BROCHALARI
J.M.
AIZPURUA
¡Yo no soy un “escritor”! Escritores son otros, como José Rivero
Vivas y Víctor Ramírez, y además son maestros con lugar en la literatura
universal y canaria.
Yo empecé de “brochalari”, pintando las tapias y escribiendo en
ellas lemas antifranquistas y consignas patrióticas. Ello me llevaba mi tiempo
en adaptar en segundos a un espacio en tapia o fachada lo que quería
transmitir, que era lo que los jefes nos habían ordenado. Como me decía un
compañero de brocha, hace unos días; “eran los tiempos de la ilusión”.
Aprendimos a resumir y a convertir una pared en un grito de libertad, que
asustaba a los fascistas.
Llegando a los 20 años, pasé de la tapia a la novela, y mi
primera obra me la robaron de mi casa, cuando escribir a máquina, era todo un
oficio y las correcciones eran casi imposibles.
Ante el 23-F, al comprobar que estaba en una lista de
“ejecutables” que habían enviado a la guardia civil de mi pueblo y que un
miembro amigo me advirtió, seguro que aquellas bestias darían conmigo, me
dispuse a dejar un testimonio de mi personalidad real para que mis hijos y
amigos tuvieran de mí un recuerdo exacto alejado del político al uso. Escribí
apresurado unas páginas y las uní a otras ya escritas hasta completar un
volumen. Y me gustó aquello de escribir.
Desarticulados los golpistas volvieron a la normalidad y los
ejecutables volvimos a lo nuestro, pero en adelante yo encontré un desahogo en
la escritura, suplantando a la lectura voraz de antaño, y tratando de encontrar
en mí cosas que decir para que otros pudieran reparar en ellas y crecer por
esas sendas. Bonito oficio el de escritor.
Pero la terrible sociedad hispana del siglo XXI, adicta al móvil
y al gimnasio, abandonó la librería y considera frikis a los jóvenes lectores.
Tremendo error que hipoteca el futuro, aunque lo pinten de plurinacional.
Salvemos al libro, y al librero, y a la bendita librería donde se encuentra la
esencia del mejor pensamiento de la Humanidad. Es en el ámbito de librería
donde podemos crear utopías y mundos interiores que surgen, leyendo, del
contagio de grandes maestros escritores que pasaron antes por allí y que ayudan
a salir nuestro yo profundo, necesario para que la inteligencia humana pueda sobrevivir
a esta fase actual de mediocre y vulgar modelo; un ser-oveja, que se ha
olvidado hasta de balar.
Leer un libro bajo uno de los bellos árboles chicharreros es
algo que los jóvenes se están perdiendo, mientras corren como posesos para
enmendar su cuerpo sin reparar su mente.
Ya el “mens sana in corpore sano” de las Sátiras de Juvenal, dejó de ser un
lema sostenible pues la mens, el pensamiento, la crítica constructiva, rompe su
equilibrio con el cuerpo y está dejando paso al trotón descerebrado.
Muchacha, muchacho: ¡lee!
No hay comentarios:
Publicar un comentario