EL PP ESTÁ MUCHO MÁS PERDIDO DE LO
QUE NOS DICEN
CARLOS ELORDI
Rajoy, en un acto preelectoral de su partido esta semana. EFE
Por
mucho que insistan algunos sondeos, no es para nada seguro que Rajoy y el PP no
vayan a sufrir un nuevo revolcón electoral. Su despliegue propagandístico es
espectacular, su influencia en los grandes medios tan grande como siempre, o
más, pero sus debilidades políticas se agudizan cada día que pasa. Cuando
parecía que se iban a comer el mundo, han hecho el ridículo prohibiendo la
estelada. Sus amigos de Bruselas les han evitado el bochorno de multarles en
plena campaña electoral por incumplir los requisitos de déficit. Pero pocas
horas después ha sido nada menos que José María Aznar quien les ha advertido,
él sabrá por qué, que la falta de rigor fiscal del Gobierno puede llevar al
desastre a la economía española. Y la crónica de la corrupción se enriquece
cada día con nuevos capítulos clamorosos. Es muy difícil que un partido mejore
sus resultados con esas cosas, y unas cuantas más, a su espalda. Aunque algunos
millones de ciudadanos estén dispuestos a mirar hacia otro lado.
En
la noche del 20 de diciembre del año pasado, hasta los más escépticos tuvieron
que aceptar que quienes decían que el PP se iba a llevar un batacazo formidable
no confundían sus deseos con la realidad. Que la idea de que un voto oculto
conservador al final le sacaría las castañas del fuego carecía absolutamente de
fundamento. Que ese día el PP obtuvo todos los votos que podía. Que no tenía
nada más en donde rascar. Pero ahora, o en el último mes como mucho, los
sociólogos de la corte se han sacado de la manga que el electorado de Mariano
Rajoy está creciendo, que la posibilidad de la suma de escaños del PP y
Ciudadanos puede darle la mayoría. ¿De dónde se han sacado esa teoría?
¿Qué
han hecho en estos meses ese partido y su líder para merecer un premio? ¿Por
qué un sector del electorado moderado que votó PP en 2011 y se abstuvo el 20-D
o escogió a Ciudadanos, al PSOE y hasta a Podemos, debería ahora abrazar la
causa de Mariano Rajoy? ¿Porque se refugió cobardemente en La Moncloa huyendo
de mojarse en la dura tarea de intentar pactar para evitar la repetición de las
elecciones, es decir, porque se negó a hacer política?
¿Cuántos
electores catalanes engrosarán el voto del PP tras comprobar que el Gobierno
está cada vez más perdido en su asunto, que un día hace que habla con
dirigentes soberanistas e independentistas y al día siguiente da el palo de la
estelada? ¿Cuántos valencianos se arrepentirán de haber votado PP el 20-D tras
lo que está saliendo a luz sobre la corrupción de ese partido en su comunidad?
¿Y cuantos madrileños, cuando los escándalos hasta empiezan a poner en duda la
supervivencia futura del Gobierno de Cristina Cifuentes, el de la
“regeneración? ¿De dónde va a sacar nuevos votos el PP andaluz que sigue
incapaz de renovar el equipo dirigente que le ha llevado al desastre y que
encima tiene que cargar con la dimisión del alcalde de Granada y con los
desmanes de Miguel Arias Cañete, un perfecto exponente de esos ricos de siempre
que tan mal caen por esos pagos? ¿O el canario, tras el papelón que ha hecho
José Manuel Soria y el posterior escándalo de su amigo el juez Alba, que en la
prensa de las islas han abierto la caja de Pandora de todo tipo de sospechas?
¿O el vasco, ya prácticamente hundido en la marginalidad, salvo en Álava?
Está
claro que al PP le quedan Galicia y Castilla y León. Y la posibilidad de que
una buena parte de los siete millones de ciudadanos que les votaron en
diciembre vuelvan a hacerlo en junio. Pero puede perder unos cientos de miles y
también unos cuantos escaños: sólo la coalición Podemos-IU le quitaría cerca de
una decena si se repitieran los resultados.
En
Génova deben saber eso y mucho más. Pero han instruido a sus huestes
partidarias y mediáticas para que no se note. Y han diseñado una campaña
supuestamente agresiva para transmitir la sensación de que son fuertes y están
convencidos de que saben lo que se hace. Sin embargo, sus debilidades y
contradicciones siguen saliendo a la luz, por mucho que se empeñen en
ocultarlas. Sin entrar en juicios de intenciones, está claro que José María
Aznar no se habría lanzado tan abiertamente contra Rajoy como lo hizo ayer si
no tuviera muchas sospechas de que el barco hace aguas. Por muy poderoso y
autónomo que dicen que se siente, aunque también habría que comprobar la
solvencia de tales impresiones.
¿Y
qué decir de las últimas ocurrencias que los asesores de Rajoy han puesto en
boca del presidente del Gobierno en funciones? ¿De su anuncio de que bajará los
impuestos que hizo el mismo día que Bruselas le decía que España tendría que
hacer 9.000 millones más de recortes? ¿Y de su advertencia de que las pensiones
corren serios riesgos, tras años de desmentidos a quienes sugerían eso mismo? A
tales incoherencias habría que añadir su afirmación de que la prohibición de la
estelada no era “de su competencia”. Porque sí lo es, y cómo. Pero la cosa
sería aún más grave si no se hubiera enterado de la decisión de su delegada del
Gobierno.
Todas
y cada una de esas notas apuntan a un Rajoy que no controla demasiado la
situación. Y girando en torno a un personaje así, como el PP ha decidido que
ocurra, su campaña electoral no va a dar muchos frutos. Estará sometida
constantemente al riesgo de que un acontecimiento, del tipo que sea, la arruine
de un día para otro. Por muchos eslóganes tremendistas que lancen sus vídeos,
Rajoy da cada vez menos miedo y puede que dentro de unas pocas semanas termine
siendo un personaje patético. Y son cada vez más los empresarios y los
economistas que dicen abiertamente, aunque los medios masivos no lo recojan,
que el éxito económico que proclama el PP es en buena medida un camelo.
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