MONJAS
DE HOSTIAS TOMAR
Monjas clarisas del Monasterio de Belorado, Burgos. IG
Quiera Dios que no me confundan con uno de esos cuarentones amigotes de Pedro Sánchez, ésos que se asustan ante los avances del feminismo -más que nada, porque voy camino de los sesenta-, pero últimamente mi chica me tiene asustado. Cuando no está oyendo un podcast llamado Las hijas de Felipe -en la que dos estudiosas del Barroco hablan con desenfado de Santa Teresa de Jesús, María de Zayas, Eleno de Céspedes o la intrahistoria de los conventos de la época-, está viendo películas de terror protagonizadas por monjas. La última de ellas fue una precuela de La profecía estrenada este mismo año, la cual no estaba mal del todo, pero que no me dio ni la mitad de miedo que el triunfo de Meloni en Italia, la amenaza de Le Pen en Francia o cualquier ocurrencia de Ayuso.
Como
bien enseñan Las hijas de Felipe, con las monjas hay que andarse
con mucho cuidado, porque a la mínima te revolucionan la mística, te inventan
una orden religiosa o te montan un cisma de tres pares de ovarios. Es lo que ha
sucedido con dieciséis clarisas del convento de Belorado, en Burgos,
quienes el pasado mayo anunciaron su decisión de desobedecer al Vaticano y
seguir las enseñanzas de un falso obispo ex comulgado, Pablo de Rojas,
quien no reconoce el Concilio Vaticano II y afirma que el papado está vacante
desde hace sesenta años. Estos cismas son los que le dan vidilla al catolicismo,
para qué vamos a engañarnos.
El
tal Pablo de Rojas se presenta bajo los epígrafes de duque imperial, príncipe
elector del Sacro Imperio Germánico, cinco veces Grande de España, nieto del
gobernador civil de Jaén y no se presenta como descendiente directo del autor
de La Celestina porque no ha dado la gana. Físicamente, el
fundador de la Pía Unión Sancti Pauli Apóstoli se da un aire a
José María Figaredo -el diputado de Vox, sobrino de Rodrigo Rato, que habla
igual que el Bartolo de José Mota-, pero en su alegría usurpando títulos
nobiliarios se parece más a Feijóo, que no es presidente del gobierno porque no
quiere. De ideología ultra y magufo a más no poder, Pablo de Rojas prohibió a
sus fieles vacunarse contra el coronavirus bajo pena de pecado mortal, vive
como un príncipe y se pasea por Bilbao vestido de obispo a la antigua usanza.
Dicen
que tiene vinculaciones con el Palmar de Troya y, de hecho, su
trayectoria repite en clave menor la del papa Clemente, el primer pontífice la
Iglesia Palmariana que tanto animó los años finales del franquismo. Hay unas
fotos de Pablo de Rojas, con todo su ornamento eclesiástico, mirando los toros
desde la barrera, que recuerdan aquellas imágenes impagables de los obispos del
Palmar con los zapatos apoyados en un reposapiés y tomando chatos en un bar
sevillano. No le habíamos hecho mucho caso hasta ahora, ignorando sus paridas
teológicas y dejando su herejía en manos de la curia romana, a la cual le
preocupan mucho estas desviaciones del dogma y no esas tonterías de sacerdotes
violando niños a punta de sotana.
Sin
embargo, el repentino apoyo de las monjas rebeldes de Belorado ha animado un
montón el cotarro y lo mismo en breve tenemos montada otra catedral en la
provincia de Burgos al estilo de la de Palmar de Troya, con su santoral
alternativo consagrado a san Francisco Franco, san Adolfo Hitler
y san Luis Carrero Blanco, el que más alto llegó de todos. Una lástima
que las clarisas no se animen, declaren un cisma en mitad del cisma y nombren
una papisa independiente para darle un toque femenino a la herejía. De momento,
las han excomulgado en bloque y les han ordenado que desalojen el convento,
aunque no parece que estén por la labor y ahí siguen a lo suyo. En cualquier
momento, el arzobispo de Burgos tendrá que llamar a Dani Esteve y a los
chavales de Desokupa, con lo que Alex de la Iglesia o Paco Plaza
podrán filmar una película de las que le flipan a mi chica. Que Dios nos pille
confesados.
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