ATAJAR LAS URGENCIAS
Y DESINFLAR EL GLOBO
Cuando se destruye lo que se quiere, no hablamos de
amor. Quien quiere a las Illes Balears, Canarias o Cantabria y a la gente que
vive allí, no las condena a la precariedad, a la destrucción de la cultura y
del territorio, al no futuro
Casapueblo en Punta Ballena
(Uruguay). / Re Uruguayo
Querida
comunidad de Contexto
El
29 de marzo se publicó en los medios locales
cántabros que una sociedad de inversión balear, AB Capital, había mostrado su
interés ante, decían, el “efecto llamada” que estaba generando Cantabria en el
sector turístico, por un lado, y el hecho de la “saturación” del mercado en
Baleares por otro. AB Capital mostró en las reuniones con los promotores la
firme voluntad de “querer convertir Cantabria en la Ibiza del norte”.
La frase me hizo recordar una conversación que tuve el verano pasado, mientras tomaba un café con Roberto Domingo Maroto, director, guionista y realizador de RTVE. En ella, me acerqué por primera vez a Antonio Bonet Castellana. Roberto me había hablado de este arquitecto, de enorme nivel e insuficiente reconocimiento. Llamé a Roberto y le propuse otro café para retomar la conversación y él compartió conmigo la investigación sobre Bonet.
Este
arquitecto estudió en Barcelona e iniciada la Guerra Civil se exilió a París,
donde trabajó con Le Corbusier. Colaboró en la construcción del pabellón
español de la Exposición Internacional de 1937 en París, trabajando codo a codo
con Picasso, a quien le había encargado el mural que terminó siendo el Gernika.
Trabajó
en el estudio de Le Corbusier y participó en los debates que, en 1933, se
celebraron en el barco Patris II haciendo la ruta
Marsella-Atenas-Marsella, y que se condensaron en la Carta de Atenas,
coordinada por el propio Le Corbusier y Jeanne de Villeneuve. En esta Carta se
establecían los principios de la ciudad moderna entre los que el protagonismo
del paisaje y el territorio en el que se pretendía intervenir eran cruciales.
Bonet,
en 1938 se trasladó a Buenos Aires, donde desarrolló una importante actividad
en el diseño, la arquitectura y el urbanismo, junto a otros arquitectos
argentinos. Fue amigo personal de Rafael Alberti o Maruja Mallo. Coherente con
los principios en los que se había formado, fue un hombre defensor de una
arquitectura de vanguardia, respetuosa con el paisaje en el que se insertaba.
Quienes le recuerdan o escriben sobre él, señalan que tenía un sentido profundo
de la estética y la belleza.
En
1948, estando en Buenos Aires le invitaron a Punta Ballena (Uruguay) en donde
descubrió una franja de tierra virgen. Le invitaron a construir allí. Un paraje
aparentemente inhóspito y ventoso. Una lengua de tierra costera con una laguna
interior. Allí conoció a las hijas de Antonio Lussich, un armador, arboricultor
y escritor uruguayo que se había enamorado del lugar y había comprado un enorme
territorio en el que creó un arboretum y su casa. Un constructor compró a las
hijas, excepto a una que no quiso vender el terreno, y propuso a Bonet que
diseñase una urbanización de lujo.
Bonet
sintió la misma atracción que Lussich por Punta Ballena y diseñó su
urbanización. Un proyecto rompedor y singular que tenía como protagonista a la
naturaleza. Él mismo se construyó una casa en uno de los extremos. Sin embargo,
los constructores, rápidamente, comenzaron a aplicar recortes y a distorsionar
el proyecto. Donde había una parcela urbanizable, se introducían dos. Se le
escatimaba espacio a la tierra y se llenaba de casas y jardines privados. Se
trataba de rentabilizar el territorio en mayor medida de lo que se había
proyectado. Bonet terminó retirándose del proyecto.
Si
hoy miramos desde el aire, Punta Ballena está completamente urbanizada. Solo
queda un cuadrado de territorio vacío e inhóspito como testimonio de lo que
fue. Quizás, quería imaginar Roberto, el trozo que una de las hijas de Lussich
no quiso vender a los constructores. Un cuadrado perfecto de tierra que, como
si fuera una obra de arte contemporáneo, aparece como símbolo mudo de
resistencia.
Lo
que más me removió de lo que me contó Roberto fue saber que Antonio Bonet, el
mismo arquitecto, diseñó el plan inicial de ordenación de la Manga del Mar
Menor, junto con José María Puig Torné.
Todo
parecía repetirse. La propia similitud geográfica, una lengua de tierra costera
y una laguna interior, el interés de los constructores, la propuesta basada en
pocos edificios
Todo
parecía repetirse. La propia similitud geográfica, una lengua de tierra costera
y una laguna interior, el interés de los constructores, la propuesta basada en
pocos edificios y el protagonismo de las dunas y el mar y… la pérdida rápida
del control. La Manga del Mar Menor es hoy uno de los iconos del desarrollismo
del litoral español, pero nació como una de las referencias del movimiento
moderno en España. La diferencia entre el proyecto inicial y lo que hoy es La
Manga describe la trayectoria que va desde la aprobación de la Ley de Zonas y
Centros de Interés Turístico Nacional, en 1963, hasta el éxito de un turismo de
masas que, en 2019, atrajo a casi 84 millones de turistas a España.
Un
hombre inteligente y sensible como Bonet, que soñó con una urbanización inserta
en Punta Ballena, no dudó en abandonar el proyecto cuando derivó en un encargo
que destruía la belleza que él había admirado. ¿Qué le impidió sospechar que en
el Mar Menor podía suceder lo mismo. ¿Qué es lo que hace pasar del amor a la
destrucción? ¿Qué idea de amor hay detrás? Quizás, decía Roberto, tenga que ver
con una cultura que necesita poseer y dominar aquello que dice amar. Esta forma
de amar, combinada con la voracidad de un capitalismo que ha de convertir todo
lo útil, todo lo bello en beneficio es letal
Y
volvemos a Cantabria, y a Langre y Loredo, un lugar de una enorme belleza, que
a los ojos de quienes lo miden todo en dinero, está vacío y necesitado de
desarrollo. Después de la declaración de los empresarios que anunciaban querer
replicar el modelo balear en el norte, el pasado 18 de mayo, aproximadamente,
diez mil personas participaron en una manifestación contra la construcción de un
macrocomplejo turístico en el entorno natural de Loredo y Langre, en Ribamontán
al Mar (Cantabria).
La
manifestación fue convocada por Cantabristas, una fuerza política que defiende
“avanzar hacia un modelo distinto al que nos ha traído hasta aquí, dejar a un
lado las políticas del hormigón y del ladrillo, dejar de apostarlo todo al
turismo masificado, abandonar la improvisación y acabar con la falta de
sensibilidad con lo nuestro que han mostrado los partidos que han gobernado
Cantabria en las últimas décadas”.
Quienes
viven en Cantabria, tanto en la ciudad como en los pueblos, ya empiezan a
sufrir lo que sucede cuando el turismo se hace masivo
El
runrún de los días previos hacía pensar que íbamos a ser muchas las que
secundásemos la convocatoria. Quienes viven en Cantabria, tanto en la ciudad
como en los pueblos, ya empiezan a sufrir lo que sucede cuando el turismo se
hace masivo. En mi pueblo, la gente más joven no puede quedarse a vivir cerca
de donde nació. Las casas disponibles se alquilan de octubre a mayo, pero se
quieren vacías y disponibles para el turismo de junio a septiembre. Los trozos
de tierra que se pueden urbanizar tienen unos precios imposibles. Se está
viviendo el auge de la compra de segundas residencias o de parcelas para
construir viviendas turísticas, casas rurales o apartamentos. Hay una tremenda
presión para que se abra la espita de la construcción.
El
aumento de las temperaturas y las sequías en muchos puntos del Estado español
se convierte en reclamo publicitario. El norte, transformado en refugio
climático ante las altas temperaturas en verano en otras zonas y aún no
convertido en un “destino maduro” –eufemismo que se usa para nombrar aquellos
lugares que han sido arrasados–, deviene en un “espacio desaprovechado” que
ofrece oportunidades para el crecimiento.
El
norte, transformado en refugio climático ante las altas temperaturas en verano
en otras zonas y aún no convertido en un “destino maduro” deviene en un
“espacio desaprovechado”
Pero,
a la vez, en los lugares en los que la fórmula de la turistificación lleva
tiempo ensayada, el malestar de la población es creciente.
El
pasado 20 de abril, más de 200.000 personas, pertenecientes a decenas de
colectivos, salieron a la calle en todas las islas del archipiélago canario
convocadas por dieciocho colectivos, diversos y plurales bajo el lema ‘Canarias
Tiene un Límite’. La protesta masiva puso de manifiesto que, detrás de los
anuncios jubilosos de las cifras crecientes de la industria turística, se
esconde la precariedad y el malvivir de la población ante un modelo que agota
el territorio y precariza hasta niveles intolerables las vida de las
personas.
Víctor Martín contó a CTXT que la movilización tiene su génesis en el hartazgo y
la desesperación de la sociedad civil ante el proceso desbocado de
turistificación de Canarias en la etapa postcovid. La conversión del
archipiélago en monocultivo turístico está deteriorando el territorio, los
bienes naturales y la biodiversidad. Y también de la vida cotidiana de las
gentes que lo habitan. Las propias autoridades regionales hablan de emergencia
climática, de emergencia energética, de emergencia hídrica, de emergencia
habitacional e, incluso desde diversos colectivos, se reclama la declaración de
la emergencia alimentaria. ¿Quién está tan desorientado como para llamar
desarrollo a un modelo que pone en riesgo todas esas cosas? ¿Para quién es ese
desarrollo?
Todas
estas emergencias se producen en un contexto de crecimiento de la llegada de
turistas que bate récords año tras año (en 2024, si continúa la tendencia de
los primeros meses del año, se podrían alcanzar los 19 millones de turistas en
las islas Canarias, frente a los 16 millones de 2023). La turistificación se
extiende como un tumor, desbordando los resorts tradicionales de sol y playa
hacia todo el territorio, tanto urbano como rural, mientras que las actividades
agropecuarias y pesqueras se contraen, emplean cada vez a menos personas y
producen muy poco de lo que la población residente necesita para
alimentarse.
Todas
estas emergencias se producen en un contexto de crecimiento de la llegada de
turistas que bate récords año tras año
En
el territorio balear en su conjunto y en la Ibiza que se quiere reproducir en
el norte, la situación no es muy diferente. En 2014 se publicó el monográfico “Tot Inclòs: danys i conseqüències del turisme a les
Illes”, que se convirtió después en un documental. Desde
entonces, el debate sobre la turistificación ha ido en aumento.
Ivan
Murray, doctor en geografía y profesor de la Universitat de les Illes Balears, advertía, hace ya una década,
de que comenzaba “a penetrar una idea de que a lo mejor no vivimos, sino que
malvivimos del turismo”. Según Murray, en los últimos años, a raíz de la
turistificación y la precarización de las condiciones laborales, han ido
creciendo los conflictos en torno a un sector que hasta ahora era intocable.
2017 fue el año en el que las Kellys, a partir de su lucha, hicieron evidentes
las condiciones laborales y los puestos de trabajo precarios. Empezaron a
convocarse manifestaciones que denunciaban los daños y el despojo causado por
la centralidad que el alquiler vacacional tenía en el acceso a la
vivienda.
El
pasado mes de mayo, coincidiendo con las movilizaciones de Canarias y
Cantabria, la convocatoria del Banc del Temps de Sencelles logró reunir a unas
veinticinco mil personas, integrantes de todo tipo de organizaciones, bajo el
lema ‘Mallorca no es ven’. Unos días después, se reprodujeron las
manifestaciones en Eivissa y en Menorca.
Las
tensiones son evidentes en todas partes, Barcelona, Madrid, Andalucía… Incluso,
la alcaldesa de Valencia, del Partido Popular, ha anunciado la prohibición de
atraque de megracruceros turísticos a partir de 2026, debido a la masificación
turística que provocan en las ciudades a las que llegan.
Incluso,
la alcaldesa de Valencia, del Partido Popular, ha anunciado la prohibición de
atraque de megracruceros turísticos a partir de 2026
El
turismo industrial es un sector explotador y extractivo. Existe un malestar
hondamente arraigado en las sociedades que malviven del turismo. La combinación
de los precios desorbitados de la vivienda y los puestos de trabajo precarios
conducen a situaciones distópicas. Gente viviendo en caravanas, alquiler de
balcones, imposibilidad de desarrollo de proyectos vitales propios… En fin,
unas promesas de libertad que contrastan con la incapacidad de elegir sobre
aspectos básicos de la propia vida.
Si
a esto se le une el precio de los alimentos y los servicios, el deterioro de
los servicios públicos, especialmente en la sanidad, a la que durante la
temporada alta acuden masivamente personas sin que se refuercen los centros de
salud y los hospitales, la situación se agrava.
Muchas
de los lugares devastados son o están cercanos a zonas frágiles, de alto valor
ecológico. Así, el litoral español, en una enorme operación especulativa, se va
rápidamente convirtiendo en una barrera de cemento, sin distinción entre los
diferentes pueblos. Un continuo de carreteras, campos de golf, parques
temáticos, horrendos mazacotes de hormigón e hileras de adosados, asolan los
territorios y consumen una obscena cantidad de agua y energía, que el conjunto
del planeta ya no puede permitirse.
El
litoral español, en una enorme operación especulativa, se va rápidamente
convirtiendo en una barrera de cemento, sin distinción entre los diferentes
pueblos
Las
inversiones de los gobiernos en infraestructuras permiten el crecimiento
exponencial de las transnacionales con el mínimo gasto (suyo). Se han
construido aeropuertos, puertos, autopistas y otras infraestructuras con con
dinero público a expensas de otro tipo de inversiones en educación, sanidad,
autosuficiencia alimentaria, etc. La expansión de la industria turística está
garantizada a costa de los derechos de las trabajadoras y trabajadores y de la
precaria autonomía de las comunidades colonizadas, a las que apenas les quedan
las migajas del negocio.
La
voracidad del sector no parece tener fin. En Honduras, empresas turísticas
españolas compran franjas de costa y fumigan la playa para que a los turistas
no les piquen o molesten los bichitos; en Colombia, las olas devuelven a tierra
kilos y kilos de basura que ha de ser retirada de aquellas playas a los que van
los turistas. En contextos de exceso, hay que producir industrialmente en el
territorio la portada de la revista de la agencia de viaje, para que el turista
pueda fotografiarse y convertirse, él mismo, en el modelo que aparece en la
publicidad.
Mientras
tanto, en las playas contiguas, los niños y las niñas del lugar se bañan entre
mierda y la gente trabaja en los hoteles, bares, y tiendas en condiciones que
dan vergüenza.
El
ciclo del turismo es el ciclo del capitalismo. Llegar, diseñar para ricos,
explotar, masificar y convertir en turismo de masas para no tan ricos, agotar,
abandonar y comenzar lo mismo en otro sitio. La gente teme perder su puesto de
trabajo en un sector que le arrebata casi todo.
Se
dice que la solución es crear un turismo de calidad, sinónimo de turismo para
ricos; pero que sea para ricos no asegura mejores salarios ni la restauración
del territorio. En la mayor parte de los lugares conviven los espacios para
masas y las urbanizaciones en las que se recrean los paraísos prístinos para el
turismo rico.
El
ciclo del turismo es el ciclo del capitalismo. Llegar, diseñar para ricos,
explotar, masificar y convertir en turismo de masas para no tan ricos, agotar,
abandonar y comenzar lo mismo en otro sitio
Ha
costado tiempo, pero en las movilizaciones crecientes, la palabra que más se
escucha es “menos”. No es la primera vez. Hay que recordar al arquitecto César
Manrique en Lanzarote o los procesos en los que participó el también arquitecto
Fernando Prats, en Calvià. En ellos, se alcanzaron acuerdos para limitar o
incluso reducir las plazas hoteleras.
No
es sencillo. En los tiempos de crisis ecosocial que vivimos y en lugares en los
que la mayor parte de los puestos de trabajo dependen del mismo sector que
destruye las condiciones de vida, las soluciones no son sencillas y deben
involucrar no solo al sector económico, sino a la reorganización del conjunto
de la vida y la política.
Se
hace necesario atajar las urgencias (las condiciones dignas de vida, preservar
el territorio que queda y comenzar un proceso de restauración) y, a la vez,
pensar en cómo desinflar el globo que está a punto de estallar sin que suelte
el aire de forma caótica e injusta. Hacen falta procesos participativos, como
los que está poniendo en marcha la sociedad civil, que vayan más allá del
cálculo de la rentabilidad política que proporciona.
Hay
personas que no van de vacaciones nunca. Algunas de ellas son las que trabajan
en el sector del turismo, las mismas que sostienen lo que no se pueden permitir
Un
último comentario para recordar que hay personas que no van de vacaciones
nunca. Algunas de ellas son las que trabajan en el sector del turismo, las
mismas que sostienen lo que no se pueden permitir. Además, hay que recordar que
el viaje de las masas de turistas contrasta con el de quienes tratan de pasar
las fronteras entre la invisibilidad y la explotación. En camiones frigoríficos,
amontonados en cayucos y pateras, las y los refugiados ambientales y
económicos, damnificados del capitalismo, mueren todos los días por querer
viajar sin ser turistas. No pueden atravesar esa línea que con tanta facilidad
cruzan los minerales, el petróleo, los mensajes de correo electrónico, el cacao
y hasta los virus.
En
un artículo escrito hace más de quince años, Santiago Alba Rico afirmaba que “turismo y
emigración constituyen dos formas diferentes de desplazamiento político en el
espacio”. Efectivamente son dos flujos desiguales que reproducen, ambos, la
explotación ecológica y económica a escala planetaria y legitiman una relación
neocolonial en el ámbito local.
Vuelvo
a mi conversación con Roberto Domingo. Una cultura que somete y necesita poseer
aquello que ama, que no se siente parte de la trama de la vida y regida por una
racionalidad capitalista que promete hacerlo posible si puedes pagarlo, se
convierte en una arma de destrucción masiva contra ella misma y contra
otras.
Cuando
se destruye lo que se quiere, no hablamos de amor. Quien quiere a las Illes
Balears, Canarias o Cantabria y a la gente que vive allí no las condena a la
precariedad, a la destrucción de la cultura y del territorio, al no futuro.
O
hay organización social que colabore para alumbrar otras formas de organizar la
vida en común y fuerce las transformaciones o seguiremos viendo crecer
malestares, al mismo tiempo que la política se convierte en una carrera
despiadada por ver quién los rentabiliza electoralmente. Así que muchas gracias
a todos los colectivos que se organizan en los territorios, que se juntan, que
hablan, que se escuchan sabiendo que el diálogo entre diferentes no es fácil
pero puede ser. Otras veces fue. Necesitamos que sea.
Un
abrazo a toda la comunidad.
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