Las evasiones
“Los ricos no evaden impuestos, los ricos están
exentos de pagarlos, por resumir”, escribe el autor.
Hace un tiempo, cuando los eufemismos
eran más una cuestión de educación que de escapismo, existía un epígrafe
conocido como literatura de evasión. Libros ligeros pensados y escritos para
hacer que los lectores olvidaran los problemas de su vida cotidiana mientras
navegaban por sus páginas. Se trataba de un género de temática diversa, donde
las estrellas eran las novelas románticas y del Oeste, con ediciones baratas y
narración accesible. Pero sobre todo, la clave para su éxito consistía en
repetir una y otra vez el mismo esquema argumental, algo
que, aunque pueda parecer que jugaba en su contra, agradaba a los lectores, que
volvían fieles a comprar cada nuevo título. La repetición es comodidad, lo
previsible es virtud cuando lo que se busca es calma.
El pasado domingo contemplamos el Panamá Leaks, la filtración de miles de documentos
pertenecientes a un despacho de abogados situado en el país centroamericano que
relacionan a diferentes personalidades mundiales de la política, la realeza o
el deporte con sociedades situadas en paraísos fiscales. Varios medios
internacionales han coordinado sus esfuerzos para cubrir el escándalo,
prometiendo nuevas entregas del mismo según avancen en la lectura de las
toneladas de información.
Decía lo de que contemplamos porque con
estos sucesos uno tiende hacia el escepticismo -estos años nos han alejado de
Mulder para acercarnos a Scully- ya que se siente más espectador que parte,
preguntándose, ante lo previsible de los hechos, por qué este despacho y no
otro o por qué tales protagonistas y no otros, sintiendo curiosidad, pero
también la sensación de que nada ocurre por casualidad y
que como en toda representación -y esta lo es- el público andará más atento a
los actores, secundarios, que al autor del libreto.
La fiscalidad es una buena idea que bajo
el peso de determinadas condiciones se convierte en una representación, esa que
nos dice que entre todos tenemos que pagar lo que es de todos, pero
que a su vez nos baja nuestros humos comunitarios recordándonos que tan sólo se
trata de un lema circunscrito al ámbito de la publicidad, como dijo, sin
sonrojarse, la abogada del estado en el juicio de la Infanta. Parece que cuando
las cosas se ponen duras y algún juez se cree los principios en los que dice
basarse nuestra democracia toca evadirse del trampantojo.
Los ricos no evaden impuestos, los
ricos están exentos de pagarlos, por resumir. También lo
pueden decir a la manera de Piqué -el ministro aznariano, no el futbolista
bocazas- cuando, entre risas, y con turbiedad, se refirió a que él era
aficionado a la ingeniería fiscal. O bien despedir a más de 1700 inspectores de
hacienda, que es lo que han hecho en estos últimos años Rajoy y Montoro. Es
decir, el escándalo no es la forma habitual de operar, sino cuando lo hacen mal
y, de tan evidente, hay que sancionarlos, por no tener que gastar más en
campañas promocionales. Eso o archivar las causas, por tres veces, como
hicieron con Botín.
Evaden los impuestos como el léxico, de
libro de estilo, evade la realidad. Por eso todos decimos paraísos fiscales y
no parques temáticos de la opacidad y el blanqueo, o aprendemos anglicismos
comosociedades offshore que aportan sofisticación a lo
que no es más que vulgar codicia. Porque de eso se trata, de que no parezca que
haya dos fiscalidades, la de todos y la de los que no son todos, sino una sola
donde algunos, muy inteligentes, saben emplear complicadísimas herramientas
para optimizar sus recursos. O algo así.
Y sí, unos pocos caerán, como el alcalde de Islandia, lo cual puede expresar que en
el país volcánico tienen un gran concepto de la ética o
bien que su importancia es nula en el entramado financiero internacional. Quizá
por eso a los islandeses les basta con concentrarse dentro de unas vallas
ordenadamente durante un par de días y a nosotros nos estuvieron moliendo a
palos dos años. Tampoco evadamos nuestra propia historia reciente, que da
vergüenza leer ese costumbrismo de la abnegación cuando aún hay mucha gente con
causas judiciales abiertas por manifestarse ante el despropósito.
Es verdad que todo lo
que nos cuentan es una narración accesible y que es más cómodo circular por los
caminos que hemos andado tantas veces, esos que hablan de excepcionalidad para
no decir norma, esos en los que a Tom Hagen se le llama asesor fiscal, esos en
los que la naturaleza de nuestrocapitalismo depredador queda
reducida a un problema de mejorar las regulaciones. Esos donde un privilegio de
clase queda escondido cuando está tan a la vista. Dejemos, por favor, la
evasión para los libros de playa, que en nuestra novela no hay playa, ni
siquiera adoquines, tan sólo asfalto. Ese que, tarde o temprano, tendremos que
volver a pisar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario