TE
DOY LA MANO Y ME COGES EL BRAZO
GUILLERMO
DE JORGE
A veces pienso si esta cara
que se me suele quedar de pollo sólo me pasa a mí en un momento concreto o ya
viene así de serie. Me pregunto hasta cuándo vamos a seguir soportando y
aguantando a todos estos personajes que, en numerosas ocasiones, utilizan una posición privilegiada para aprovecharse
de las circuntancias. El presunto caso Dívar y otros de similar calado no son
hechos puntuales. Ésto es sólo la punta de un iceberg de donde procede esta
subcultura que existe en este país de aprovecharse de las circunstancias. Y que
si nos despistamos al dar la mano, nos cogen el brazo. Y sin acritud.
Esta sociedad también
necesita un rescate moral. Da la sensación que el Estado democrático y social
que hemos creado está enfocado para defender a aquel que vive entre la delgada
linea de la legalidad y la no legalidad. Y eso debería desaparacer. Por el bien
de todos -aunque este concepto no sea muy agraciado en estos tiempos en lo que
huímos-.
Sin embargo, hoy más que
nunca, creo que deberíamos de reinventarnos, como decía mi querido amigo
Fernando Barrionuevo. Reinventarnos, sí.
Y materializar ese concepto jacobino que siempre hemos tenido del latino
y de la realidad a la que siempre hemos aspirado.
Una de las maneras que
podríamos utilizar para luchar en contra de las injusticias sociales es con la
creación de una Ley de Transparencia Integral, donde aquellos que ejerzan
cargos públicos deban de ser obligatoriamente el referente moral y ético de una
sociedad. Y así, no incurrir en los errores y descalabros a los que nos ha
llevado precisamente esa situación.
Así, todo este tipo de
actitudes que van en contra del bien comun deberían de estar recogidas en el
Código Penal y debería de ser razón suficiente para expulsar a un individuo de
sus atribuciones públicas.
Vivimos con la idea que aquel
que tiene la potestad de gobernar, sea en el ámbito que sea, es impune, por el
mero hecho de ser su propietario legítimo. Y eso, en cierta manera, es verdad.
Lo reconozco. Pero todo cambia cuando la propiedad que está en litigio es cada
uno de los miembros de una familia: sus vidas, su casa y su propia persona. Ahí
es donde todo cambia. Cuando el material del que estamos hablando no es un
insulso e insípido trozo de piedra, sino miles de personas, si hablamos de un
pueblo, o de millones de personas, si hablamos de un país. Y todo aquello que
atente en contra de ese bien común debería de estar penalizado.
Todos nosotros, sin
excepción, en esta sociedad, tenemos deberes y responsabilidades. Y debemos de
acabar con aquellos otros que aún creen que pueden estar por encima de la Ley,
a costa del esfuerzo y del trabajo de las vidas de otros. Incluso, con aquellos
que son amigos de lo ajeno.
Guillermo de Jorge
#guillermodejorg
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