HAIL, ESTÚPIDOS
DAVID TORRES
La democracia es el
sistema mediante el cual el pueblo español elige libremente a sus
representantes del PP. Esta sucinta definición del poeta Álvaro Muñoz Robledano
ha quedado obsoleta en los últimos tiempos, desde que el electorado también
tiene la facultad de escoger además entre Vox y Ciudadanos. Tampoco es que haya
mucha diferencia, ya que la inmensa mayoría de los líderes, de sus principios y
de su ideario también provienen del PP, al menos desde Atapuerca. En España
todo lo que se salga de esta amplia línea de consenso en torno al extremo
centro se considera una peligrosa desviación del mecanismo democrático:
comunismo, anarquismo, conjuras judeo-masónicas, homosexualidad, terrorismo
islamista, hambre, miseria, Venezuela y, en definitiva, ETA.
Desde esta
perspectiva tan democrática se entiende el cabreo de Iván Espinosa de los
Monteros cuando Pablo Iglesias le dijo que lo que Vox pretendía era dar un
golpe de estado, aunque de momento no se atrevieran a llevarlo a cabo. ¿Cómo se
le ocurriría al vicepresidente decir semejante barbaridad si los únicos que
pueden soltar esas burradas son los marqueses de la derecha? Expectorados una y
otra vez desde el partido verde moco, los reclamos a una intervención del
ejército, a la formación de un comité de emergencia nacional y a la
desobediencia contra un gobierno ilegítimo y criminal, no deben ser entendidos
como una vulneración del orden constitucional y de la legislación vigente, sino
como una restauración del orden natural de las cosas. Legítimos son ellos, no
lo que digan las urnas.
En efecto, la
crispación que recorre de arriba abajo el espectro político responde única y
exclusivamente al empeño de la izquierda por no resignarse a su papel de
comparsa y dedicarse a aprobar medidas bolivarianas, como el ingreso mínimo
vital, por ejemplo. Es un escándalo que la gente que no tiene ni un mendrugo de
pan que llevarse a la boca se dedique ahora a tumbarse a la bartola y disfrutar
de un sueldo Nescafé sin dar un palo al agua, en lugar de morirse de hambre,
como es obligación de los españoles pobres desde que el mundo es mundo. Poco
importa que unos veinte países europeos ya tuvieran aprobada una renta mínima
vital para los más desfavorecidos, el último de ellos, Italia, cuyo monto, 750
euros mensuales, casi duplica la española. Como anunciaba el famoso eslogan de
Fraga, Spain is different, y aquí el dinero público se usa para rescatar
bancos, salvar cajas de ahorros, privatizar hospitales o desprivatizar
autopistas, no para que las familias hambrientas puedan salir adelante. O como
dijo Andrea Fabra de los recortes a los parados: que se jodan.
Puesto que la
democracia española es una máquina engrasada siempre hacia la derecha, resulta
lógico que Pablo Casado se atreva a decir en público que se cumplen dos años
desde que los suyos perdieron el poder por culpa de una injusta moción de
censura, igualando las alianzas entre partidos democráticos a los tanques por
las calles y los tricornios en mitad del hemiciclo. En esta nietzscheana
transvaloración de todos los valores en que vivimos desde que a los ciudadanos
les da por votar mal (varias veces seguidas, por si fuera poco), lo normal es
que, desde la tribuna de oradores del congreso, una diputada del PP acuse de
terrorista al padre del vicepresidente del gobierno por el delito de combatir
la dictadura franquista repartiendo octavillas. En cualquier otro país de
Europa ese hombre sería un héroe antifascista y un luchador por la libertad,
pero en España los héroes son los torturadores con placa y las bestias al
estilo de Billy el Niño: por eso les damos medallas a manos llenas.
Menos mal que Trump
ha salido en tromba a defender la nueva anormalidad y condenar el antifascismo
como organización terrorista, algo lógico al fin y al cabo en un país donde el
Ku Klux Klan marca tendencias en moda, peluquería y artillería mental. Con un
montón de ciudades sacudidas por las mayores protestas raciales y sociales de
las últimas décadas, sólo al dibujo animado sentado en la Casa Blanca se le
ocurriría echar gasolina a las llamas provocadas por el infame asesinato de
George Floyd. Al otro lado del charco, otro incendiario profesional, Santiago
Abascal, aplaude con entusiasmo este tardío alineamiento con Hitler, Franco y
Mussolini antes de hacer el pino. Da un poco de vergüenza recordar que
precisamente fue el antifascismo, en todas sus versiones y en todos los
frentes, lo que detuvo a la mayor plaga de la humanidad en Normandía,
Stalingrado, El Alamein, Okinawa y Berlín. Excepto en España, claro, porque
Spain is different. No es sólo que no vayamos a salir mejores: es que vamos a
retroceder a los Acuerdos de Munich y a la caída de Madrid. Hail, estúpidos.
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