NO ES PAÍS PARA DIOSES
MIGUEL ROIG
Esta semana
Pablo Iglesias se reunió con la plana mayor del empresariado catalán. Algunas
preguntas que le han hecho durante el encuentro puede que no se las hagan a
otros candidatos. Esta, por ejemplo: «¿Cree en la propiedad privada?». La
pregunta encierra una preocupación previsible y es mejor dejar constancia desde
el principio de la razón que inquieta. Otra, en cambio, es impropia de quien la
hace: «¿Cree en el esfuerzo y el talento?». Era una reunión simétrica en la que
un candidato cambia puntos de vistas con un núcleo de poder y no un test
psicotécnico. Pero hubo una cuestión fuera de toda previsibilidad: « ¿Cree en
Dios?». Iglesias respondió primero con ironía «Dios es un significado en
disputa» y acotó, acto seguido, con sentido común: «creo en la “sensatez” del
papa Francisco».
Si bien la
pregunta fue inesperada no por ello deja de ser pertinente. La religión es un
marco de referencia que en España ha servido para la construcción del
franquismo sociológico que aún hoy es influyente y que se expresa, entre otros
relatos, a través del miedo. No hace falta irse hasta los días de Georges W.
Busch que se movía en territorio bélico delimitando el mundo entre el bien o el
mal o cuando esbozó una escena apocalíptica para transferir del Estado a la
banca una línea de crédito de 700 mil millones de dólares: “Todo está en riesgo
si no se actúa; el fin toca a nuestra puerta si no socorremos a la banca”.
¿Acaso el entonces presidente Mariano Rajoy no esbozó el mismo argumento para
transferir recursos a las entidades financieras y ejecutar su programa de
recortes? Ahora usa un discurso religioso similar: o nosotros o los
extremistas. Y señala un marco de referencia para corporizar el temor:
Venezuela. He allí el infierno, señala. Albert Rivera, incluso, vacío de relatos
propios, se aventuró a cruzar el Aquerón en busca de la palabra revelada para
mover las encuestas.
Zigmunt Bauman
valora a Dios como un hecho social que no se puede negar por la sencilla razón
que surge sin que haya sido convocado, dado que nace de la incertidumbre
humana, y eso implica que existirá siempre o al menos hasta que se extinga la
especie, ni un segundo antes. A los dioses se les escucha porque se está
obligado a escucharlos sin tener el derecho recíproco de que nos escuchen. Ser
Dios significa tener un derecho inalienable e indivisible al monologo. En este
sentido, la política pugna por conquistar el espacio de la religión, ya que
ambas compiten por un mismo público: «personas agobiadas por el peso de una
incerteza que trasciende su capacidad individual o colectiva de comprensión y
de acción para ponerle remedio».
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