domingo, 10 de abril de 2016

HABLANDO DE ISAAC DE VEGA. CARPANEL Y EL BARRANCO DE SANTOS

HABLANDO  DE  ISAAC  DE  VEGA.  CARPANEL Y  EL BARRANCO  DE  SANTOS

MARIA TERESA DE VEGA
Se dice, e Isaac mismo lo declara, que a los fetasianos los asuntos políticos y sociales, o no les interesaron entonces, o quedaron en un segundo plano. Yo quiero traer aquí una obra que escapa en su casi totalidad a esta afirmación, y que pone de relieve el profundo conocimiento que del estado de la cuestión social tenía el escritor.  Una razón más, dada su visión profundamente pesimista, para considerarse un extraño en este mundo.
La obra que acerco es Carpanel, publicada en 1996, hace ahora 18 años. En la novela corre un aire que evoca a Antonio Bermejo Barrera. A este respecto, añado que una parte de esta se desarrolla en el barranco de Santos, en las cuevas, donde sabemos que habitó, durante un tiempo, este escritor. Que se me antoja desdoblado en el profesor Barrera Álamo (lleva el mismo apellido, que los enlazaría visiblemente) y en Simón, el muchacho afectuoso, manso, que guiaba al profesor citado a las cuevas de aquel Barranco, y que se convirtió en un ser arisco, declarado enemigo de todos. Ya hombre, se le resiste la escritura, le atormenta y no puede continuar, se dice en el relato. Quizá alusión al abandono de la literatura por Bermejo.
Volvamos a lo que decía al principio. En primer lugar, como hecho acusador, aparece en la novela un asunto de siempre y de hoy en nuestro país, el maltrato de animales y su abandono por la canalla. Expone el escritor, a través de un personaje, Ezequiel, su dolorosa conciencia de este hecho cuando se tropieza con el perrillo chico dolorido en su infierno de desamparo que va entregando su desolado corazón al corazón de los indiferentes conductores que pasan. Tiempo después, vuelve a pasar y allí está todavía el perrillo, que le dirige una agónica mirada de infinita angustia, de tristeza sin medida, de soledad sin fin. Pero Ezequiel no se detiene y siente que se ha condenado, ha manchado, si es que la tiene, su pequeña y roñosa alma.
Como si se adecuara exactamente al momento en que vivimos, dice el hombre del barranco: Nos hemos mostrado incapaces de formar una asamblea de ciudadanos que tome en sus manos la coordinación (…) de los asuntos públicos. (…) Nada de benévolas donaciones de externas minorías (…) coartadoras y represivas, avariciosas y explotadoras.
Y de nuevo Ezequiel, ese personaje espejo del escritor: Hoy los políticos se han transformado en unas ansiosas chinches que hunden felices sus chupadores en los pobres de siempre, (…) desde los más derechosos hasta el otro extremo. (…) Estado, regiones, municipios, todos hundidos en la misma sinfonía (…) y sin que un natural rubor tinte sus caras.
Palabras, entre otras, que aparecen como conclusión a casos de mal gobierno y latrocinio que se muestran en la novela.
Hasta tenemos lo que sería, en cierta medida, el equivalente al moderno desahucio. A Simón, el Ayuntamiento lo amenaza con el embargo si no paga la contribución de su casa, a él, que es, entonces, absolutamente pobre:
¿Cómo habrán de embargarme mi casa, (…) mía desde mis tatarabuelos? ¿Cómo pueden quitarme la casa donde vivo? (…) Se portan feroces para que los dineros de la comunidad sean los dineros suyos. Cualquier atentado u oposición contra el cobro, es una estafa que se hace al pueblo, dicen. Pero temen la amenaza a la estabilidad de sus comedores, esos pesebres de lujo que están al fondo del asunto. Esas buenas gambas al atardecer que se han hecho costumbre de todos los días, y el aperitivo a las dos, después de un paseo saludable…
Poco después, cuando pasó al lado de una furgoneta del Ayuntamiento, escupió hacia ella y atinó exactamente sobre la palabra, pintada primorosamente en negro, Excmo.
Se señalan otros casos, viajes de alcaldes y concejales con sus esposas e hijos: los viajes de hermandad, a cargo del erario público, y que, ya que están de viaje, se dicen, inconscientes e irresponsables: podemos pasar por Palestina, a ver cómo va la agricultura del aguacate. Señala estas frivolidades Isaac, dichas tan tranquilamente, y cuyo equivalente en gasto repercutirá en el jornal de un montón de familias que trabajan como negros. En contraposición se cuentan las desproporcionadas y terribles consecuencias de un robo de batatas por un desgraciado… Claro, me digo, es que si todos nos ponemos a robar, adónde irá a parar la cosa. Hay que ser duros.
En el mundo que se retrata en esta novela, de miseria y marginación, todos los casos que el escritor refiere indican una sociedad en la que alienta un ansia sin fin depredadora, un egoísmo sin medida, una falta de conciencia moral alguna; y por otro lado, también, unos individuos que consienten, que incluso animan, que envidian y que hacen daño a su semejante, tan miserable como él mismo.
Pues, como decía al principio, Isaac de Vega era conocedor de lo que ocurría, ya entonces, eso que muchos de entre nosotros vimos más tarde, a lo que abrimos los ojos cuando apretó la insuficiencia. De bienestar, de dignidad.
Nos encontramos, al final de la novela, así lo veo yo, con que no hay más solución que convertirse en un “alien” de sí mismo en una tierra descarnada, libre de estas escenas que colman el corazón de desconsuelo, lejos de este mundo donde, además de la orfandad existencial, vive la oscura fatalidad que somos y de la que somos conscientes, solo la claridad de un fogonazo que nos hiere para percibir que Todo es para Nada.

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