EL ALMENDRO DEL HIMNO
DE CANARIAS
SAMIR DELGADO
En 1975 la
aparición en el archivo de El Museo Canario de la correspondencia epistolar
entre Patricio Estévanez y el periodista Luis Maffiote, comprendida durante más
de veinte años en el período de estancia en la casona de la Curva de Gracia de
La Laguna del que fuera hermano menor del poeta y político Nicolás Estévanez,
supuso un hallazgo de vital interés documental que actualmente puede
consultarse en una difícil edición descatalogada de la colección del Aula de
Cultura de Tenerife a cargo de Marcos Guimerá Peraza.
En las cartas
de Patricio Estévanez aparece una abundante relación de hechos que atesoran una
fuente de conocimiento de primera mano sobre el acontecer cultural del panorama
periodístico de las islas, semejante a la relación de correspondencia privada que Nicolás mantuvo con el mismo
personaje durante su exilio en París durante 40 años hasta su posterior
fallecimiento en 1914. El autor del poema “Canarias”, editado por primera vez
en 1878, inspirador de la Escuela Regionalista de La Laguna que aglutinó a
buena parte de los poetas románticos del siglo XIX, había incorporado para la
posteridad la referencia simbólica de la sombra del almendro de su infancia
como un elemento identitario para la sociedad canaria, más aun cuando en
nuestros días el timplista Benito Cabrera, integrante de Los Sabandeños,
empleara el verso sobre el almendro en la composición del Himno oficial de
Canarias.
Precisamente,
el almendro del poema había permanecido durante décadas en el olvido, en el
mismo lugar de la finca heredada por la familia del artista Borges Salas y los
descendientes de los Estévanez, adquirida por el Cabildo de Tenerife en 2007 y
declarada Bien de Interés Cultural en 2009. A pesar del estado de ruina
denunciado en continuas reivindicaciones de asociaciones culturales, vecinales
y juveniles, el famoso almendro sobrevivió a las obras de la Avenida de los
Menceyes y del Tranvía, existiendo fotografías probatorias de su ubicación
original que por testimonios orales del acervo familiar, hacían suponer que
correspondía exactamente con el almendro del poema que daba sombra a la ventana
particular de Nicolás Estévanez.
La prueba
concluyente de este episodio sobre la existencia real del almendro del poema se
encuentra en el testimonio por escrito
de Patricio Estévanez que confiesa a su amigo en varias de sus cartas el hecho
de la composición de una lámina de época a cargo de Diego Crosa, “Crosita”, que
da cuenta del mismo almendro en el lugar exacto al que se refiere el eminente
poeta Nicolás Estévanez en otro poema tardío titulado “Confidencial” y que
sería, finalmente ratificado para los anales de la historia de la literatura de
Canarias, con la inclusión del dibujo del almendro en la revista Gente Nueva de
1900 y la publicación en 1976 de las cartas que lo certifican sin lugar a
dudas.
El verdadero
almendro del poema, símbolo de canariedad junto a otros iconos culturales y
paisajísticos del archipiélago, detonante de polémicas con figuras de la talla
de Miguel de Unamuno y convertido en paradigma literario de una mirada hacia la
vida que Domingo Pérez Minik calificó como de auténtica metafísica insular, se
encuentra en paradero desconocido dentro del hermético proceso de restauración
a cargo del Cabildo sobre la casona de 1733 que a duras penas resiste al paso
del tiempo en la curva de Gracia del municipio lagunero, un hecho trágico casi
vaticinado por el poeta antes de su muerte: “yo no sé lo que duran los
almendros / en este mundo donde todo acaba / pero las musas de mi patria
auguran /vivirá mientras haya trovadores / en la tierra sin par de mis amores.
30 de mayo de 2016
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