José Rivero Vivas
La
parranda, integrada por hombres de diversa edad, estaba en su apogeo. Pablo, el
solista, supo el cantar desde el principio, y logró atemperar su garganta, para
no desgañitar frente al desafío que le presentaba el cantor de la otra isla,
con sus folías soberbiamente entonadas, siguiendo el trino de las bandurrias,
apoyadas en los bajos de la guitarra, a la que se unían el rasgueo del
timplillo y las sonajas inmediatas de los ayes dolientes, del alma enardecida,
de quien interpreta con timbre tembloroso, por el estremecimiento espontáneo de
un querer la letra cuyo espíritu quebranta.
-Canten los
demás -decía, Pablo, compungido.
Cubierto de celo y plata, porque no sabía
ceñirse corona de laurel con que celebrar el imperio naciente de las azucenas
blancas, clamaba:
-Mejor fuera
llorar al viento las mieses lisonjeras de una Orotava verde, que no alegrarse
por un valle sembrado de casas, de bloques de arena y cemento, erigidos sobre
las plataneras, las palmeras y las malvas.
Se irguió,
Pablo, al final, queriendo recrear aquel cuento formidable, que nadie leía por
parecer ofensivo contra la raza y el pueblo y todos esos ardores que se abrazan
cuando se tiene conmovido el ánimo por la lectura de un pasaje patriótico, a
gusto de todos y aun a disgusto de uno mismo, aunque no lo manifieste, para no
caer en la insensatez de mostrarse desconsiderado y ganarse la animadversión de
la gente, que no lo aprecia por fingir un valor, un estupendo ser entre los que
más descuellan dentro y fuera de Canarias.
-¡Viva! -profieren,
alborozados, durante los festejos.
Se divierten de
esta suerte, creyendo que la mejor manera de solazarse es gritar
desaforadamente, sin ritmo ni compás, carentes de melodía y vibración con que paliar
la descompostura de quien trata de repentizar su estudio y se le trunca el
intento; así anda Pablo, mustio y avergonzado, al mismo tiempo, por culpa de
ese confiscado majadero, que ignora donde parar el relato que emprende sin más.
De pronto, entró
Isolina. Con gesto imperceptible pidió permiso para cantar. La solicitud de
aquella mujer, ya mayor y un tanto ajada en su presencia, no resultó de total
agrado a los tocadores jóvenes, temerosos de que su arte sufriera mengua por
causa de quien no suponían apta para participar. No obstante, continuaron
adelante con el toque bien acordado de todo el conjunto. Al punto preciso,
Isolina rompió:
Buscó amparo en
las folías,
una mujer
desolada:
con hondo
acento, decía;
de sentimiento
lloraba.
Su voz,
desgarrada, sonó armoniosa, en nítida afinación con los instrumentos. Alargaba
cada verso hasta el momento oportuno de cesura, de modo que hubiera espacio
antes de empezar el siguiente, con lo cual proporcionaba a su estilo un corte
similar al practicado por los maestros del cante flamenco. Al terminar su
copla, se produjo un silencio profundo, sólo interrumpido por las cuerdas en
sordo rumor; pero nadie osó iniciar el estribillo ni aplaudir ni hacer siquiera
un comentario.
Isolina se
retiró sigilosamente, sin decir palabra. Los componentes del grupo, y las
personas circundantes, alzaron sus copas, bebieron, carraspearon y, a poco, se
restableció el ambiente; aunque, algo flotaba en el aire que los mantenía
pendientes del significado de aquella estrofa y la intensa emoción expresada
por la mujer.
-No sabía que
Isolina cantara -dijo, uno de ellos, intrigado.
Entonces, Pablo,
con voz empañada por cierto halo de misterio, aclaró:
-Antes cantaba,
divinamente bien, acompañada por su hijo, al timple, y su marido, a la guitarra.
Procedentes de Punta del Hidalgo, se establecieron aquí en años de penuria y
miseria, de escasa pesca y riesgo en el mar.
-¿Solían ir de parranda?
-Mucho. Después de su tragedia, es la primera vez que canta.
-Quién sabe por
qué -lanzó su augurio un miembro de la pequeña rondalla.
*
-¿Fue grave, abuelo, lo sucedido entonces?
-Sí, hijo... Muy
grave.
-¿No has vuelto
a cantar desde esa fiesta?
-No he tenido
ganas.
Pablo suspira.
Mira extasiado al horizonte, respira hondo y percibe cierto atisbo de serenidad
que embriaga su ser. Luego, da la mano a su nieto, y, lentamente, se aparta del
lugar que le inspiró la triste rememoración que lo sume en infinita nostalgia.
__
REENCUENTRO
REENCUENTRO
José Rivero
Vivas
______
(Del libro: El laurimor.
Obra: C.10 (a.10)
Hacia 1994-6
Publicado en junio de 2007,
ISBN
84-95657-25-7
D.L.:
TF: 233/2007
Editorial Benchomo
Islas Canarias)
__________
GLOSA a REENCUENTRO,
Cuento que integra el
volumen EL LAURIMOR
de José Rivero Vivas Obra: C.10 (a.10)
Publicado en junio de 2007
Editorial Benchomo - Islas
Canarias)
____
REENCUENTRO: un relato en cuyo argumento se basa una definición de Las Folías, implícita en la copla que canta la mujer que se une a
la parranda.
Las Folías es un canto lleno de tristeza y nostalgia, con cierto
fondo filosófico que le da carácter y proporciona enjundia al cantar.
En el Canto Canario, Las Folías viene a ser algo así como La Soleá en el cante flamenco; más austera musicalmente, pero
sentida también en sus palabras. Sucede que, al abundar en fiestas y agasajos,
se trivializa su significado y se desdora el fulgor de su alma, aun cuando, en
su esencia, prevalece indemne el aura de su melancolía.
En la actualidad suele interpretarse con pretensión de
bel canto. Sin embargo, en su concepción más íntima, Las Folías, copla en virtud plural, se ensancha en profundo y
abierto horizonte, al tiempo que toma una dimensión infinitamente sencilla.
José Rivero Vivas
Londres, enero de 2001
_______
No hay comentarios:
Publicar un comentario