AC DC, INDA Y EL PERIODISMO
DE FICCIÓN
DAVID TORRES
El pasado
sábado mi primo Joseph se trasladó a Lisboa porque tenía muchas ganas de ver a
AC DC en directo. Muchos otros fans decidieron no ir exactamente por la misma
razón: porque querían ver a AC DC en directo. Ambas opciones eran pertinentes
porque AC DC, como el gato de Schrödinger, está vivo y muerto a la vez. Para
muchos aficionados, el ADN de la banda se mantendrá intacto mientras prosigan
los espasmos epilépticos de Angus Young a lo largo y ancho del escenario; para
otros muchos aficionados, la ausencia de Brian Johnson (con 68 años ya, al
borde de la vejez y del sonotone) constituye una pérdida irreparable.
Reemplazarlo a última hora por Axl Rose resulta un truco barato, una bala de
fogueo tanto más decepcionante cuanto que ese gordinflón que aúlla bajo un
sombrero tejano y encima de una silla de ruedas tampoco tiene mucho que ver con
Axl Rose. Unos dicen que es el doble de Axl Rose; otros que es el triple.
En su breve
reinado, de poco más de medio siglo, el rock ha ido del culto de la juventud a
la glorificación de la geriatría sin pasos intermedios. La única manera de
sostener el legado de estos dinosaurios sobre las tablas son los grupos
tributo, imitaciones más o menos verosímiles de las grandes bandas difuntas
(Queen, Led Zeppelin, Yes, The Who), aunque AC DC, al igual que Yes, ha dado un
paso más allá y ha formado un grupo tributo de sí mismo. Esta tensión
posmoderna entre la autenticidad y la copia es lo que dota de fuerza a ciertos
empeños periodísticos que están intentando renovar el oficio a base de
imaginación.
El más
original, sin duda, ha sido la publicación por OK Diario de un documento que
supuestamente prueba el pago de 272.000 dólares a Pablo Iglesias por parte de
un ministerio venezolano. Poco importa que el nombre del ministerio no coincida
con el de ningún organismo oficial de Venezuela en aquellas fechas, ni que el
gobierno venezolano no pague jamás en dólares sino en bolívares, ni que el
banco en cuestión, el Euro Pacific Bank, haya desmentido esa transacción y
cualquier otra proveniente de Venezuela. Ni siquiera importa que haya distintas
versiones oficiales del documento, ni que en todas ellas las líneas de las
casillas aparezcan por encima de los sellos oficiales. Estamos a dos pasos de
que acusen a Errejón del asesinato de Kennedy y a Echenique de sabotaje en el
Apolo XIII.
Lo que cuenta,
lo que nadie puede negar, es la convicción de Eduardo Inda en la veracidad de
sus fuentes, una fe de carbonero que da un nuevo matiz al significado de la
palabra “exclusiva”, puesto que ni La Razón, ni el ABC, ni el Mundo Today se
han hecho eco de la noticia. Cómo será la exclusiva que hasta Marhuenda
prefirió callarse. Incluso Javier Sardá le afeó a Inda la ridiculez de un
documento que, según todas las evidencias, parece directamente calcado de la
web de Patricia Poleo, una periodista venezolana exiliada en Miami muy crítica
con el gobierno de Maduro y acusada por la Fiscalía Pública Venezolana de estar
implicada en el asesinato del fiscal Danilo Anderson. Inda replicó a Sardá que
quién era él para hablar, puesto que fue el responsable Crónicas marcianas
(aquel exitoso montón de mierda que dio trabajo a diversos discapacitados,
desechos de tienta y fenómenos de circo), y Sardá contestó que Inda le estaba
haciendo la competencia. Más allá del periodismo de ficción, en La Sexta Noche
lleva tiempo desarrollando el periodismo cuántico, donde la verdad, como el
gato de Schrödinger, está viva y muerta a la vez.
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