MALDIGO LA POESÍA DE
QUIEN NO TOMA PARTIDO
Unai Simón. AFP7 / Europa Press
El vicepresidente de Aragón juega a comisario Villarejo y graba una conversación con el ministro Félix Bolaños, el presidente del Parlamento balear rompe una foto de una víctima de la guerra civil en plena sesión, la presidenta de Madrid condecora a un loco de la vida pasándose por el forro la legislación vigente y la lealtad institucional, el vicepresidente de Castilla y León no pierde ocasión de ensuciar la convivencia, el trío la,la,la de Vox en el Parlamento Europeo (hay quien lo llama el drink team) hace que sintamos vergüenza ajena cada vez que aparecen en escena...
Son
estos solo unos mínimos apuntes, los más recientes, del momento distópico que
andamos viviendo desde que el Partido Popular y su desnortado responsable
decidieron echarse en brazos del fascismo demostrando así carecer de recursos y
de ideas para ejercer una oposición responsable al Gobierno de coalición
democráticamente elegido.
Unas
palabras el otro día de María José Catalá, alcaldesa popular de
Valencia, lo dejaron claro: "El final de la etapa ‘sanchista’ pondrá
fin a la polarización". De eso se trata, por si alguien tenía
alguna duda. Solo habrá paz si el poder lo tienen ellos, y mientras eso no
suceda, leña al mono por tierra, mar y aire. Cada mañana se ponen a la tarea
siguiendo las instrucciones del gran batracio verde: "el que pueda
hacer que haga, hay que dejar de ser espectadores para ser agentes activos, nos
tenemos que movilizar..."
Y
acto seguido, todos se ponen a la faena en primer tiempo de saludo. En el caso
de los tertulianos repitiendo cada uno en el medio correspondiente el argumentario
del día con las mismas palabras, sin molestarse siquiera en cambiar los
sujetos, verbos y predicados que les envían al amanecer en el manual a de
instrucciones. En el caso de quienes confeccionan titulares y escaletas,
mintiendo y manipulando como si no hubiera un mañana...
Muchos
jueces han perdido ya el pudor y ni siquiera se preocupan por taparse un
poquito. Con una mano van desactivando delitos graves que conciernen a las
derechas y con la otra activan causas que saben no llegarán a ningún sitio
porque al final no tendrán más remedio que sobreseerlas o archivarlas. Pero
como para que eso ocurra pueden pasar años, mientras tanto se garantizan
portadas y aperturas de informativos señalando a inocentes, enervando el ánimo
ciudadano e influyendo sin remedio en los resultados electorales.
¿Que
se archiva algún procedimiento, como en el caso de Mónica Oltra? Pues no
hay problema: se vuelve a abrir y punto. ¿Que amnistían a Puigdemont?
Ninguna preocupación: ahora lo vinculamos con un posible caso de financiación
rusa y que siga el lío. Muchos de quienes ocuparon cargos de responsabilidad en
Podemos vivieron esto mismo en sus propias carnes durante años. Repasar
muchas primeras páginas de ABC, El Mundo o la Razón de la última
década produce verdadera vergüenza ajena: un auténtico ultraje al oficio
periodístico, la mayor de las indecencias para intentar acabar con quienes
consideraron y consideran una amenaza a la zona de confort en que las cosas
llevan moviéndose durante cuatro largas décadas.
Y
aquí tenemos las consecuencias: el crecimiento de la ultraderecha, desde las
europeas con preocupantes ramificaciones frikis, y una atmósfera
política y social cada día más irrespirable que funciona como caldo del cultivo
del racismo, el machismo, el fascismo, la homofobia, la transfobia... Si me
llegan a decir hace veinte años que algún día íbamos a estar así no hubiera
dado crédito. Degeneramos. Y degeneramos sobre todo porque, además de
crecer el número de votantes a partidos ultras y protoultras, aumenta también
la cifra de quienes se ponen de perfil, de quienes miran al suelo o al techo,
de quienes se instalan en la indiferencia sin darse cuenta de que es
precisamente esa actitud la que hace crecer el fascismo y la intolerancia.
Me
duele especialmente esa indiferencia en quienes cuentan con algún tipo de
relevancia social. Me dolió que alguien como Unai Simón, con compañeros
de raza negra en el equipo donde él actúa como cancerbero, se pongan de perfil
frente a una ultraderecha que amenaza la vida y el futuro de gentes con el
mismo color de piel que Lamine Yamal o Iñaki Williams. Contra lo
que algunos se empeñan en defender, el deporte es también política.
No
tomar partido es tomarlo, y quien tiene capacidad de influir en otros y
pretende mantenerse al margen, a mí al menos no me representa por muy bueno que
sea en su quehacer profesional. En el deporte, el cine o la música por ejemplo,
las opiniones de sus protagonistas influyen en mucha gente. No es de recibo que
intenten desentenderse como si la cosa no fuera con ellos, porque va con ellos.
Estoy de acuerdo con Gabriel Rufián: más Ana Peleteiro y menos Unai
Simón.
Cuando
alguien con relevancia apuesta por la indiferencia está a su vez siguiendo las
instrucciones del gran crispador, el muñidor de aquella terrible frase: "quien
pueda hacer, que haga". Por eso, remedando a Gabriel Celaya,
maldigo y maldeciré siempre la poesía de quien no tome partido.
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