POR:
EDUARDO SANGUINETTI,
FILÓSOFO
El
kitsch es el anti-arte, en lo que el arte implica de trascendencia y
desalienación. Es la instalación invasiva del sujeto-objeto en el universo del
arte, esterilizando su acción de innovar y de prescindir del simulacro,
impuesto como función ordenadora de la necrótica aldea global.
El
kitsch es una secreción artística del cosmos burgués, una negación de lo
auténtico. Lo podemos apreciar en todo su esplendor en la TV y la prosperidad
de su programación, con libre acceso a lo falaz y a la alienación en que ‘cae’
el telespectador, que asiste con fruición a la visión de lo intrascendente
elevado a símbolo de promoción de lo banal, imponiendo lo que se debe decir,
sentir y pensar, proyectando una suerte de universalidad de la teoría de la
disfuncionalidad, en el mensaje que emiten los actores, conductores y
publicistas de la “caja boba”.
El
kitsch es universal, es una tendencia escatológica ligada a la inserción en la
vida de los groseros valores burgueses.
Existe
una literatura kitsch, una decoración kitsch, una música kitsch, una política
kitsch, un sindicalismo kitsch, un periodismo kitsch, cine kitsch, una
izquierda, una derecha kitsch y un peronismo kitsch, etc. Todos estos hechos a
la medida del hombre medio, del ciudadano acumulador de objetos, el ciudadano
de la prosperidad en el ‘tener’, con sonrisa dibujada para la selfie tomada en
el instante preciso en que es penetrado en todos sus flancos, por el
pensamiento único, en su cenit, un modo de vida kitsch, que emerge
espontáneamente en el tenedor de pescado y la copa estilo Ulúa, en
funcionalidad profunda, en la mesa de la nonagenaria que hace medio siglo
almuerza ante las cámara de TV, con invitados en clave kitsch, fans
incondicionales de la señora.
El
grado de alienación y de inautenticidad que devienen del mundo kitsch es
alarmante, pues establece las maneras y modos a seguir por una mansa comunidad
que se somete a la doctrina vacua del fenómeno kitsch y sus referentes más
potentes… Podría dar sus nombres, pero, ¿es preciso?
Lo
trágico del kitsch es el principio de la mediocridad. A través de esta
acumulación de medios, a través de este enorme display de objetos, el kitsch
nunca llega a ser novedad, como pretenden convencernos quienes son kitsch,
oponiéndose a la vanguardia auténtica, a los que austeramente prescinden de lo
ornamental y pomposo… deviniendo el kitsch en ser objetos fúnebres que todo los
desvirtuan, en nombre de la sagrada inseguridad y del ‘no ser’ nada, salvo una
vacío perfecto, imagen perfecta del mundo en que permanecemos los que resistimos
a esta tendencia, sólo para cobardes y traidores, mentirosos y arrastrados.
Es
en virtud de su mediocridad que los productos kitsch llegan a lo auténticamente
falso y a la condescendencia del consumidor temeroso, que tímidamente se eleva
sobre su medianía, lanzando palabras inquisitorias, que no llegan a conformar
una frase, han perdido el sentido del lenguaje consistente en construir un
discurso real y concreto.
Es
la mediocridad lo que los reúne, los fusiona a los sujetos del mundo kitsch, en
un conjunto de perversidades éticas, estéticas, funcionales, políticas o
religiosas. La mediocridad es tanto la desmesura como la posición media, es el
principio mismo de la heterogeneidad del kitsch, facilita a los consumidores el
acto de absorción y lo propone a todos los espacios, como el más adecuado hoy
“la moda”, para transmitir el mensaje de ser “in” o “out”, como lo proponía el
talentoso humorista gráfico Juan Carlos Colombres (Landrú), en sus tiras
publicadas en diversos medios hace años, a los que se plegaban con fruición y
avidez todos los ciudadanos de los más diversos estadios socio-políticos,
incluidos los genocidas fascistas… A inicios de los 70, Colombres, curiosamente,
llegó a poseer una sección en la revista Gente, donde ironizaba sobre la
sociedad argentina, con talento inusual, en especial del “medio pelo” o los
nuevos ricos, o aquellos que pretendían aparentar un buen nivel cultural, hoy
lo aplicaríamos a la clase política toda, a los empresarios de nuevo cuño, a
los sindicalistas, los intelectuales de shoppings periféricos, en fin a toda la
fauna de energúmenos que conforman el tejido social, de por si degradado.
Bastan
unos años para individualizar las características del nuevo “sistema kitsch”
que se ha venido soldando, esto es, demarcar la negligente autocomplacencia de
los recién llegados de espacios farandulescos, haciendo uso de un calculado
provecho comercial de “maneras” y “manías” que resultan “simpáticas”, de una
desmesurada avidez de alabanzas sistemáticas de los que conforman el
espectáculo insano y mediocre de la degradada cultura del Río de la Plata, que
son réplica de las tendencias promocionadas desde el imperio kitsch de la
corrupción.
Mercaderes
de la subcultura kitsch, el anti-arte, que condenan a la comunidad
complaciente, con anuencia de la clase política kitsch, a ser penetrados por
productos biodegradables y a perderse en el juego de alusiones y alejarse para
siempre de la creación estimulada, propuesta por los “talentos”, hoy exiliados
del mundo de la cultura, quienes adelantan, bajo cualquier forma, ideas,
estímulos o propuestas de carácter artístico, aún no comercializados.
Milan
Kundera en su célebre novela “La insoportable levedad del ser” nos dice: “Nadie
ignora que la mierda es kitsch y la salida de esta mierda, es el ano, instalado
entre las nalgas, que conforman el culo…en fin, creo que la mierda lo cubre
todo y los culos, actúan de panóptico…justifican toda la instancia escatológica,
en la que se debate este mundo. Si hasta hace poco la palabra mierda se
reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales.
¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la
mierda es metafísico. De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo
categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se
comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch”.
Basta
visualizar la imagen de un asesor ecuatoriano, “rey del Universo Kitsch”, para
reafirmar el triunfo de la posverdad y la pobreza de ideas e ideales.
Pareciera
que dichos modos se asimilan a maneras y modos de una comunidad que marcha
inexorablemente a la degradación del lenguaje, sin mediar metáforas de “paños
fríos” que se utilizan dentro de un marco de compulsión intencionada, que se
proyecta sobre una dimensión espectacular: el sentido de pertenencia, ausente,
a una comunidad que sin dudas ha perdido el sentido de la relación y el
diálogo.
Meditando
en armonía, manifiesto sin dudarlo, que la negación absoluta de la mierda
deviene en el “kitsch”, vivimos en una comunidad kitsch, un vacío perfecto,
negadora de toda la mierda de la que estamos compuestos, cual especie orgánica
somos desechos biodegradables, mierdas perfectas, mal que le pese a quien le
pese… el universo kitsch a falta de una selección cualitativa, se expresa
mediante la devoción cuantitativa: el gran milagro… el talento, el coraje, el
hambre, la verdad y la libertad, no pertenecen al universo del kitsch, no lo
olvidemos.
http://www.republica.com.uy/universo-kitsch/
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