HABLANDO DE ISAAC
DE VEGA. CARPANEL Y
EL BARRANCO DE SANTOS
MARIA TERESA DE VEGA
Se dice, e Isaac mismo lo declara, que a los
fetasianos los asuntos políticos y sociales, o no les interesaron entonces, o
quedaron en un segundo plano. Yo quiero traer aquí una obra que escapa en su
casi totalidad a esta afirmación, y que pone de relieve el profundo
conocimiento que del estado de la cuestión social tenía el escritor. Una razón más, dada su visión profundamente
pesimista, para considerarse un extraño en este mundo.
La obra que acerco es Carpanel, publicada en
1996, hace ahora 18 años. En la novela corre un aire que evoca a Antonio
Bermejo Barrera. A este respecto, añado que una parte de esta se desarrolla en
el barranco de Santos, en las cuevas, donde sabemos que habitó, durante un
tiempo, este escritor. Que se me antoja desdoblado en el profesor Barrera Álamo
(lleva el mismo apellido, que los enlazaría visiblemente) y en Simón, el
muchacho afectuoso, manso, que guiaba al profesor citado a las cuevas de aquel
Barranco, y que se convirtió en un ser arisco, declarado enemigo de todos. Ya
hombre, se le resiste la escritura, le atormenta y no puede continuar, se dice en
el relato. Quizá alusión al abandono de la literatura por Bermejo.
Volvamos a lo que decía al principio. En primer
lugar, como hecho acusador, aparece en la novela un asunto de siempre y de hoy
en nuestro país, el maltrato de animales y su abandono por la canalla. Expone el escritor, a través de un personaje,
Ezequiel, su dolorosa conciencia de este hecho cuando se tropieza con el
perrillo chico dolorido en su infierno de
desamparo que va entregando su desolado corazón al corazón de los indiferentes
conductores que pasan. Tiempo después, vuelve a pasar y allí está todavía
el perrillo, que le dirige una agónica
mirada de infinita angustia, de tristeza sin medida, de soledad sin fin. Pero
Ezequiel no se detiene y siente que se ha
condenado, ha manchado, si es que la tiene, su pequeña y roñosa alma.
Como si se adecuara exactamente al momento en
que vivimos, dice el hombre del barranco: Nos
hemos mostrado incapaces de formar una asamblea de ciudadanos que tome en sus
manos la coordinación (…) de los asuntos públicos. (…) Nada de benévolas
donaciones de externas minorías (…) coartadoras y represivas, avariciosas y explotadoras.
Y de nuevo Ezequiel, ese personaje espejo del
escritor: Hoy los políticos se han
transformado en unas ansiosas chinches que hunden felices sus chupadores en los
pobres de siempre, (…) desde los más derechosos hasta el otro extremo. (…)
Estado, regiones, municipios, todos hundidos en la misma sinfonía (…) y sin que
un natural rubor tinte sus caras.
Palabras, entre otras, que aparecen como
conclusión a casos de mal gobierno y latrocinio que se muestran en la novela.
Hasta tenemos lo que sería, en cierta medida,
el equivalente al moderno desahucio. A Simón, el Ayuntamiento lo amenaza con el
embargo si no paga la contribución de su casa, a él, que es, entonces,
absolutamente pobre:
¿Cómo
habrán de embargarme mi casa, (…) mía desde mis tatarabuelos? ¿Cómo pueden
quitarme la casa donde vivo? (…) Se portan feroces para que los dineros de la
comunidad sean los dineros suyos. Cualquier atentado u oposición contra el
cobro, es una estafa que se hace al pueblo, dicen. Pero temen la amenaza a la
estabilidad de sus comedores, esos pesebres de lujo que están al fondo del
asunto. Esas buenas gambas al atardecer que se han hecho costumbre de todos los
días, y el aperitivo a las dos, después de un paseo saludable…
Poco después, cuando pasó al lado de una furgoneta del Ayuntamiento, escupió hacia
ella y atinó exactamente sobre la palabra, pintada primorosamente en negro,
Excmo.
Se señalan otros casos, viajes de alcaldes y
concejales con sus esposas e hijos: los viajes de hermandad, a cargo del erario
público, y que, ya que están de viaje, se dicen, inconscientes e
irresponsables: podemos pasar por
Palestina, a ver cómo va la agricultura del aguacate. Señala estas
frivolidades Isaac, dichas tan tranquilamente, y cuyo equivalente en gasto
repercutirá en el jornal de un montón de familias que trabajan como negros. En
contraposición se cuentan las desproporcionadas y terribles consecuencias de un
robo de batatas por un desgraciado… Claro, me digo, es que si todos nos ponemos
a robar, adónde irá a parar la cosa. Hay que ser duros.
En el mundo que se retrata en esta novela, de
miseria y marginación, todos los casos que el escritor refiere indican una
sociedad en la que alienta un ansia sin fin depredadora, un egoísmo sin medida,
una falta de conciencia moral alguna; y por otro lado, también, unos individuos
que consienten, que incluso animan, que envidian y que hacen daño a su
semejante, tan miserable como él mismo.
Pues, como decía al principio, Isaac de Vega
era conocedor de lo que ocurría, ya entonces, eso que muchos de entre nosotros
vimos más tarde, a lo que abrimos los ojos cuando apretó la insuficiencia. De
bienestar, de dignidad.
Nos encontramos, al final de la novela, así lo
veo yo, con que no hay más solución que convertirse en un “alien” de sí mismo
en una tierra descarnada, libre de estas escenas que colman el corazón de
desconsuelo, lejos de este mundo donde, además de la orfandad existencial, vive
la oscura fatalidad que somos y de la que somos conscientes, solo la claridad
de un fogonazo que nos hiere para percibir que Todo es para Nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario