EL MENTIROSO ABSOLUTO
JUAN CARLOS ESCUDIER
Existe
una amplia coincidencia en que Rajoy miente más que habla, y es precisamente
esa avalancha de embustes la que hace desconfiar de sus intenciones reales.
¿Serán las suyas mentiras piadosas al estilo de los orgasmos fingidos? ¿Querrá
protegernos de la cara más terrible de la verdad? ¿O, simplemente, lo suyo
encaja en esa mutación de la mentira que, según Hannah Arendt, se ha convertido
en un absoluto incontrolable?
La
verdad y la mentira han sido objeto de sesudas reflexiones filosóficas a lo
largo de la historia. La polémica más famosa enfrentó a Kant y a Benjamin
Constant, filósofo y político francés que ya en el siglo XVIII perfiló buena
parte del constitucionalismo moderno. Kant negaba el derecho a la mentira y
reclamaba la necesidad de ser veraces en cualquier circunstancia, incluso si
uno escondía a un amigo en casa y una pandilla de asesinos llamaba a la puerta
y preguntaba por él. Para Constant, sin embargo, tal maximalismo sólo
conseguiría que las relaciones sociales saltaran por los aires y que el amigo,
si sobrevivía, se acordara uno a uno y entre interjecciones de los muertos del
sincero Kant.
En
esa misma tesis abundaba una inquietante obra de ciencia ficción de James
Morrow, que recreaba cómo sería la vida en una sociedad donde todo el mundo,
hasta Rajoy, estuviera obligado a decir la verdad. En Veritas, la ciudad de la
verdad, los políticos confiesan abiertamente las mordidas que reciben, los
ascensores llevan un cartel en el que puede leerse “Atención. El mantenimiento
de este ascensor es llevado a cabo por personas que odian su trabajo”, y los
bocadillos se anuncian así: “Sandwich de vaca muerta, hojas marchitas de
lechuga y patatas altas en colesterol”. Programada para la verdad, la vida se
convierte en una insufrible pesadilla.
Puede
que éste sea el ánimo del presidente. ¿Qué satisfacción hallaríamos si en cada
uno de sus intervenciones públicas, aunque fuera en plasma, relatara
abiertamente cómo se ha financiado su partido, qué empresas han pasado por
caja, a quien pertenece realmente el fortunón que tenía Bárcenas en Suiza o
cuánto dinero se ha repartido en sobresueldos la cúpula del PP? ¿Seríamos acaso
más felices o el asco nos impediría disfrutar de los cruasanes del desayuno?
De
igual forma cabría interpretar esa enésima mentira al negar los recortes que
tendría que aplicar si consigue mantenerse en el Gobierno, mientras se ofrece a
ejecutarlos privadamente y por carta a la Comisión Europea. ¿Para qué
disgustarnos ahora? ¿Por qué arrebatarnos estos meses la imagen de un país en
crecimiento, camino del pleno empleo, donde mucho se nos tiene que torcer para
que no mane leche y miel de las fuentes públicas, después eso sí de que se
adjudique el contrato a una empresa amiga y ésta suelte la comisión
correspondiente?
Puede
que Rajoy haya conseguido trascender a Platón y Aristóteles. Lo explicaba muy
bien Jacques Derrida: “Para Platón el mentiroso es alguien que es capaz de
mentir. Para Aristóteles es alguien que decide mentir. La posibilidad debe
existir siempre”. El presidente es capaz y lo decide, es potencia y acto, es la
leche, en definitiva.
Y
continuaba: “Para decir la verdad, para ser veraz, hay que poder mentir. Un ser
que no puede mentir tampoco puede ser sincero o veraz”. El del PP ha demostrado
sobradamente sus cualidades para la patraña y un día de éstos nos sorprenderá
con la verdad más absoluta: “No soy del Depor”.
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