CRÓNICAS VENEZOLANAS
DAVID TORRES
En un capítulo
de Crónicas marcianas (la gran novela de Ray Bradbury, no confundir con aquel
ciclo de bazofia casposa que perpetró Sardá en defensa de la oligofrenia), los
astronautas terrícolas se encuentran en el desierto de Marte con la réplica
exacta de un poblado yanqui de los años veinte y ven a sus amigos y familiares
fallecidos muchos años atrás que han regresado a la vida para recibirlos. Creen
que Marte es el más allá, el infierno de los muertos, el paraíso soñado y
prometido, hasta que comprenden, demasiado tarde, que no son más que deseos y
recuerdos extraídos de su subconsciente.
Del mismo modo,
en la campaña electoral que se avecina -al igual que en la anterior- Venezuela
se aproxima como el infierno posible del planeta España, un futuro alternativo
y terrorífico que sucederá sí o también en caso de que la izquierda se haga con
el poder. El pasado diciembre, en la plaza de toros de Las Rozas, Mariano se
trajo de telonero a Leopoldo López Gil, padre del opositor encarcelado en
Venezuela por diversos cargos y auroleado por el prestigio de preso político
(si la cárcel tampoco lo hubiera impedido, Mariano podía haber llevado de telonero
a Otegi por los mismos motivos). El gentío que abarrotaba la plaza -dos orejas
y dos banderas por persona- al principio no entendió muy bien la jugada pero en
seguida se sumó a la estrategia del líder supremo. Como los astronautas de
Bradbury, Mariano se había embarcado en la odisea de redescubrir Venezuela e
incluso en la de fundar Caracas en pleno centro de Caracas.
Es lógico que
Mariano hable de Venezuela en lugar de hablar de la deuda que acaba de superar
el 100% del PIB por primera vez en un siglo gracias a sus desvelos. O de la
trama de corrupción criminal que ha saltado como una riada de mierda desde la
Fiscalía al hacerse público el sumario de la Operación Púnica. Aun así, y
aunque los periódicos españoles esta semana parezcan impresos en Caracas, las
menciones a Venezuela de algunos políticos españoles en la precampaña empiezan
a ser alarmantes. A Mariano Venezuela no se le cae de la boca, Felipe González
ha ido a Venezuela, Zapatero ha ido a Venezuela y hasta el propio Albert Rivera
tiene previsto un viaje la próxima semana a Venezuela. Albert va a pedir un
revocatorio contra el gobierno de Maduro, en lugar de pedir uno contra Putin y
otro contra Kim Jon-ung. A la derecha española le molestan mucho las
dictaduras, excepto la de Franco, que sigue bien de salud, gracias. Hace unos
días hasta votaron en contra de colocar una placa que recordase a las víctimas
de torturas en la antigua sede de la Dirección General de Seguridad, en la
Puerta del Sol.
Esta
machaconería de ultramar ha acabado por enfadar al presidente Nicolás Maduro,
que ha amenazado con venirse a España y arrasar en las elecciones, una
posibilidad nada desdeñable ya que tiene lo único que le falta actualmente al
PP: un bigote. Venezuela, que se independizó allá por las primeras décadas del
siglo XIX, podría reclamar la anexión de España como provincia. En esa realidad
alternativa Mariano correría el peligro de que lo tomaran por presidente de
Brasil, por ejempo. Mientras tanto, el resto de Latinoamérica parece una balsa
de aceite, aunque Honduras tiene la triste fama de ser el país más peligroso
del mundo y hay días que México, más que país, amanece narcocorrido. De seguir
insistiendo en confundir naciones a este ritmo, en Génova pueden empezar a
correr sobres llenos de bolívares y a llenarse los pasillos de misses
despampanantes. Por mucho menos que eso, Jose Mari empezó a hablar con acento
texano, como en aquel anuncio de Fritos, muy buenísimo.
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