TÚ A KIEV Y YO A RAMALA
JONATHAN MARTÍNEZ
Un monitor de televisión en un bar del centro de Madrid, con la emisión de la comparecencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciando el reconocimiento del Estado de Palestina. REUTERS/Susana Vera
Dice el bueno de don Quijote que las comparaciones de hermosura a hermosura son siempre odiosas y mal recibidas, pero no dice en cambio nada sobre las fealdades, que a veces se apelotonan en las portadas digitales y nos invitan a caer en los paralelismos, encontrar los siete errores, repasar la línea de puntos como en los cuadernillos preescolares. Sánchez reconoce el Estado Palestino. Sánchez estrecha la mano de Zelenski y extiende un cheque al portador con una remesa de armamento que nos costará más de mil millones. No se sabe si una noticia ilumina o ensombrece a la otra, pero algo diría aquí don Quijote: ciego es aquel que no ve por tela de cedazo.
Es una suerte que
no seamos presidentes ni hayamos contraído compromisos diplomáticos, porque eso
nos permite escapar a las declaraciones triunfales, hablar con la lengua más
larga y trepar en libertad a los árboles para contemplar toda la extensión del
bosque. España afirma que Palestina existe, no con el contorno fronterizo
actual sino tras los límites de 1967, con Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este,
extensiones de territorio que Israel ha ido diezmando por la fuerza de las
armas y el veneno de los colonos. El berrinche demencial de Netanyahu nos lleva
a pensar que hemos tocado nervio y hasta la derecha española anda ya
acalambrada.
Pero toca poner las
cosas en perspectiva. Hasta hace apenas unas horas, eran 139 los países que
reconocían al Estado palestino. Una mayoría absolutísima de los miembros de la
ONU. Al margen de ese consenso abrumador aún se encuentran Estados Unidos, Gran
Bretaña, Francia, Alemania, eso que el imaginario occidental considera el
núcleo duro de las políticas internacionales a pesar de representar a una
exigua minoría de la población del mundo. En todo caso, la resolución 242 del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ya denunciaba en 1967 la
"adquisición de territorio por medio de la guerra" en Palestina.
Llegamos casi sesenta años tarde.
En 2017, Hamás
anunciaba en Qatar que aceptaría la creación de un Estado palestino con las fronteras
de 1967. La propuesta tiene algo de invitación al consenso nacional, pero no
renuncia a comprender la historia del país hasta esas fechas: la expropiación
masiva de tierras y el éxodo de la Nakba en 1948, la masacre de Deir Yassin, la
matanza de Tantura, la Operación Shoshana contra civiles en Qibya, el asesinato
indiscriminado en Kafr Qasim, el destierro forzado de tantos y tantos
palestinos en medio de la Guerra de los Seis Días. El problema, en esencia, es
que Israel ha construido sus cimientos vitales sobre los principios de la
limpieza étnica y el colonialismo.
Puede que las
comparaciones de hermosura a hermosura sean odiosas, pero los mecanismos de la
propaganda se parecen tanto entre sí que lo mismo sirven para justificar una
guerra civil que para promover una invasión, para aplaudir una escaramuza que
para avalar un genocidio. El primer requisito pasa por abolir los matices,
menospreciar las zonas grises y construir un supervillano a la medida de la
respuesta que le espera, llámese Putin o Hamás. No importa que el supervillano,
digamos Putin, haya sido hasta hace unos días nuestro aliado más devoto y lo
hayamos agasajado con inclinaciones de cerviz y hasta con la Llave de Oro de la
Villa de Madrid.
El segundo paso
consiste en identificar al enemigo exterior con la oposición interna,
aprovechar que el Dniéper pasa por Kiev y convertir un conflicto internacional
en un pretexto para demonizar al adversario doméstico. Así, quien no ovacione
la escalada bélica en Ucrania terminará señalado como esbirro de Putin y los
señaladores más encarnizados serán precisamente aquellos que anteayer
estrechaban la mano rusa del presidente. El esquema es simple y replicable como
la ingeniería de un sonajero. Por eso ahora, desde el río hasta el mar todo es
Hamás, las acampadas estudiantiles, las fronteras del 67, Pedro Sánchez, Perico
el de los Palotes.
El denominador
común de esta cabriola argumental es la doctrina exterior estadounidense, o
mejor dicho, sus aspiraciones geoestratégicas. Por algún motivo, la Unión
Europea ha renunciado a la mayoría de edad para prestar obediencia a los
tesoreros de la Casa Blanca. En junio de 2022, cuando arreciaba la hostilidad
con Putin, Ursula von der Leyen viajó a Jerusalén con la intención de
reemplazar el suministro de gas ruso por proveedores israelíes. Su apelación
histriónica a los derechos humanos en Ucrania se hizo muy pequeña unos meses
después, cuando acudió a Tel Aviv para reivindicar la respuesta militar de
Netanyahu sobre Gaza. Es el mercado, amigos.
El mercado no solo
se expande a través de las armas sino que además las armas constituyen en sí
mismas un mercado. Dice Engels que la introducción de la pólvora en Europa
subvirtió el arte de la guerra al tiempo que impulsó el desarrollo económico.
Al fin y al cabo, una industria es siempre una industria, no importa que se
dedique a la construcción o a la destrucción de las cosas. El objetivo de EEUU,
también el de la UE, es detraer cantidades millonarias de riqueza pública para
entregárselas en bandeja a los cárteles de la industria militar. Por eso el
propósito final nunca es la victoria inmediata sino una lucrativa destrucción y
una reconstrucción igualmente lucrativa.
En marzo de 2022,
Pedro Sánchez descartaba el envío directo de armas a Ucrania. Los tiempos han
cambiado y el presidente ha comprometido con Zelenski un arsenal de dimensiones
impensables. Al lado de esta noticia, el reconocimiento de Palestina suena a
premio de consolación. Para evitar agravios comparativos, habría que poner
ambas soluciones sobre la mesa. Podemos renunciar a las armas y apostar por
senderos diplomáticos tanto en Kiev como en Ramala. O también podemos tirar de
belicismo y reservar un millón para Zelenski y otro para la resistencia
palestina. A ver dónde ha quedado ahora aquello del derecho a la legítima
defensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario