumplen el requisito de vivir
en un determinado país, pongamos ya como ejemplo el nuestro. Extrapolable por
supuesto al resto. Evidentemente, ningún documento, ni el DNI siquiera, otorga
el título de propiedad de España. De hecho, nadie nos preguntó, nos dio un
visado ni nada parecido. Nacimos aquí y eso es todo. Sin duda esa circunstancia
conlleva derechos y obligaciones. Y es algo que comparten tanto los oriundos de
algún lugar de España como de cualquier otra parte del mundo si moran o habitan
–que se diría en otro tiempo– aquí.
Y ahí quería llegar. A otro tiempo. Los fascistas y racistas son
los que sobran, los que no soportan al diferente. Cuánto mejor que sean ellos
los que se vayan a un lugar donde nadie les moleste. Pensemos que los
excluyentes son ellos. La historia avisa que, si no, al final terminan
echándonos a todos. Lo ideal sería regresar a su siglo, el XX, cuando
empezaron a destrozar la convivencia y sembrar la destrucción y la muerte,
pero, como no existen los viajes en el tiempo, es preferible que se busquen
alguna ubicación –pueden elegirla ellos– y se trasladen allí para darse el
gustazo de que todo se haga a su modo, sin oposición, ni molestias. Alguna isla
o varias parece lo idóneo, pero son demasiados e igual no caben. Todo es
comenzar. Lugares adecuados no faltarán. Y caben los intercambios con fascistas
de otros países.
Imaginen su nueva vida al despertarse con las soflamas de los
líderes de la radio matutina contra el gobierno que dejaron atrás Las tertulias
para colmarles de insidias con todos los participantes de extrema derecha. Las
portadas de los diarios de papel para envolver la nostalgia o el bocadillo.
Charlas entre afines, todos de acuerdo. Corridas de toros en horario de mañana
y tarde. Cacerías semanales como poco. Fútbol no puede faltar. Libros pocos,
mejor los que glorifican el pasado. Algunas fiestas de trajes para lucir los
más patrióticos: los Tercios de Flandes, las conquistas del Imperio, los
uniformes dispuestos en esmerada confección con un brazo en alto. Ellas de
mantilla y traje de cola o enlutadas según la ocasión. Todos los días de todas
las semanas y todos los meses. Por supuesto, no haríamos uso de la crueldad
habitual en las deportaciones. Nada de jergones en el suelo, frío y hambre,
podrían llevarse todo su dinero y sus lujos. Que no falte de nada para que
estén muy cómodos y no se les ocurra volver.
Imaginen nuestra vida. Sin ellos, nos libraríamos de muchos
parásitos de la sociedad (a todos nos vienen a la memoria unos cuantos de
pomposas familias) e incorporaríamos a gente valiosa de otros países llegados
en busca de oportunidades.
El temor a los okupas que tanto han difundido disminuiría en
gran manera, porque los principales tenedores y desahuciadores son muchos de
los potenciales emigrados. Hay algunos de familias muy conocidas en política
que trabajan para fondos buitre, ya saben, y dudo que no
eligieran marcharse al paraíso exterior. A ese sin emigrantes pobres,
intelectuales, odiosa gente de izquierda y luchadores por los derechos humanos.
Por las violaciones que, según ellos falsamente, practican todos
los que llegan de países más desfavorecidos, no deben preocuparse. Porque los
datos estadísticos nos demuestran que es mentira en líneas generales, y para
violadores notables tienen a muchos miembros de la Iglesia católica o
empresarios con poder de los que violentan niñas por dinero y luego se libran
de la cárcel. Y todos esos y más también se habrían ido felices. O algo menos
sin disfrutar del placer de la humillación.
Creo que es una solución a estudiar porque disminuiría en gran
medida la siembra de odio y los gritos. Incluso desavenencias habituales de la
vida cotidiana, sin la tensión a la que somete la derecha a toda la población
verían bajar el clima de ansiedad y violencia.
Estoy convencida de que se robaría a los ciudadanos desde el
poder algo menos siquiera, porque los grandes expertos en el tema están en la
derecha, digan lo que digan al margen de la realidad. Y habría menos
concomitancias con la justicia tuerta. Sería como romper el círculo. Los
problemas gruesos se trasladarían a la isla o islas de los fascistas. O no.Todos
de acuerdo, habría una gran armonía. ¿Ustedes recuerdan a Bernard Madoff?
Fue un financiero que practicó una descomunal estafa durante la gran crisis del
capitalismo de 2008 que tan duramente azotó a los ciudadanos. Uno de tantos.
Pero el único en ser condenado y entrar en prisión, donde murió hace un par de
años. La clave decisiva: ser el único en estafar a los ricos. Y eso no se
perdona. A los ricos, no.
Un gran avance para todos; que se fueran ellos y dejaran de
quejarse y de imponer su voluntad, al vivir a su completo placer. Siempre
sobraron. En toda la historia en la que fueron cercenando el progreso y todos
los movimientos democratizadores. Sabrán que el primer precedente de
federalismo lo estableció la Corona de Aragón, ciertamente selectiva y clasista,
pero muy superior a lo que había. Los nobles saludaban al rey con el famoso
comienzo: “Nos que somos tanto como vos y juntos más que vos…” y ya seguían.
Pensar que ahora gobiernan la histórica comunidad autónoma políticos de
ultraderecha (PP incluido) clama. Hasta las ideas de la Revolución francesa
tuvieron un precedente en las Españas que como siempre cercenaron “los
castizos”. Por dios, si echaron –harto hasta la coronilla– a un rey presentable
como Amadeo de Saboya para acabar consolidando a los Borbones.
Sería mucho mejor separarnos. De mutuo acuerdo esta vez, sin
masacres, ni poner la otra mejilla. Nos quedamos con los emigrantes
emprendedores y ellos en otro lugar disfrutando de sus glorias soñadas. Lo peor
es que probablemente gran parte de su felicidad se basa en fastidiar al resto
del personal. Nos necesitan para eso. Con el tiempo, puede ser cuestión de
supervivencia y, al menos, tomar nota de la realidad a la que nos enfrentamos
igual consigue alguna mejora. Ya saben, son tiempos duros que precisan
algún escape de razonable esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario