APUNTES PARA UN CAMBIO DE
CICLO FORZOSO (IV).
EL
CONSULADO INGLÉS
FRANCISCO JAVIER GONZÁLEZ
Creo de interés el
estudio pormenorizado de lo que fue el ciclo económico del vino para Canarias.
Pone de relieve la fragilidad política y económica que supone depositar en un
producto determinado toda la estructura productiva de nuestras islas a pesar de
lo que ya había sucedido con el azúcar.
Nos muestra a una colonia española que entra en la Edad Moderna con unas élites
que, por su codicia, se entregan totalmente en manos foráneas hasta el punto de
que son los británicos los que realmente ejercen el dominio económico del
Archipiélago. En se aspecto no difiere demasiado de la última aventura basada
en la explotación primordial de un producto cuyo control se sale fuera de las
manos de unas élites político-económicas criollas sumisas y vendidas por 30
monedas: el TURISMO.
Las ciudades-nación
que bordean al Mediterráneo se relacionaban en el Medioevo mediante una extensa
red de instituciones consulares, de gran importancia entonces, importancia que
a la entrada de la Edad Moderna va decayendo. En el Siglo XVI, con la expansión
americana de los estados europeos el centro de gravedad económico-político se
desplaza hacia el Atlántico con España como punto importante en esas relaciones
económicas que va a dar origen al renacimiento de los consulados. La rivalidad
hispano-británica en Europa (guerras en los Países Bajos españoles, Flandes y
Holanda) acrecentada por motivos religiosos hace que las relaciones comerciales
entre ambos estados pasen por períodos muy críticos hasta que la reina inglesa,
Isabel I, nombra embajador extraordinario en Madrid a Lord Cobham que logra, en
1576, con el duque de Alba, llegar a unos acuerdos que van a permitir que no se
proceda contra los herejes protestantes ingleses si no cometen delito injurioso
contra la religión católica, y que se nombren embajadores en ambas capitales
que puedan mantener sus propias confesiones religiosas. La nueva guerra
hispano-británica, que rebrota en 1585 con enfrentamientos directos, deja sin
efectos los acuerdos Cobham-Alba aunque encontramos en esos años a ingleses en
Canarias que comerciaban haciéndose pasar por católicos escoceses. Esta
situación, con muchos episodios de contrabando, dura hasta que, después de 20
años de lucha, encuentra su final con el Tratado de Londres de 1604, tras la
muerte tanto del español Felipe II como de la monarca inglesa Isabel I.
En cada nuevo
enfrentamiento hispano-británico se suspendía el Tratado Así, en la guerra de
1655-1660 entre la España de Felipe IV y la Commonwealth de Cromwell, con su
“Western Design” de apoderarse de las colonias españolas para expandir el
protestantismo, el rey español en una pragmática ordenaba condena a muerte a
todos los que introduzcan en los dominios españoles géneros de las islas
británicas, confiscando los que estuvieran en poder de ingleses, prohibiendo
además su uso y obligando a declarar los que pudieran haber en existencia. De
los bienes confiscados a los ingleses por la Junta de Represalias, las llamadas
“Represalias de Cromwell”, casi la tercera parte lo fueron en Canarias y casi
todo en moneda de plata (ducados y maravedíes).
Es en esa contienda cuando el almirante inglés
Robert Blake destruyó la Flota de Indias española que mandaba el general Diego
de Egües en la bahía de Santa Cruz de Tenerife el 30 de abril de 1657 causando
300 muertos isleños, aunque no logró apoderarse del tesoro saqueado en América
que traía y que había sido desembarcado al conocerse por el Capitán General
Alonso Dávila Guzmán el inminente ataque. El pueblo canario, que no soportaba
la tiranía del Capitán General, llamo a aquella batalla “la guerrita de
Caramuel” por canarización del nombre de Cromwell a Caramuel. Alonso Dávila,
acusado de fraude y cohecho a favor de comerciantes ingleses, fue destituido de
su puesto en 1659 tras 9 años de mandato despótico al que retrató Viera y
Clavijo como “Jefe sin vigor en el entendimiento, ni sensibilidad en el
corazón; avaro, despótico, mal aconsejado, y dado más bien para forjar
prisiones que para hacer felices” dejó tras de sí numerosos muertos y agraviados. Puede servirnos de ejemplo del
trato colonial con Canarias que, tras haberse realizado 3 levas forzosas para
la guerra con Holanda, en paz ya con este reino, subsistía el enfrentamiento
con Francia y las rebeliones de Portugal y Cataluña, por lo que Felipe IV
ordenó una nueva leva en Canarias. En la noche del 21 de febrero de 1655,
Alonso Dávila ordena que cada Capitán aprese 8 personas aptas para la guerra y
las conduzca a la cárcel de La Laguna a disposición del Maestre de Campo
Francisco Calderón. Al respecto nos vuelve a relatar Viera que “atónitos los
hombres a vista de tan nuevo golpe de autoridad, desamparan las casas, se huyen
a los montes y bolviendo a ser “Guanches” se esconden en las quebradas y cuevas
de las cumbres. Sin embargo allí se les acosa como à fieras con perros y armas
de fuego”, tal eran las condiciones del país cuando se establece el primer
consulado inglés en 1660.
En el Tratado de
1604 se reconocen, además de las embajadas, a los consulados que ambos países
establecieran en el otro, especificando las condiciones y atribuciones de esas
instituciones. Para los cónsules británicos en España, según el Art. 19 del
Tratado, el monarca inglés otorgaba una Patente al individuo designado para
desempeñar el cargo, especificando su destino y condiciones. La Patente se
presentaba al monarca español por el embajador o por el propio cónsul, y el
Consejo de Estado asesoraba al rey sobre la aceptación o el rechazo de la
Patente y de sus condiciones. El cónsul, según el Art. 27 del Tratado, se
encargaba “del auxilio y protección de los súbditos del Rey de Gran Bretaña”.
Para dirimir los
asuntos que pudieran surgir y que no resolviera el cónsul se nombraba el Juez Conservador
de la Nación Inglesa para “…conocer privativamente el dicho juez conservador y
no otro juez ni tribunal alguno…” En Canarias, el Juez Conservador era,
normalmente, el Capitán General, aunque en 1674, durante la regencia en España
de Mariana de Austria, la regente nombró como Juez Conservador a Juan de Laredo
y Perera, Capitán a Guerra de Tenerife y La Palma y los comerciantes ingleses
con su cónsul, John Webber (castellanizado como Juan Guebar), a la cabeza
dieron poder al procurador Pascual Sánchez para personarse en Madrid, ante la
Real Audiencia para que Félix Nieto de Silva, Marqués de Torrejón y Capitán
General “in pectore” fuera, según costumbre, el Juez Conservador de la Nación
Inglesa. Las aguas volvieron a su cauce y los Capitanes Generales en su sede de
La Laguna, siguieron siendo los Jueces Conservadores.
Los privilegios que
el Tratado de Londres concedía a los “herejes” se suspendieron con motivo del
nuevo conflicto hispano-ingles en 1626, confiscándose los bienes de los
comerciantes ingleses “que hubieran delinquido contra la fe católica”,
recuperándose el status con la paz de 1660, y renovados con los tratados de
1667 y con los sucesivos entre ambas coronas a lo largo del XVIII.
De esa forma, y al
amparo de esos tratados, los comerciantes y residentes extranjeros en los
estados europeos, para la defensa de sus intereses, formaban comunidades con el
cónsul como encargado, si se necesitaba, de esa representación tanto colectiva
como individual. Al mismo tiempo el cónsul tenía a su cargo la vigilancia del
cumplimiento de las legalidades propias del estado que lo designaba.
En España, sobre
todo en la vertiente mediterránea, por su propia historia, la institución
consular tenía una tradición centenaria. Por eso, entre 1617 a 1620, los consulados
ingleses, holandeses, franceses… estaban instalados en Barcelona, Valencia,
Cádiz, Cartagena, Puerto de Santa María y varias plazas más. En Canarias,
carentes de esa tradición y a pesar de la abundante presencia extranjera, los
consulados tardan bastante más en implantarse en esta colonia africana. El
primer consulado en instalarse en Canarias fue el holandés. El primer cónsul
inglés en nuestras islas aparece en 1660 con residencia fija en La Laguna y
ocasional en el Puerto de la Orotava. Nombrado por la corona inglesa y
refrendado por la española, sus emolumentos se percibían como “derechos
consulares” con un porcentaje aplicado a las operaciones mercantiles realizadas
por los naturales ingleses residentes en las islas.
Ese primer cónsul
fue Leonard Clarke, importante comerciante que figura en los documentos
españoles como Leonardo Clerque que, curiosamente, había traído de Inglaterra
un telescopio para observar la luna, probablemente uno de los primeros en
Canarias. Para el sostén del consulado estableció un canon del 0,5 % de las
mercancías negociadas, aparte de 100 reales de plata a los maestres (masters)
de las naves transportadoras (el de maestre era un importante cargo, tras el de
capitán, que se encargaba de la economía del navío, similar a lo que hoy sería
el “sobrecargo”). Los comerciantes ingleses en la isla se negaban a lo que
consideraban un costo desproporcionado y, en respuesta, el cónsul Clarke
amenazó muy seriamente a los comerciantes que se oponían provocando, con esa
actuación, fuertes tensiones en el seno de la comunidad inglesa. A tanto llegó
la situación que en 1662 un grupo de 12 mercaderes importantes, encabezados por
M. Peck y William Cowse se dirigieron por carta a Arthur Ingram -principal
receptor en Londres de las exportaciones canarias- para que apoyara ante el rey
inglés su petición de que el cónsul fuera llamado a Londres para rendir cuentas
y eliminar esos costos.
Ante la falta de
respuesta, otros 22 mercaderes londinenses destacados solicitaban al rey Carlos
II, no solo que llamara a Londres a Clarke para rendir cuentas, sino que
pretendían la supresión del consulado por los gastos que les causaban las
tasas. Los firmantes estaban encabezados por el mismo alcalde de Londres, John
Frederick, y figuraban los más importantes Canary Merchants ingleses, entre
ellos John Webber (Juan Guebar para los españoles), que fue luego el 4º cónsul
al que se debe la construcción en 1673 del Cementerio Inglés- la Cherche- cerca
del Castillo de San Felipe, donde se le enterró a su muerte en el Puerto de la
Cruz en 1676.
El asunto llegó hasta el “Privy Council”
(Consejo Privado de asesores de la corona inglesa que en 1688 fue sustituido
por el “Cabinet” o Consejo de Ministros) pero no se adoptó decisión al respecto
porque los cónsules cumplían, no solo esas funciones de vigilancia de los
mercaderes para que no se saltaran las líneas de actuación legal de la corona
inglesa, oficiando incluso de acusadores en procesos de contrabando, sino que
tenían, además, la de servir como valiosa fuente de información de todo tipo de
sucesos políticos o económicos que pudieran afectar a los intereses ingleses,
incluyendo el espionaje. Clarke siguió de cónsul hasta 1664 en que fue
sustituido por Thomas Cowling, un inglés católico al que le tocó lidiar con la creación
y desaparición de la “Canary Company”, período que hay que estudiar aparte por
sus repercusiones y enseñanzas. Cowling vivió en la ciudad de Aguere con su
esposa e hijas hasta su muerte en 1671, en que John Webber (castellanizado como
Juan Guebar) le sucede en el cargo de cónsul.
En 1665, tras la formación de la Compañía de
Canarias y las duras reacciones populares que se produjeron, el cónsul, junto a
los factores nombrados por la Compañía, tuvieron que refugiarse en el Convento
de Santo Domingo, protegidos por el Capitán General para salvar sus vidas,
aunque los factores ingleses terminaron por ser expulsados de la isla.
En general los
mercaderes ingleses en Tenerife mantuvieron estrecho contacto con las elites
coloniales canarias. Algunos tuvieron gran influencia en esos sectores
acomodados, incluyendo al clero y la milicia. Un ejemplo paradigmático de ello
fue Marmaduke Rawdon de York, sobrino del Canary Merchant londinense Sir
Marmaduke Rawdon y factor del mismo en Tenerife entre 1631 y 1655 que, tras
años en su casona lagunera, compró y arregló la Hacienda de Los Príncipes, que
había sido propiedad de los Leyva, príncipes de Ascoli, espurios descendientes
de Felipe II, en el Realejo Bajo donde instaló, además de una extensa
biblioteca una bolera y un billar. A la Hacienda, donde se podía beber cerveza
traída de Inglaterra, iba como invitado desde el Obispo –al que concedió varios
préstamos- al Gobernador y a la máxima autoridad española, el Capitán General.
Marmaduke trajo a la isla, a un pastor protestante –lo que estaba fuera de los
puntos del Tratado- el Dr. Burch, para
la colonia inglesa y, además, al médico inglés Evans Pieugh que, con permiso
eclesiástico, asistía incluso a las monjas de clausura laguneras precedido de
una monja tocando la campanilla por los corredores para que el resto de la
comunidad se encerrara en sus cubículos. Vivía opíparamente con vajillas de
plata en su comedor con los invitados tanto ingleses como de la nobleza
española y, en la etapa republicana de Cromwell, la Hacienda sirvió de refugio
a muchos royalists perseguidos. En un viaje que hizo a su Inglaterra natal a
dar cuentas a su tío de la marcha de los negocios en Canarias, salió de La
Laguna acompañado de 40 caballeros para el Puerto de la Orotava donde embarcó
en navío comandado por el capitán Gaspar de Osorio en medio de salvas y fuegos
artificiales. Recaló en Gomera donde se aprovisionó, para el viaje cargando,
como nos cuenta en su biografía ,entre otras viandas, “dos pipas de vino
canario, tocino, diferentes clases de pescado, 14 ovejas vivas, 30 pavos, 120
gallinas, dos cerdos vivos, 40 botes de aceitunas, seis pequeños barriles de
sopas o guisados, cuatro pequeños barriles llenos de cajas de mermelada de
diferentes clases y diferentes tipos de dulce secos”. Parece ser que llegaron a
Portsmouth casi sin provisiones.
Entre los
caballeros acompañantes de Marmaduke desde La Laguna al Puerto de la Orotava
estaba el capitán Henry Ishan (Enrique Ysan) que nos ilustra de cómo eran las
relaciones entre ingleses y autoridades españolas. El comisario del Santo
Oficio de La Laguna había comunicado al Tribunal en marzo de 1626 que Ysan
“había comulgado públicamente causando en unos mucho escándalo aunque en otros
devoción por pensar y atribuirlo a conversión y reducción”. Enrique Ysan, el
influyente comerciante que había traído de Inglaterra el primer coche de
caballos estilo inglés (“Coach”), llamado a declarar, adujo ante el Tribunal
que no se había mostrado públicamente como católico “por no perder el comercio
y trato que tiene en Inglaterra y Francia”. Ysan había sido apresado por el
Capitán General y sus bienes confiscados el mes anterior por hereje, al
estallar la guerra hispano-británica de 1626 y, de esa forma, recuperaba sus
bienes y su status.
Aunque algunos
vicecónsules no fueron ingleses sino canarios de nacimiento, como el alférez
Lucas Pérez Talavera, nombrado por Leonardo Clerque para el puerto de
Garachico, todos los cónsules sí que fueron ingleses, con un interregno en 1688
en que el vicecónsul, el irlandés Gregory Lynch –Jorge Lynch- casado con la
canaria Clara de León, ejerció de cónsul hasta el nombramiento de Edmund Smith
como titular. Ya a mediados del XVIII se suprimió la condición de que los
Cónsules en Canarias, además de ser ingleses, tenían que estar avecindados en
Tenerife y ser mercaderes o factores.
Hubieron algunos
roces con la Inquisición a causa de la prerrogativa de los cónsules de juzgar,
apresar y remitir a Inglaterra a marinos o residentes que incumplieran las
leyes inglesas, sobre todo en los casos en que el infractor, a veces para
librarse de la pena, se “redujera” abjurando de la herejía anglicana y
convirtiéndose al catolicismo, pero los más serios sucedieron con Edmund Smith,
7º cónsul en Tenerife, protestante residente en el Puerto de la Cruz de la
Orotava en la última década del XVII (1690-1700).
En esos años la
colonia británica en Canarias se vio sacudida por los enfrentamientos en el
Reino Unido (Inglaterra, Escocia e Irlanda) entre los jacobitas que apoyaban al
católico Jacobo III y los orangistas, partidarios del protestante Guillermo de
Orange (Guillermo III) que finalmente se impuso en la contienda por el trono
inglés. Aquí, en Tenerife, se unieron en contra del cónsul Smith los irlandeses católicos, cada vez más
influyentes, como los Walsh –que se transformaron en Valois en Francia y en
Canarias- con Bernardo Valois al frente- los Power, los Mead, como Richard Mead
uno de los más importantes wine’s merchants que en los años 90 solicitaba
escolta armada para sus barcos, los White, españolizados a Blanco,…junto a
algunos ingleses “convertidos” o católicos y algunos, más escasos, ingleses
jacobitas. Los rebeldes llegaron a fijar pasquines antiorangistas contra
Guillermo III y sus ministros por las esquinas del Puerto de la Cruz, por lo
que el Capitán General, Antonio Eril Vicentelo, conde de Eril, a petición del
cónsul, hizo prender a algunos de ellos que fueron multados. Ya en 1692, el
carpintero de ribera inglés Antonio Clavío Blanco se había alzado, junto a
otros marineros, con un navío, por lo que el cónsul Smith, basado en el
Tratado, pretendió apresarlo para enviarlo a Inglaterra para su juicio. El
acusado se refugió en el convento de Santo Domingo en el Puerto solicitando su
reducción por lo que el cónsul recurrió al Capitán General, como Juez
Conservador, para que se le entregara al marinero porque “el ser católico no
quita de ser vasallo del Rey de Inglaterra”, pero el Tribunal de la Inquisición
ordenó al comisario de la Orotava que, bajo pena de fuerte multa, advirtiera al
cónsul para que dejara en paz al convertido.
Edmund Smith, como
cónsul, erra bastante activo. Si un inglés enfermaba, perdía la capacidad de
gestionar sus asuntos o moría, el cónsul se encargaba de inventariar sus bienes
y, si lo creía oportuno, los subastaba para remitir el dinero obtenido a sus
parientes en Inglaterra. Uno de esos casos fue el de Richard Lawson (Ricardo
Lauson) que, al parecer, había perdido el juicio. El Capitán General ordenó el
inventario de sus bienes pero Smith, alegando el Tratado, reclamó que, como
cónsul de la nación inglesa, le correspondía a él esa tarea y su liquidación
antes de embarcarlo para Inglaterra. Igual sucedió con otro mercader, Carlos
Dier, al que, para evitar su reducción, declaró como loco para embarcarlo
forzado para Inglaterra.
En 1699 el Tribunal
recibe quejas por los excesos que Edmund Smith cometía con los “reducidos”,
supuestamente conversos al cristianismo. Dos memoriales se presentan en marzo
contra Smith, sin firmar, pero respaldados por mercaderes británicos
(irlandeses e ingleses), acusándolo ante la inquisición de amenazar e injuriar
a los que se reducían. Citaban como ejemplos los casos de Dier y Lawson.
Apuntaban además que, en la casa del cónsul, se celebraban funciones religiosas
con presbíteros protestantes. En la investigación que ordena el Tribunal, el
comisario de La Orotava añade nuevos cargos, como amenazas a los reducidos con
publicar el listado de sus nombres en las gacetas inglesas como renegados,
privándolos del apoyo inglés. Otros comerciantes, en mayor número, apoyan al
cónsul, desmintiendo las acusaciones y bastantes se niegan a declarar ante el
comisario que solicita en junio su detención al Capitán General para que
presten su declaración pero, ante la exposición del cónsul de que, según el
Tratado, no podía someterlos a otro tribunal que no fuera el Juez Conservador
–el propio Capitán General-fueron puestos en libertad.
El Tribunal de la
Inquisición decide procesar al cónsul a pesar de la posición del Capitán
General, el conde de Eril –conocido austracista frente a los borbónicos ante la
sucesión española que, al año siguiente se desataría en una nueva guerra- que
pidió al Tribunal que se suspendiera el proceso
ante “el estado de la Monarquía y lo vidrioso que está esta nación y su
Rey”. El Consejo de la Inquisición apoyó la propuesta de procesamiento del
Tribunal que alegaba “la mucha mano que van tomando los ingleses en dicha
isla”, introduciendo libros heréticos y predicadores protestantes, por lo que,
a pesar de los capítulos sobre los procesamientos y el Juez Conservador,
contemplados en los Tratados de paz, declaró el caso fuera de la jurisdicción
del Capitán General y la prisión del cónsul para ser enviado a Las Palmas, sede
del tribunal inquisidor desde su creación en Canarias en 1505.
En febrero de 1697 el Alguacil Mayor del Santo Oficio de
Tenerife, cargo ejecutivo del Tribunal al que competían las detenciones y
encarcelamientos, detuvo al cónsul, pero
comunicó al Tribunal las exigencias de varios ingleses que solicitaban
al Capitán General, como Juez Conservador, la liberación de Edmund Smith,
petición a la que se sumaban la de los capitanes de los dos navíos de guerra
ingleses anclados frente al Puerto de Santa Cruz a los que los mercaderes
ingleses planteaban que liberaran al cónsul cuando lo trasladaran a Las Palmas
e incluso que cañonearan a la ciudad, lo que no se llevó a efecto porque otros
ingleses estaban en contra de la medida. En esa tesitura el Tribunal ordenó al
Alguacil Mayor que esperara al traslado cuando no estuvieran en estas aguas los
barcos de guerra ingleses.
Al mes siguiente el
cónsul ingresó en prisión en Las Palmas para su proceso, prisión y proceso que
duró más de medio año, con los interrogatorios
a casi 70 personas, más de la mitad británicos, de los cuales la mayoría,
encabezados por el irlandés Bernardo Valois atacaban a Edmundo Smith, al tiempo
que dirigían escritos al gobierno británico para su destitución como cónsul.
Entre los que prestaron declaración estaba el recién nombrado como nuevo
Capitán General, el garachiquense Pedro de Ponte Llerena, primer Conde del
Palmar, aquel que durante la regencia de Mariana de Austria llevó a cabo en las
islas una leva forzosa de 1.000 hombres para formar el “Tercio de Canarias” y
combatir en la guerra contra Portugal.
El embajador
británico en Madrid terció también en el proceso pidiendo la libertad del
cónsul y el propio rey orangista inglés, Guillermo III, dirigió a Pedro de
Ponte una carta en latín que se conserva en el Museo Británico solicitando esa
liberación, al tiempo que se enviaba a las islas nuevos navíos británicos de
guerra. Finalmente el Tribunal de la Inquisición condenó a Smith a una multa de
200 ducados y a ser desterrado de Canarias.
Ambrose Roper fue
nombrado nuevo cónsul. Cuando estalla la Guerra de Sucesión española desde 1701
a 1713 en que se firma en Tratado de Utrecht reconociendo al Borbón Felipe V
como Rey de España y sus colonias (aunque la guerra continua en Catalunya hasta
la batalla de Barcelona el 11 de Septiembre de 1714 con la muerte del Conseller
en Cap del Consejo de Ciento catalán, Rafael Casanova, que se sigue
conmemorando con la Diada) son bastantes los ingleses que abandonan Canarias.
El cónsul Rope elabora la lista nominal
de los que querían volver a Inglaterra. Dos docenas de ingleses, todos
protestantes menos un católico, que abandonaban Tenerife en 1704 como bastantes
otros ya habían hecho. Con el cierre del comercio durante la guerra fue
sucediendo un retroceso de los malvasías canarios ante los oportos portugueses.
El declive había comenzado.
En 1717, en la
elección del nuevo cónsul tras la muerte de
William Pouldon, solo se contabilizan 46 votos, de los cuales 32, la
mayoría de católicos irlandeses o jacobitas ingleses apoyan a John Crosse Sr.
frente a 14 que lo hacen a John Cross Jr. que, pese a ello, es el elegido por
Londres por tener el mayor apoyo de los protestantes ingleses y responder, por
lo mismo, mejor a las intenciones del Foreing Office inglés. Ya en 1744, ante
la posible nueva guerra con Inglaterra por el apoyo prestado por los españoles
a la independencia de las Trece Colonias inglesas para debilitar la presencia
inglesa en América, la Inquisición española ordenó realizar el censo de herejes
protestantes.
Solo se registró
una familia escocesa en el Puerto de la Cruz establecida comercialmente. El
declive era ahora imparable.
Francisco Javier
González
Gomera a 6 de julio
de 2020
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