LA CATÁSTROFE Y LA LUCHA POR EL RELATO
DIARIO
RED
Carlos Mazón y Pedro Sánchez — Jorge Gil /
Europa Press
El PP y el PSOE no han sabido medir y han ejecutado —por enfermiza costumbre— la misma dinámica que despliegan día a día para una situación en la que esta dinámica simplemente es un insulto a la gente afectada
Hace ya 10 días desde que se produjo la peor catástrofe climática en décadas en nuestro país y todavía cientos de miles de familias siguen viviendo en unas condiciones de precariedad material y de incertidumbre absolutamente inaceptables en la cuarta economía de la Zona Euro. A las irrecuperables pérdidas humanas —con más de 220 fallecidos y casi 80 desaparecidos en el momento de escribir este editorial—, hay que añadir las enormes pérdidas materiales que han dejado a tantísimos proyectos de vida colgando de un hilo. La DANA que ha asolado sobre todo la provincia de Valencia, ha dejado a su paso un reguero de destrucción de viviendas enteras, vehículos, plantaciones y negocios. Miles de personas están todavía viviendo en las plantas más altas de edificaciones cuyos bajos han quedado inutilizados, muchos no tienen ni siquiera agua para poder ducharse, centros de salud y colegios han quedado arrasados —complicando la atención sanitaria y paralizando en muchos casos la educación de niños y jóvenes— y muchas infraestructuras ferroviarias y de comunicación estarán cortadas todavía durante semanas o meses. En muchas de las localidades afectadas, las calles, los bajos y los garajes todavía están llenos de fango y los coches destruidos por las inundaciones se apilan como si fueran de juguete por todas partes.
No hay ninguna argumentación
lógica que pueda explicar por qué no se hubiera emitido inmediatamente un
mensaje urgente
La mayor
parte de la destrucción material causada por las históricas tormentas era
completamente inevitable —si asumimos como condiciones de contorno, las décadas
que llevamos construyendo en zonas inundables—, pero la tragedia humana sin
duda se podría haber mitigado con una gestión razonable de las alertas. Si la
estación automatizada que mide el aforo —el caudal del cauce— del barranco del
Poyo ya indicaba hacia las 18:40 de la tarde del fatídico 29 de octubre que
estaban pasando por allí más de 2000 m³ de agua por segundo —más de cuatro
veces el caudal del río Ebro en su desembocadura— y teniendo en cuenta que esa
información se actualiza cada cinco minutos en una página web abierta a la que
puede entrar todo el mundo, resulta del todo injustificable que la alerta a los
teléfonos móviles llegase pasadas las 20:00 cuando ya nadie tenía tiempo de
reaccionar y, de hecho, la mayoría de los afectados o habían fallecido ya o
estaban luchando por su vida. No hay ninguna argumentación lógica que pueda
explicar por qué, teniendo constancia de que se avecinaba un auténtico tsunami
sobre todos los pueblos que bordean el barranco y más allá, no se hubiera
emitido inmediatamente un mensaje urgente —a todos los móviles, pero también
por las televisiones y radios— explicando a la gente que tenía que escapar de
la zona, o subir a una planta alta, si no quería correr el riesgo de perder la
vida. Además, dado que la AEMET había declarado la alerta roja en la provincia
de Valencia poco antes de las 8:00 de la mañana de ese mismo día, no hay
absolutamente ninguna excusa para que los equipos políticos y técnicos de
emergencias no estuviesen monitorizando en tiempos real todos los indicadores
relevantes de la situación. A lo largo de estos días, se está publicando mucha
información sobre las llamadas, las alertas y los correos electrónicos que se
enviaron de un sitio a otro en esas horas decisivas y ya habrá tiempo de
establecer exactamente cuáles fueron los fallos y quiénes los responsables de
que la alerta llegase una hora y media tarde, pero no podemos perder de vista
que eso es algo que sencillamente no puede pasar.
Si se
cometieron errores gravísimos el día 29, la gestión posterior no ha sido mejor. Los equipos civiles y militares de rescate y de apoyo han llegado a
muchas poblaciones más tarde que las cámaras de televisión y que muchos
voluntarios. En varias de las zonas más afectadas, los vecinos y vecinas
todavía se sienten completamente abandonados mientras trabajan con las pocas
fuerzas que les quedan haciendo las tareas que debería hacer el Estado. Por si
esto fuera poco, cuando una marea solidaria de personas decidió durante los
primeros días echar una mano voluntariamente, el primer impulso del gobierno de
Mazón fue intentar impedirlo y su segundo impulso fue intentar canalizarlo. El
resultado fue el más bochornoso de los caos, dejando a la mayor parte de la
gente en tierra y con varios autobuses dando vueltas sin propósito y volviendo
finalmente a la ciudad de Valencia. Aunque algunas cosas están empezando a
funcionar, las carencias son todavía enormes y la administración autonómica
está completamente desbordada, no solamente por la cantidad de recursos de los
que dispone sino también por la incompetencia de su dirección política.
Mientras las familias lloran a
sus muertos y los vecinos y vecinas se matan a trabajar para recuperar la
normalidad, el PP y el PSOE se dedican a lanzarse las culpas y los
argumentarios a la cabeza
Mientras
tanto, el PP y el PSOE han dedicado la mayor parte de sus energías a lo que se
llama últimamente "la batalla por el relato". En vez de invertir
todos los esfuerzos en hacer las cosas bien y que ese bienhacer se revele como
eficaz y positivo por su propia naturaleza y realidad, las cabezas pensantes
—por llamarlas de alguna manera— de los dos partidos dinásticos del sistema del
turno bipartidista han estado estos días más preocupadas por la imagen de lo
que están haciendo que por los hechos en sí. De esta manera, y mientras las
familias lloran a sus muertos y los vecinos y vecinas se matan a trabajar para
recuperar la normalidad, el PP y el PSOE se dedican a lanzarse las culpas y los
argumentarios a la cabeza a la vista de todos. Feijóo arremete con bulos contra
la AEMET y la Confederación Hidrográfica del Júcar simplemente porque dependen
del gobierno central. Mazón en un primer momento dice que la colaboración con
Moncloa está funcionando bien, pero rápidamente empieza a echarles la culpa de
lo que está pasando. El PP dice que el gobierno de Sánchez no le manda medios
suficientes y el PSOE dice que eso es porque el gobierno de Mazón no los pide.
Mazón no quiere entregar el mando único de la gestión de la catástrofe y por
eso mantiene el nivel de alerta en nivel 2. Su jefe lo contradice y pide a
Sánchez que asuma el mando. El presidente lo rechaza con argumentos que tienen
forma de excusa. Y, mientras tanto, los diferentes equipos de prensa, se
dedican a filtrar a los medios de comunicación afines correos, comunicaciones,
vídeos y audios para culpar al otro y desmentir mutuamente lo que cada uno está
diciendo.
Esta
operativa —la batalla por el relato— es la forma más habitual de hacer política
en las modernas mediocracias en las que estamos insertos. Para los partidos clásicos que decidieron convertirse en maquinarias para
obtener y retener el poder, la comunicación no es solamente una parte
importante de su actividad; muchas veces es el departamento en el que consumen
casi todas sus energías políticas. Cualquiera que siga la actualidad sabe
perfectamente que esto es así y que está completamente naturalizado. El
problema en este caso es que hay más de 200 muertos encima de la mesa. Si la
sociedad, de algún modo, ya está inmunizada ante el hecho de contemplar al PP y
el PSOE permanentemente llevando a cabo este tipo de maniobras comunicativas,
no parece que esa inmunización alcance a la tragedia de Valencia. Una cosa es
jugar a la táctica y pelear por el relato en condiciones vitales de normalidad
y otra muy distinta es hacerlo cuando cientos de miles han visto sus proyectos
de vida prácticamente destruidos. Como se pudo ver el pasado domingo en
Paiporta, el PP y el PSOE no han sabido medir y han ejecutado —por enfermiza
costumbre— la misma dinámica que despliegan día a día para una situación en la
que esta dinámica simplemente es un insulto a la gente afectada.
El
gobierno de Mazón ha exhibido una incompetencia prácticamente criminal y
debería dimitir en pleno. El
gobierno de Sánchez, por su parte, debería haber asumido el mando único en
cuanto se tuvo constancia de la dimensión de lo ocurrido. Ambos deberían
haberse dedicado —al menos desde la mañana del día 29— a poner todo su tiempo,
todos los esfuerzos del Estado y todos los recursos posibles para proteger a
las personas en la provincia de Valencia. En vez de hacer esto, en vez de
cumplir con su obligación como servidores públicos, se han dedicado a hacer
política de la peor clase en medio de una catástrofe. A los demás nos
corresponde seguir pidiendo que hagan de una maldita vez lo que tienen que
hacer, siendo conscientes de que —a lo mejor— ya es demasiado tarde... para
ambos.
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