martes, 14 de julio de 2020

‘LLORONA’, LA HISTORIA DE UN PARRICIDIO


‘LLORONA’, LA HISTORIA DE UN PARRICIDIO
ANA SHARIFE
El pasado mes de junio Rosalía sorprendía a sus seguidores subiendo a YouTube una versión de La Llorona en homenaje a los sanitarios de México que luchan contra la covid.  En apenas dos minutos la cantante concentraba en su voz un dolor insufrible. El alma en pena de una madre que ahoga a sus hijos en una noche enloquecida, y luego, arrepentida, los busca eternamente en las noches de luna por los ríos y lagunas, estremeciendo con su llanto a quien la escucha.

La Llorona es signo de identidad nacional y Patrimonio Cultural Intangible desde 2013. Una figura doliente a la que se relaciona con la diosa Tenpecutli


En México, la Llorona es signo de identidad nacional y Patrimonio Cultural Intangible desde 2013. Una figura doliente a la que se relaciona con la diosa Tenpecutli, que purgaba la pena de haber ahogado a sus hijos en un río. Su versión más popular habla de una mujer indígena de incomparable belleza que vivió un romance con un caballero español con quien tuvo tres hijos. Cuando supo que se había casado con una dama española, perdió el juicio. Cogió en brazos a sus hijos, los llevó a orillas del lago de Texcoco, los abrazó fuertemente y los hundió hasta ahogarlos. Tras darse cuenta de lo que había hecho, no pudo soportarlo y ella misma se quitó la vida. Desde entonces cuentan que su alma deambula cada noche cerca del lago en busca de sus pequeños.

La mitología nos ha brindado numerosos relatos mágicos que visibilizan este drama angustiante. Se halla en las cosmogonías y creencias ancestrales de todas las culturas, desde China hasta la misma África, donde una leyenda entre el reino yoruba de Dahomey y Togo describe a una mujer que recorre los ríos gritando pavorosos lamentos buscando a sus hijos, ahogados por el océano y sus restos desperdigados por el mundo. Un paralelismo con la historia de Raquel en la Biblia, quien llora por sus hijos (el pueblo de Israel) “y nadie puede consolarla, pues han desaparecido” (Jeremías 31:15).



La historia de Ciudad de México se escribe (y se construye) sobre las ruinas de Tenochtitlan, la “Venecia azteca” que cautivó al conquistador Hernán Cortés hace cinco siglos. A medida que se acercaban los españoles a la Gran Tenochtitlan, “más frecuentes y directas eran las señales que recibía Moctezuma”, recogería el historiador dominico Fray Diego Durán en Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme. Era una llorona en forma de Cihuacóatl, una mujer que vagaba de noche gimiendo y gritando “Hijitos míos, ¿a dónde os llevaré?”, lo que Moctezuma interpretó como un augurio sobre el fin de su reinado. Según el Códice Aubin, esta madre (nutricia y destructora) fue una diosa que los acompañó durante su peregrinación en busca de Aztlán, la isla mítica de la que provienen los aztecas.

La gitana y el inglés

En España se cuenta la historia de una gitana cuya belleza conquistó a un inglés. Fruto de aquel amor nacieron dos críos, pero una noche la Guardia Civil fue a quitárselos por orden del inglés, quien se había casado con una mujer de la alta sociedad barcelonesa que no podía darle descendencia. La joven corrió con los pequeños hasta el embarcadero y huyó en una barca en mitad de un mar agitado. El mal viento volcó la embarcación y los hijos desaparecieron entre las olas. Los vecinos de la playa del pueblo de La Barceloneta aseguran haber escuchado su lamento en los días de fuertes vientos.

La leyenda de la Llorona comenzó a documentarse hacia 1550, cuando el misionero Bernardino la recogió en su monumental Historia general de las cosas de Nueva España

La leyenda de la Llorona comenzó a documentarse hacia 1550, cuando el misionero franciscano Bernardino de Sahagún la recogió en su monumental Historia general de las cosas de Nueva España (1540-1585). Sin embargo, sus antecedentes se pierden “entre mitos prehispánicos y diosas madres aztecas que conocedoras del destino de sus descendientes nada podían hacer para evitarlo”. Su fatalidad forma parte de la identidad cultural, del folclore y la imaginería popular de casi todos los pueblos, cuyas versiones varían de una comarca a otra dentro del mismo país.

Para otros expertos, la Llorona “destruiría la base del dominio colonial desde el momento en que la madre indígena mata a sus hijos mestizos”. De ahí que narre la trágica historia de amor entre una indígena (o criolla) y su amante español, y “el infanticidio como una manifestación de castigarse a sí misma por su debilidad”, escribe Mario Orozco en La estructura medeica de La Llorona (2009).

En Nicaragua es “el alma en pena de una indígena de Moyogalpa, en la isla de Ometepe, que se enamoró de un blanco, en contra de los consejos de su madre (‘no hay que mezclar la sangre del esclavo con la sangre del verdugo’), y que luego de ser abandonada, ahoga a su hijo en el lago Nicaragua, pero arrepentida, se mete en el agua para salvarlo sin éxito”, describe Milagros Palma en El mito de la Llorona en América Latina(2019).

 Su fatalidad forma parte de la identidad cultural, del folclore y la imaginería popular de casi todos los pueblos

En una versión de Costa Rica, “la Llorona es una indígena muy hermosa, hija de un rey huetar, la cual se enamoró de un conquistador español, con el que se veía a solas en lo alto de una cascada, queda embarazada y da a luz un hijo, que es asesinado por el padre de la mujer, arrojándolo de lo alto de la catarata”. Desde entonces “su alma vaga por las orillas de los ríos buscando a su hijo perdido y llorando su desgracia”, testimonia Elía Zeledón en Sortilegios de viejas raíces: leyendas (1998).

La figura doliente de la llorona que flota sobre un charco creado con sus eternas lágrimas ha inspirado a todas las artes. En 2019 la guatemalteca película La Llorona, de Jayro Bustamante, abordó las matanzas ocurridas entre 1960 y 1966 durante la Guerra civil de Guatemala, y Hollywood la producción The Curse of La Llorona, bajo la dirección de Michael Chaves, un film de terror sobre una aparición que vive atrapada entre el cielo y el infierno por un destino terrible sellado por ella misma, al ahogar a sus hijos por celos y arrojarse en el río arrepentida.

Musicalmente la Llorona es una canción popular mexicana que tiene la cadencia de un vals lento que la jovencísima Ángela Aguilar interpreta en honor a Chavela Vargas y otros grandes. Rosalía hace un delicioso cover y todas las versiones suenan a desesperación, a profunda tristeza.

La Llorona sería un símbolo quebrado, las mujeres de la comunidad indígena de purépechas que mueren en su primer parto y se vuelven diosas guerreras (mocihuaquetzaque). Sería una voz silenciada, la Malinche, la amante nahua de Hernán Cortés, con quien tuvo un hijo, pero cuando este regresó a España, se lo arrebató y ni sus lamentos pudieron impedirlo. O, como escribió en 1922 el poeta y diplomático mexicano Alfonso Reyes en una carta enviada al historiador Mediz Bolio, “tal vez tenga que ver con todas esas voces oscuras, de abuelos indios, que lloran en nuestro corazón”.

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