NEGACIONISMO CLIMÁTICO CRIMINAL
CONTEXTO
Rescate de un conductor de reparto
de Mercadona atrapado por el agua en Alzira (Valencia), en la tarde del 29 de
octubre. / Bombers Consorci VLC
Al
menos 92 personas han muerto a causa de las riadas, inundaciones y demás
efectos de la DANA que el 29 de octubre arrasó una parte importante del
territorio del Levante español y otras zonas del interior. Aún no está claro el
cómputo de desaparecidas, pero se teme que la cifra de víctimas sea mucho
mayor. Dentro de unos días sabremos también cuántos animales, árboles, cultivos
han sucumbido. Además de la vida devastada hay cuantiosos daños materiales.
Carreteras y puentes colapsados, vías de trenes inutilizadas, vuelos
suspendidos, dificultades de acceso al agua potable mientras a la vez el agua
lo arrastra todo, cortes de luz y de comunicaciones…
La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) había decretado a las 07:30 horas del martes la alerta roja, el máximo nivel, por la previsión de lluvias torrenciales en la Comunidad Valenciana. Sin embargo, el Gobierno del PP no suspendió las actividades laborales ni las lectivas. Fue ya bastante avanzada la tarde, tras minimizar la alerta y decir que a las seis de la tarde la tormenta amainaría, cuando se recomendó evitar cualquier tipo de desplazamiento.
Habrá
que esperar a tener información más precisa, pero todo apunta a que este evento
climático extremo ha sido uno de los más intensos del siglo. En las redes
sociales, vuelven a proliferar los cansinos debates sobre si esto tiene o no
que ver con el cambio climático. Debates que no resucitan a las muertas ni
reparan los daños sufridos. La evidencia científica señala que estos eventos se intensifican en
cantidad y virulencia con el calentamiento global. Sabemos,
porque lo ha repetido hasta la saciedad la comunidad científica, que estos fenómenos no son ya
contingentes sino que forman parte de la nueva normalidad.
Si alguien no le quiere llamar cambio climático que no lo haga, pero que
reconozca y se haga responsable del aumento de la frecuencia y la violencia de
las tormentas.
Si
son fenómenos que se reproducen cada vez con más intensidad, no aplicar
principios de precaución que permitan adelantarse al riesgo resulta
irresponsable y tiene consecuencias criminales. El presidente valenciano Carlos
Mazón cerró, nada más llegar al poder, la Unidad Valenciana de Emergencias
(UVE), un organismo que su gobierno de coalición con Vox calificó como un
“chiringuito” y una “ocurrencia” del gabinete anterior. Tras cancelar la UVE,
Mazón concedió 17 millones de euros de subvención al sector taurino. El
presidente de la Generalitat tendrá que responder política y moralmente sobre
las decisiones populistas que adoptó, y sobre su errática actuación durante la
emergencia, y hacerse responsable de sus decisiones. El negacionismo científico
mata. Y el capitalismo salvaje también. Muchas empresas y comercios obligaron a
sus trabajadores a permanecer en sus puestos pese a la alerta roja, siendo
cómplices en la imprudencia temeraria cometida por la Generalitat.
Carlos
Mazón presumió, nada más llegar al poder, de cerrar la Unidad Valenciana de
Emergencias. Tras cerrarla, concedió 17 millones de subvención al sector
taurino
Más
inquietud produce pensar si en otras comunidades autónomas, en las que
gobiernan políticos y políticas que en teoría rechazan y critican el negacionismo,
las cosas hubiesen sido diferentes. Los servicios públicos para la gestión de
riesgos son fundamentales. Pero la cuestión no es solo tener o no suficientes
profesionales dedicados al rescate. Hay otros problemas estructurales que
resolver.
Las
sociedades analfabetas ecológicas han construido polígonos industriales y
urbanizaciones en zonas inundables. Cuando se producen lluvias extremas, los
ríos, barrancos y arroyos, que ignoran las escrituras, discurren por sus
antiguos cauces. Muchos de los daños no son proporcionales ni tienen que ver
con la intensidad de la precipitación sino con decisiones urbanísticas previas.
Territorios impermeabilizados, vegetaciones arrasadas, sobreurbanización…
Construir y ordenar el territorio de espaldas a una naturaleza que no se domina
a voluntad es un disparate.
Se
hace urgente acometer planes, no solo de contingencia, sino de adaptación a la
crisis ecológica, que deben tener como objetivo dejar a un lado una concepción
de progreso divorciada de la protección de las condiciones de vida dignas. Todo
lo que no se invierta en este propósito se cobrará en vidas y en daños
materiales.
El
mundo, decía Bruno Latour, se nos ha convertido en un lugar extraño y más vale
que aprendamos a rehabitarlo cuanto antes
Hay
que contar con la población. En Valencia hemos visto que mucha gente se
organizaba para tratar de aguantar las riadas y autoprotegerse. En este
contexto de cambio climático hay que ayudar a que las personas puedan colaborar
con el mejor conocimiento y preparación. Llama la atención que en países
caribeños, como Cuba, con muchos menos medios, el número de vidas perdidas es
mucho menor que en otros lugares. Tiene que ver con una política pública aliada
con la gente autoorganizada que sabe lo que tiene que hacer. Eso es también
adaptación.
La
adaptación a las condiciones cambiantes de la trama de la vida en la que las
economías, tecnologías y la existencia humana están insertas supone, y más vale
mirarlo cara a cara, acometer un proceso de transición que debe tener como objetivo
garantizar condiciones de vida dignas a todas las personas en un contexto de
contracción material y de cambio. El mundo, decía Bruno Latour, se nos ha
convertido en un lugar extraño y más vale que aprendamos a rehabitarlo cuanto
antes.
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