miércoles, 6 de noviembre de 2024

LA DERROTA DEL MAL MENOR

 

LA DERROTA DEL MAL MENOR

Donald Trump vuelve a la Casa Blanca tras arrasar en las presidenciales. Dicho de otro modo: Kamala Harris ha perdido las elecciones 

DIARIO RED

Michael Nigro / Zuma Press / ContactoPhoto

Pese a la prudencia que exigía el recuento, la noche electoral en Estados Unidos apuntó desde temprano en favor de Donald Trump. El líder republicano fue cosechando buenos resultados, no solo en sus feudos o en los swing states, sino incluso en territorios favorables a los demócratas en los que dio una sorprendente guerra (véase Virginia).

La derrota del Partido Demócrata tiene muchas aristas, es evidente. Pese al inicial impulso que supuso la salida de Joe Biden de la carrera presidencial y la incorporación de Kamala Harris como su sustituta, los Dems lo tenían muy complicado. La decisión de Biden y su entorno de retrasar hasta el límite su retirada imposibilitó un proceso interno en condiciones que permitiese no solo posicionar a un nuevo candidato, sino que este lograse la financiación requerida para afrontar una campaña por la Casa Blanca. Harris nunca fue la mejor opción; simplemente, fue la única.

Pese a ello, es innegable que, aunque cosechaba unos niveles descomunales de imagen negativa, Harris logró revertir durante las primeras semanas la tendencia. En aquel momento, el mero hecho de que la carrera presidencial no fuera un paseo de Trump fue, por sí mismo, un éxito. Sin embargo, Kamala Harris ha sido la candidata de… nadie. Ni los jóvenes progresistas, repelidos por su repugnante posición en favor del genocidio en Gaza, ni la comunidad negra, ni los latinos han respaldado masivamente su liderazgo.

Kamala solo ofrecía una cosa a las clases trabajadoras estadounidenses: no ser Donald Trump, premisa que fue suficiente (por los pelos) en 2020 para un Joe Biden con buena imagen pública y el bagaje de haber sido vicepresidente de Barack Obama, pero que claramente no le alcanzó en esta ocasión a Harris. No tenía mucho más que ofrecer, más allá de la contención (sin avances) a la agenda reaccionaria del trumpismo.

La derrota de Kamala Harris es la derrota del mal menor y como tal hay que leerla. Ciertamente, una victoria del Partido Demócrata no habría sido sustancialmente mejor ni para la situación securitaria en Asia-Pacífico, ni para Oriente Medio ni para el continente africano. Probablemente, habría sido incluso peor para el pueblo ucraniano y para los intereses europeos.

Los matices empiezan en otros puntos. Una victoria de Trump es una pésima noticia para América Latina, por cuanto reforzará las expectativas y herramientas de los movimientos políticos ultraderechistas. Para las clases trabajadoras en Estados Unidos, es también una mala noticia, muy en particular para las secciones migrantes y, en general, vulnerabilizadas, de las mismas. La narrativa de odio de Trump recaerá con más fuerza ahora contra las capas más afectadas por el régimen neoliberal norteamericano. Las diversidades y las mujeres observarán un retroceso en sus condiciones materiales de vida.

Así, la crítica contra Harris y el Partido Demócrata emerge por sí sola: ¿cómo puedes perder contra un líder con una altísima imagen negativa que solo ofrece odio y precarización a la clase trabajadora del país? Simple: porque no ofreciste nada. A lo largo de la campaña, la “conversación” entre los Dems y su target electoral fue, en cierta medida, desquiciante. Cuando los trabajadores pedían derechos laborales, la respuesta era “al menos no soy Trump. Cuando los jóvenes y las comunidades árabes y musulmanas pedían paz en Oriente Medio, la respuesta era “al menos no soy Trump”. Cuando los sectores racializados exigían protección efectiva, la respuesta era “al menos no soy Trump”.

En efecto, no es Trump; Donald Trump es el nuevo presidente de los Estados Unidos (otra vez). Parece escalofriante, pero la conclusión es que el republicano ofreció algo a su base electoral: mentiras, odio y pánico. Y funcionó. Harris, por su parte, pretendió que su base demográfica tragase con todo: con el genocidio en Gaza, con la ausencia de plan económico, con la falta de respuestas para la práctica totalidad de las problemáticas de las clases trabajadores… y, claro, no funcionó.

La ultraderecha se refuerza por méritos propios, sí –entre otros, haber trazado una eficaz red de mentiras y de reproducción de las narrativas de odio–, pero también por la pasividad de la izquierda y de los actores defensores del orden liberal, como el Partido Demócrata. La vuelta de Trump, pese a sus bajos índices de popularidad, no puede leerse sino como una reacción a la pereza estructural del establishment demócrata. Francia, Argentina o Alemania son ejemplos de la misma dinámica.

Pero con Trump es diferente: su victoria significa mucho más. El hegemón marca agenda, define los tiempos e impulsa el odio en otros países. Su vuelta es una pésima noticia para el pueblo estadounidense, sí, pero lo es también para muchos sectores que nunca pisaron el país.

 

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