SERRAT Y LA PROGRESÍA MONÁRQUICA DEL 78
Joan Manuel Serrat — RTVE
El discurso de Joan Manuel Serrat en la entrega de los Premios Princesa de Asturias fue precioso, pero de un símbolo como él se hubiera esperado mayor compromiso democrático
Como cada año, Oviedo se ha engalanado para la entrega de los Premios Princesa de Asturias. El evento es todo un acto de magnanimidad de la monarquía, que usa a los asturianos y asturianas y su bucólica geografía como escenario para vender campechanía, cercanía y, sobre todo, vampirizar el prestigio de los premiados. Los fastos de estos premios tienen un presupuesto anual de casi siete millones de euros que salen, sobre todo, de dinero público y de donaciones de las empresas oligárquicas españolas, gracias a una ley de mecenazgo que beneficia fiscalmente a las compañías que patrocinan la gran cita anual de legitimación popular de los Borbones.
Los Premios Princesa de
Asturias suponen que la monarquía se aprovecha del prestigio social de los
galardonados para premiarse a sí misma
En la
edición de este año, uno de los premios ha sido ni más ni menos que Joan Manuel
Serrat, que lleva sin cantar desde 2022 y ha usado el homenaje para despedirse
de su público. Aunque no lo parezca, el premio se lo ha entregado Serrat a la
monarquía.
Los
Premios Princesa de Asturias suponen que la monarquía se aprovecha del
prestigio social de los galardonados para premiarse a sí misma, para proyectarse
a través del esfuerzo y méritos de los homenajeados e ir trabajando la buena
prensa del heredero o heredera al trono. Y es aquí donde entra en juego Joan
Manuel Serrat, que en 1968 se negó a ir a Eurovisión porque le negaron poder
cantar en catalán.
56 años
después, el cantautor catalán se ha prestado de forma acrítica a ser utilizado
por la línea sucesoria del dictador, que es en realidad lo que significa
políticamente la monarquía española. En un momento donde la monarquía goza cada
vez de menos apoyo popular por su corrupción, Serrat ha usado todo su capital
simbólico para regalárselo a la Familia Real. Eso sí, lo ha hecho con mucha
poesía, haciendo un discurso precioso contra el neoliberalismo y mostrando su
inconformidad con el mundo injusto en el que vivimos. Mucha poesía para
endulzar demasiada porquería.
Joan
Manuel Serrat se podría haber negado a aceptar un premio que entrega un jefe de
Estado cuya legitimidad se basa en el nombramiento del dictador que le prohibió
cantar en catalán en Eurovisión. Descartada la opción más valiente, al menos
podría haber tenido en su discurso alguna crítica a la monarquía, a su
corrupción o incluso a las revelaciones de Barbara Rey en las que deja entrever
que el 23F fue un autogolpe de Estado del propio Juan Carlos de Borbón para
hacer olvidar que su nombramiento provenía directamente del deseo de Franco y
con ello hacer juancarlista a Felipe González y a las bases del PSOE.
Joan
Manuel Serrat ha envejecido ideológicamente igual de mal que la progresía del
78, que rápidamente entendió que para ganar dinero, estatus y que se le
abrieran las puertas de la Corte tenían que adaptarse a las imposiciones del
postfranquismo. Escribo postfranquismo y no Transición porque en España no
podremos hablar de Transición hasta que no nos dejen votar en referéndum sobre
la Jefatura de Estado.
El
discurso de Joan Manuel Serrat en la entrega de los Premios Princesa de
Asturias fue precioso, pero de un símbolo como él se hubiera esperado mayor
compromiso democrático. Joan Manuel Serrat, como otros ilustres progres del
Régimen del 78, no tuvo ningún problema en firmar manifiestos en contra de un
referéndum en Cataluña cuando el procés puso en jaque al régimen monárquico,
pero está todavía por ver que se posicione abiertamente contra la institución
heredera del franquismo.
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