EL PAÍS NO ESTÁ PARA
PERDER EL TIEMPO
POR ALBERTO RODRÍGUEZ
ALBERTO RODRÍGUEZ NUESTRA MANO SIGUE
TENDIDA, NUNCA ES TARDE.
Que la política en
este país, entendida en sentido amplio y también en el concreto, mutó y sigue
mutando, es un hecho indiscutible. Igual de indiscutible que la realidad
social, laboral y económica no, ni un ápice.
Esta contradicción
evidente entre las condiciones materiales de vida de millones de personas y el
intento desesperado de las élites por seguir aferrándose a obscenos privilegios
es la que mueve toda discusión posible, aunque muchas veces aparezca maquillada
por el tema de actualidad banal del día.
En este contexto,
la campaña feroz y descarnada contra Podemos es un buen síntoma, excelente
podríamos decir. No para la salud democrática del periodismo, la separación de
poderes o la libertad de expresión, evidentemente. Pero si como demostración
palpable, de que por primera vez en décadas en nuestro país, el trasvase de derechos,
de condiciones de vida, de poder al fin y al cabo, entre las mayorías
derrotadas y las élites victoriosas, es posible. Ni mucho menos está conseguido
ese trasvase, pero nadie puede negar que está más cerca que nunca, que podemos
acariciarlo con la punta de los dedos. No hay más escenarios, ejes, campos de
batalla, o como lo queramos llamar, que el definido anteriormente. El intento
burdo de volver al viejo debate izquierda-derecha solo es una prueba más del
grado de descomposición del consenso del 78 y todas las instituciones y pactos
surgidos del mismo. Aferrarse a lo viejo, no entender lo que ocurre, solo les
va a traer disgustos y dolores de cabeza, el 20-D es buena muestra de ello.
Por más que se
empeñen, ese debate está superado, pero no por la elaboración teórica de
Podemos, sino por la realidad, por su propia avaricia que hizo saltar por los
aires lo que hace unos pocos años, parecía inamovible. Negar esto sería tan
torpe, tan ilusorio y tan trasnochado, como negar que en 2011 cientos de miles
de personas le pusieron cuerpo, cara y cerebro a este agrietamiento en la
muralla de "lo posible".
Quedan dos semanas
y nos jugamos el futuro.
Uno de los pilares
más importantes en el que se apoyan las élites, los poderes fácticos del país y
su representación política partidaria, es la eficacia. La capacidad de gestión,
el realismo. El pragmatismo económico, que transmite la sensación, sobre todo a
las autodefinidas "clases medias", de que están jodidas, que la cosa
va mal, pero podría ir peor, mucho peor. Siempre hay alguien por debajo de ti
en la escala social y el miedo a que pudieras ser tú, funciona aún como
poderoso diluyente de la voluntad de cambio de una parte importante de las
víctimas de la crisis.
Pero este pilar,
este sentido común todavía mayoritario, hace aguas. La deuda en torno al 100%
de PIB, el incumplimiento flagrante del déficit y el anuncio por parte de las
instituciones europeas de la necesidad de 20.000 millones de euros de recortes,
es la herencia de los brillantes gestores de la crisis económica. Y decimos que
hace aguas porque la reflexión es clarísima, y podríamos escucharla ahora mismo
en cualquier bar, en una cena familiar o esperando en la cola del centro de
salud: Llegó la crisis, perdimos los empleos y nos recortaron diciendo que era
inevitable, que era la única solución posible. Ahora resulta que seguimos sin
trabajo, los datos macroeconómicos son peores y la gente sigue pasándolas
canutas gracias a esos recortes, y la solución que nos proponen es seguir
recortando. Impresionante.
Esa moto cada vez
es más difícil de vender, esa sensación de orden, de estabilidad, está
demostrando ser ficticia, irreal, un timo vaya.
Por eso a la ya
clásica pregunta: ¿Qué va a pasar?, solo hay una respuesta posible. Si queremos
más de lo mismo, un desagradable menú con diferentes cocineros pero idéntica
receta, pues ahí tenemos la Gran Coalición, tan deseada por los consejos de
administración del IBEX35 y las editoriales de El País. Si queremos más de lo
mismo, pero encima gastándonos 160 millones de euros de dinero público, pues a
por la segunda opción, la repetición electoral.
Cualquiera de
estos dos escenarios es una mala noticia, terrible, pero no para Podemos, sino
para el país y su gente. A los hechos nos remitimos.
Como decíamos,
solo hay una salida a la pregunta del millón. Un gobierno de cambio y progreso,
estable, respaldado por 11 millones de votantes y 161 diputados y diputadas,
con apoyo ya más que explícito de muchas fuerzas del arco parlamentario.
Esa es la única
posibilidad real de acabar con tanto sufrimiento, que nos parte el alma día sí
y día también. Un país donde aumentan un 20% los suicidios, no está para perder
el tiempo.
Las cientos de
miles de personas que forman, de una u otra manera, esta herramienta llamada Podemos,
van a decidir, de manera vinculante, entre sufrimiento o cambio.
Pedro, nos
encantaría que la base social del Partido Socialista pudiera hacer lo mismo,
muy posiblemente el resultado sería muy parecido. ¿Quizás por eso no quieren
convocarla?
Nuestra mano sigue
tendida, nunca es tarde.
* Del muro de
FACEBOOK de Alberto Rodríguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario