La DANA y los
hipócritas
Rober Solsona / Europa Press /
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Las peores secuelas de este tipo de catástrofes nunca tienen lugar en aquellas zonas perfectamente urbanizadas, sino en los núcleos poblacionales más deprimidos. Las inclemencias climatológicas también distinguen entre clases
Desconozco si hubo negligencia a la hora de establecer las alarmas pertinentes para evitar los devastadores efectos que la DANA ha generado e ignoro por completo hasta qué punto han sido desmenuzados los servicios de ayuda y emergencias en la Comunidad Valenciana. No sé si hubo autoridades que, a sabiendas del riesgo que ello implicaba, optaron por mirar hacia otro lado en base a intereses políticos o empresariales. Me falta mucha información al respecto como para emitir sentencia alguna.
Ahora
bien, hay algo que sí es fácil saber: las peores secuelas de este tipo de
catástrofes nunca tienen lugar en aquellas zonas perfectamente urbanizadas y
habitadas por sectores de gran capacidad adquisitiva, sino en los núcleos
poblacionales más deprimidos. Las inclemencias climatológicas también
distinguen entre clases. Ceuta, el territorio desde y sobre el que puedo
hablar, sirve de perfecto ejemplo a la hora de ilustrar esta indiscutible
realidad. Y el hipócrita cinismo de quienes, compungidos, exhiben su pesar a la
vez que implementan una política pública que, en lugar de reducir la brecha
social, amplía la distancia entre la confortabilidad de los
ganadores y la ansiedad de los que, sabedores de que están destinados
a perder, se van cada noche a dormir invadidos por la
incertidumbre, realmente preocupados y preocupadas ante la posibilidad de que,
literalmente, se les caiga el techo encima. Presentemos algunos datos.
2016. Es
el año en el que Ceuta, gobernada ininterrumpidamente por el Partido Popular
desde 2001, hizo entrega de la última promoción de vivienda pública. Según el
Plan General de Ordenación Urbana promovido y defendido por el propio Gobierno,
la ciudad, de diecinueve kilómetros cuadrados y menos de ochenta y cinco mil
habitantes, adolece de un déficit de ocho mil viviendas. En consecuencia, el
porcentaje de infravivienda se sitúa en más del doble de la media
nacional.
Decenas
de miles de personas viven hacinadas en barriadas levantadas, prácticamente en
su totalidad, fuera de ordenación, es decir, construidas por los
propios vecinos al margen, lógicamente, de normativas urbanísticas o de
cualquier tipo de mecanismo de seguridad que ofrezca unas mínimas garantías a
la hora de afrontar situaciones sobrevenidas. La gente, ya se sabe, tiene la
manía de querer vivir bajo un techo y, cuando la administración no cumple con
la obligación constitucional de facilitarlo, opta por soluciones alternativas.
¿Qué actitud ha adoptado el Gobierno del PP ante este panorama que,
perfectamente, podríamos calificar como emergencia habitacional? La
más absoluta y alevosa nada. En Ceuta, donde el cuarenta por ciento de la
población no puede acceder al mercado privado debido a que vive bajo los
umbrales de la pobreza, la política de vivienda es ninguna. El Partido Popular
ha decidido dar la espalda a esta imperiosa necesidad. Ha decidido condenar a
una porción nada desdeñable de su pueblo al hacinamiento, el chabolismo y,
sobre todo, la inseguridad.
No cuesta
figurarse lo que algo similar a lo acontecido en Valencia conllevaría en el
caso de producirse en la Ciudad Autónoma. De hecho, basta con asistir a lo que
sucede cada vez que se dan lluvias intensas y los hijos y las hijas de la
periferia, tanto geográfica como social, amanecen achicando el agua que les
cubre los tobillos mientras el centro, tanto geográfico como social, no
registra el más mínimo desperfecto. En Ceuta, una DANA (o equiparable)
arrasaría con distritos enteros. Y con la gente que vive (o, mejor dicho,
subsiste) en ellos.
¿Por qué
el Gobierno de la ciudad no trata de poner remedio a tan deplorable situación?
La respuesta es tan triste como devastadora. Si las inclemencias climáticas,
como señalábamos al comienzo, distinguen entre clases, dichas clases se han
construido teniendo muy en cuenta el componente étnico. La inmensa mayoría de
trabajadores y trabajadoras que reside en infraviviendas es
población española de origen arabo-bereber, una parte de la sociedad ceutí (en
concreto, la mitad) que para el campo conservador nunca ha sido más que mano de
obra barata, desechable y de fácil sustitución. Un gueto más o menos habitable,
así las cosas, se antoja suficiente para la tarea asignada en el diseño social.
El caso
ceutí, como vemos, alberga elementos particulares y específicos, pero todos
ellos se encuentran insertos en una lógica general caracterizada por el
fariseísmo más ofensivo: el de aquellos que públicamente lamentan las
consecuencias de unas causas a las que pudieron, y nunca quisieron, poner
solución. Hay lágrimas que sólo provocan indignación.
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