DE GOBIERNOS DE
COALICIÓN, FRENTES AMPLIOS Y UNIDAD: SEMBRAR FLORES O CORTARLAS
JUAN CARLOS MONEDERO
Eduardo Parra / Europa Press
Nos visitan aprendices de carniceros y la izquierda,
tuiteando
La visita del clown presidente Javier Milei a la clown presidenta Isabel Díaz Ayuso tenía que terminar con payasadas. De paso, debiera hacernos reflexionar sobre algo que la pelea interna en la izquierda ha hecho olvidar: si somos superiores moralmente a la derecha ¿estamos de verdad a la altura? Esto vale en términos generales y, más aún, en los casos de Milei y Ayuso, que son de lo más indecente que se sirve en populismo de extrema derecha. Uno, porque es un reverendo ignorante en cuando a las obligaciones de la jefatura de un Estado, a fuer de un demente que habla con su perro muerto, odia a las mujeres vivas, llora cuando le elogian y, sobre todo, está matando de hambre, enfermedad y desesperación a su país; la otra, porque en su pulso con Feijóo, le mete la motosierra a las instituciones concediendo medallas ilegales, dice estupideces todo el rato para que digamos todo el rato que dice estupideces y tiene más cruces en su revólver que un serial killer.
Digo
que hemos olvidado nuestra superioridad moral porque la refriega interna que
estamos viendo en las redes sociales consume las energías y abochorna tanto
como las mentiras que vierten los medios de comunicación (hay demasiados
periodistas azuzando al lince podemita). Los medios del lawfare medios
del lawfare quedan aunque enmascaren sus diatribas con la elegancia
de los focos, la viveza de los colores, la astucia de la prosa y la naturalidad
de los presentadores. Que la izquierda se mate entre sí es historia repetida;
que lo haga ahora, es especialmente irresponsable. Es tanta la ira que circula
entre las fuerzas de la izquierda que, necesariamente, tiene que debilitar la
respuesta a ejercicios de inmoralidad tan agudos como la entrega de una medalla
ajena a la ley al presidente argentino. ¿O es que podrían estar juntos
protestando contra Milei y Ayuso las mismas personas que están cuestionando la
moralidad de los otros partidos de izquierda en las redes y los medios? Quién
empezó da lo mismo. Podemos nunca destacó por el debate interno, los medios
aprendieron que lo que más dolía era la división y Yolanda Díaz llegó con tanta
facilidad a la Vicepresidenta del gobierno que creyó que podía ejecutar en la
tapia de la Moncloa a los morados.
Algo de historia
De
la izquierda tenemos noticia desde que las mayorías se negaron a que las
minorías se apropiaran de sus bienes, sus tierras, sus creencias o sus cuerpos.
Siempre hemos referenciado a Grecia como el lugar donde nace la democracia,
aunque hoy sabemos que siempre algún tipo de consentimiento ha existido en los
grupos humanos (algo evidente cuando éramos nómadas y la simple partida
implicaba desanudar la ligazón con quien quisiera negar ese diálogo). Por eso
la esclavitud era la alternativa a la desobediencia y por eso las sociedades
estables articulan algún tipo de consentimiento.
La
mayor moralidad de la izquierda viene de que siempre ha apostado por superar
cualquier desigualdad. La influencia de Marx desde el siglo XIX -y la fuerza
del trabajo como motor de la historia- ha hecho que cargáramos las tintas sobre
las desigualdades de clase y olvidáramos las de raza (fue un recordatorio a
Marx desde finales del siglo XIX por parte de Rosa Luxemburgo, Hilferding y
Lenin) y las de género (que tuvo que esperar hasta el siglo XX para que, en
personas como Pateman, Millet o Federici, la acumulación de género y la subordinación
violenta de las mujeres entrara en la agenda). Es curioso que los
"liberales" vengan encarcelando, torturando, matando o exiliando a
los que se han negado a cualquier tipo de explotación. Curiosa manera esa de
defender la libertad. Hayun cambio de época y los decenios de neoliberalismo
han dinamitado los diques sociales. Por eso se celebran juntos Ayuso -con las
7.291 muertes inhumanas en las residencias en su criminal haber-, y Milei -que
está recomendando a los argentinos que se mueran de una vez de hambre para que
empiecen ellos mismos a buscar soluciones-.
Es
ya evidente que el crecimiento sindical bebe principalmente de
trabajadores y trabajadoras que se han acercado a ese mundo desde el
ecologismo, la lucha antirracista o la defensa de los derechos LGTBI,
lo que desmantela la crítica propia de la vieja izquierda de que la diversidad
debilita la lucha por la superación del capitalismo y la defensa de los
derechos del mundo del trabajo. Es al contrario. Es igualmente evidente que las
sensibilidades de los diferentes intereses no siempre son compatibles, de
manera que las razones para cooperar no pueden venir del refuerzo de la propia
identidad, sino de la consciencia de que "juntos somos más". Eso no
significa que nadie deba renunciar a su sensibilidad, su identidad, intereses y
valores, sino que es conveniente tomar razón de que se irrumpe en la historia
-se la cambia- cuando se tiene la fuerza suficiente para hacerlo.
La unidad, que tanta falta hace y tantos enemigos
tiene
Aznar
aprendió del Frente Popular de 1936 y del fracaso de la CEDA que la unidad de
la derecha era la garantía de quedarse siempre con el cortijo. Por el
contrario, desde enfrente se está poniendo de moda discutir con un "hombre
de paja" cuando se critica la unidad de la izquierda. Esto es, se suele
presentar la unidad como un muñeco al que se le puede golpear principalmente
porque se caricaturiza. Es un truco retórico antiguo que solo sirve para que
los que quieren engañarse a sí mismos sigan con su cantinela y se crean sus
propias mentiras. Tampoco es verdad que sea igual el Frente Popular francés y
el Gobierno de coalición de España: allí está dentro la France Insoumise (que
además es la impulsora) y aquí falta Podemos (que fue la que impulsó Unidas
Podemos y luego Sumar, aunque ahora entre todos hayan expulsado de la unidad a
los morados que la promovieron).
Los
partidos, como su nombre indica, son fracciones, y su razón de ser está
precisamente en representar intereses, valores, identidades y afectos, propios
de algún grupo social concreto. Casi todos los grandes partidos actuales
en cualquier lugar del mundo son en verdad alianzas consolidadas de antiguos
pequeños y grandes partidos que decidieron mancomunar su trabajo,
principalmente electoral. Parece que se nos ha olvidado que acuerdas con los
diferentes parecidos, porque si fueran iguales estarían contigo y si son muy
diferentes no habría manera de encontrarse, salvo en casos extremos, como una
invasión, donde fuerzas irreconciliables desde, por ejemplo, la clase, se ponen
de acuerdo porque la amenaza y el riesgo son mayores.
Desde
que nació Podemos se viene hablando de esa unidad, y nunca significó disolución
de las diferencias o la defensa de un partido único. Eso es, directamente, una
estupidez que nadie está planteando. La idea de "nave nodriza" hacía
referencia precisamente a la idea de un partido que fuera, al menos en los
inicios, un primus inter pares para impulsar algún tipo de acuerdo. Sin un
catalizador, no existe ese acuerdo. Igual que desempeñó Podemos ese papel en su
día o lo ha hecho ahora la France Insoumise.
Los
frentes populares, los frentes amplios, las coaliciones electorales o como se
quieran llamar, siempre son acuerdos electorales y de gobierno que mantienen la
identidad de las diferentes fuerzas. Son una consecuencia necesaria de la
evolución de los partidos de masas y la crisis de los partidos cartelizados
(cuya máxima expresión es el bipartidismo). Y no nos engañemos: eso no existe
hasta que los partidos sienten la necesidad de que así sea; y los partidos no
suelen sentir la necesidad si sus militantes no se lo exigen.
El
espacio a la izquierda del PSOE que quede después de estos últimos años tendrá
que hacer dos cosas: (1) las diferentes fuerzas deberán encontrarse a sí mismas
y definirse (es lo que debe hacer Podemos y todos los demás, porque sin una identidad
clara, las relaciones con los demás partidos van a ser acomplejadas y, por
tanto, hostiles); y luego (2) sentarse a hablar, desde la autonomía y la
soberanía, para evitar ir a un escenario como el italiano o el portugués, donde
el fragmento haga inútil ese espacio, donde la gente de izquierda termine
tirando la toalla y votando a los "socialistas" o se vaya enfadada a
la abstención o a aventuras de incierto final (hay votantes de la izquierda que
han terminado en la extrema derecha).
Serán
las bases de los partidos los que exijan ese diálogo o escojan ser cabecitas de
ratón. En la izquierda no deben interesar más las dirigencias y los
partidos que los proyectos y los votantes (los partidos y sus dirigentes son
instrumentos de algo más grande): militar en la izquierda es un gesto de
madurez política que implica estar siempre a la altura del momento histórico.
Un partido es un lugar complejo con identidades, amistades, proyectos
personales, y también con intereses profesionales y económicos. Y, por
supuesto, ideología. Pero no funciona ni como una empresa ni como un movimiento
social y, menos, como una correa de transmisión de intereses particulares, sea
ideológicos o del tipo que sean (recientemente Beppe Grillo quiso hacerlo con
5Estrellas y terminó hundiendo ese espacio).
La
izquierda está sometida a muchos riesgos. Por ejemplo, cuando una organización
política se verticaliza y en la cúspide hay líderes egoístas o que viven en un
mundo paralelo; cuando se hacen malos diagnósticos; cuando se priman las
diferencias con otros partidos más que la propia identidad; cuando se olvidan
de escuchar a las bases en los órganos propios de debate (no en las redes);
cuando entran en el gobierno y se olvidan de las calles; cuando renuncian al
diálogo entre las diferentes sensibilidades internas; cuando las expulsiones se
convierten en una costumbre; cuando les da igual la sangría de votantes y
militantes; cuando se convierten en un pequeño grupo de convencidos que insulta
al que disiente; cuando las amistades se dejan de cuidar; o cuando devienen en
una agencia de colocación (algo que ocurre con frecuencia cuando se limitan las
fuerzas políticas a pequeños territorios). Cuando éstas -y otras cosas-
ocurren, las formaciones políticas ya no son útiles al pueblo. La historia está
llena de ejemplos.
Por
eso Sumar está hoy muerta y Yolanda Díaz en la nevera. Y por eso Podemos (por
razones distintas y sin olvidar la voluntad del régimen del 78 de acabar con
los morados) ha pasado de cinco millones de votos a 500.000. Es imposible
recuperar ese espacio si no vuelven los votantes y militantes que se alejaron.
Pero no haciéndoles pasar por debajo del futbolín, como expresan llenos de ira
en las redes los que han aguantado todos estos años los ataques inclementes de
los medios y de los partidos con los que hay que sentarse a hablar. No todos
los que se han alejado de Podemos lo han hecho con intereses espurios y
ocultos, como hicieron en su día los que se fueron con trampas. No van a volver
los que votaron en su día a Podemos -y esto es válido para todas las fuerzas de
la izquierda- si no se abren procesos de debate interno.
Y
en su ausencia, ese debate se da en las redes, que cada vez más -es el caso de
X-, parecen un vertedero. Hay un par de cientos de tuiteros -¿son
todos militantes o habrá ahí troles de la derecha?- muy activos en las redes
expresando una radical disconformidad con cualquier acercamiento a los
partidos, militantes y votantes que maltrataron a Podemos. Razones no les
faltan. Pero eso es renunciar a una parte sustancial de la política. Aún más
cuando, desgraciadamente, ese debate se hace desde perfiles anónimos, lo que es
contrario al debate dentro de la izquierda, que reclama transparencia. Esa
gente que destila odio, se ríe de los que piden autocrítica porque
los demás no la hacen y se permite el lujo de llamar traidores y convalecientes
a los que discrepan (aunque sean mayoría las cosas que comparten), parece
preferir cocerse en su salsa -roja, morada, rosa o del color que sea- y que sus
fuerzas se queden en porcentajes ridículos antes de acercarse a quienes ven, y
no les faltan pruebas, como traidores o, cuando menos, desconsiderados.
¿Unidad para qué?
Basta
ver la foto de la última unidad de la izquierda para ver con claridad lo
difícil que va a ser impulsarla con esos mismos liderazgo. Por eso hay que
insistir en el programa. La izquierda que quiera ser útil debe hacer políticas
sociales, luchar contra la guerra, contra el cambio climático y las amenazas
medioambientales, contra todas las desigualdades (raza, género, clase...) y
dedique todos sus esfuerzos a pararle los pies al fascismo. No necesitamos
partidos que funcionen como un grupo de soldados entre las filas enemigas, ni
comisarios del pueblo con trazas de Torquemadas que ejecuten a los herejes.
La
unidad de la izquierda, a ver si se entiende, no es la unidad de los partidos
de izquierda. Va mucho más allá. Hacen falta también los movimientos sociales,
los sindicatos, un aire de familia de cambio que hoy se disipa por las peleas
internas. La izquierda siempre ha sido generosa. Y el mayor gesto de
generosidad ahora mismo es estar dispuesto a hablar con las fuerzas políticas
que, aunque hayan intentado acabar contigo, representan a una parte del voto de
la izquierda. Incluso con el PSOE. Porque hablar con el PSOE no significa
disolverse en el PSOE (error que cometió ayer Llamazares y hoy ha repetido
Yolanda Díaz). Cuanto más se tarde, más voto se irá a la moderada
socialdemocracia que volverá a esgrimir, con los Milei, Ayuso, Abascal y Alvise,
el voto útil. Los frentes amplios no tienen que hacerse entre amigos, sino
entre opciones que compartan objetivos. Y el primer objetivo es entender que
hay un enorme espacio a la izquierda del PSOE (basta echar una ojeada a lo que
ha pasado en México, donde Claudia Sheimbaum ha sacado 30 puntos de distancia a
la derecha), que todas las fuerzas hacen falta y que nadie tiene derecho a
imponerle nada a esas organizaciones con las que quiere llegar a
acuerdos.
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