martes, 23 de junio de 2020

ESCLAVITUD EN CANARIAS Y SUJETOS DE DERECHOSANÁLISIS, VOCES


ESCLAVITUD EN CANARIAS Y SUJETOS DE DERECHOS ANÁLISIS, VOCES
ALICIA RAMOS

Ilustración: Sra. Milton

En la mañana del 9 de enero de 1489 un mercader de la ciudad de Játiva, llamado Miguel de Urrea, se presentaba en las oficinas del Mestre Racional del reino de Valencia para depositar la suma de 30 sólidos, en moneda valenciana, importe del impuesto correspondiente a las 22 libras y 10 sólidos en que se le había valuado una cautiva canaria de once años, llamada Isabel. El aparato burocrático del representante real se puso en marcha y un escribano debió dirigirse a los libros de cuentas; abriría el tomo de los recibos por el folio 162 y, a continuación de una partida extendida a nombre del tendero Dionisio Miguel, apuntaría la imposición de Urrea, registrando al margen la cantidad para sumarla con las anteriores y volver el folio. Hecho lo cual, el setabense se marcharía para disponer de la pieza, «venderla, enajenarla y hacer según su propia voluntad, así como a cada señor le es lícito y permitido hacer de sus cosas propias” (479-480).

Cortés, Vicenta. «La conquista de las Islas Canarias a través de las ventas de esclavos en Valencia». Anuario de Estudios Atlánticos 1.1 (1955): 479-547.
En octubre pasado me hicieron una propuesta inusual. No recuerdo quién me la hizo ni sus términos exactos porque tengo la absurda manía de borrarlo todo. Pero a grandes rasgos alguien me proponía que me grabara a mí misma un pequeño video diciendo, cantando o contando algo que estuviera prohibido. Lo único que está prohibido de verdad es criticar a la monarquía o a los capitostes del franquismo, tal vez algunos aspectos de la iglesia católica, pero quien me proponía aquello quería algo que fuera tabú, de lo que no se hablara nunca porque existiera la convención generalizada de que es de mal gusto, no se debe, es remover el pasado, te puede granjear enemistades… Enseguida se me ocurrió que lo que iba a hacer era leer una de las tantas listas de personas canarias vendidas como esclavas en los mercados de Sevilla y Valencia en los siglos XV y XVI, quién compraba, quién vendía, el precio, la edad, el nombre (muchas veces aborigen), la isla de procedencia. Y eso hice: me senté frente a la cámara y empecé a leer la retahíla hasta que se cumplió el minuto. Me di cuenta de lo poderosa que era aquella denuncia por cómo me emocioné mientras leía, aunque cuando se me ocurrió lo único que quería era, de verdad, salir del paso de aquel reto lo mejor posible.
A raíz de esta experiencia empecé a interesarme más sobre la esclavitud de nuestro pueblo, una etapa sobre la que no se detiene mucho la historiografía. O eso creía yo. Encontré por aquella época un artículo que me removió también. Se excavó desde 2009 un antiguo cementerio de personas esclavas ligado a una plantación de caña de azúcar en Santa María de Guía, en Gran Canaria. En 2017 los análisis paleogenéticos revelaron que el origen de las personas allí enterradas era muy diverso, pero que solo una de las esclavas era canaria. La presencia entre los restos humanos de una moneda de cuatro maravedíes resellada por el Cabildo de la Palma con fecha de 1559 y de una medalla con dos imágenes muy populares en el XVI, sitúa el enterramiento en fechas en las que la esclavitud había sido abolida para la población canaria. Toda esta gente murió antes de los treinta años y con graves lesiones en la columna, fruto de un trabajo físico duro, características que comparten con otros enterramientos en explotaciones esclavistas similares en Surinam o Carolina del Sur.
Lo de la fecha es interesante por una cuestión que es la que me trae aquí: hasta tres veces la iglesia católica decretó que no había derecho a esclavizar a la población canaria. ¿Y por qué se mete la iglesia católica a desbaratar tan lucrativo negocio? Porque parece ser que era el único “peritaje natural” al que recurrir en aquellos tiempos, la autoridad moral suprema para determinar si una persona era o no quien decía ser, un ser humano, un sujeto de derecho. De modo que si “l‘altra dona de edat de X anys appellada Attagora”, presentada el 12 de agosto de 1494 en Valencia, junto a otras sesenta y cuatro personas canarias cautivas, por Miguel Sanç Scuder y Alfonso Sanchiz, tesorero este último del rey, tenía derecho o no a ser una mujer libre algún día tendría que determinarlo un papa.
Ya desde la década de los años treinta del siglo XIV el obispo Calvetos se paseaba por la islas, aun por las no conquistadas, escandalizándose por el acoso de las atuneras andaluzas que capturaban a gente en las costas canarias y del trato que daban los señores castellanos a la población aborigen. Pues con el cuento le fue al papa, que era Eugenio IV, y se llevó consigo a un monje canario, fray Alonso de Idubaren, que siempre es más impactante un testimonio en primera persona. Conmovieron al Papa, que emitió una bula que prohibía “tener canarios cautivos”, y ya del tirón ordenó a los obispos de Cádiz, Badajoz y Córdoba «para que exhortasen a los príncipes cristianos, nobles, capitanes, etc., para que devuelvan a su libertad y a sus islas a los tan injustamente cautivados bajo pena de excomunión”.
Mucho caso no debieron de haberle hecho porque al año siguiente tuvo que firmar la encíclica Sicut Dudum para que los portugueses pararan ya de estar capturando gente canaria para venderla, que ya estaba bien. Hostias.
Cuarenta años después Sixto IV, en su encíclica Regimini Gregis condena la práctica de tomar cristianos cautivos. Se refiere exactamente a la misma situación, ejercida sobre las mismas personas, pero ahora son “cristianos”.
No sé qué habrá de cierto en esto, pero cuando era pequeña y pregunté por qué se llamaba así la Playa de Los Cristianos, me contaron que porque en esa rada fondeaban los barcos de cristianos que venían a capturar aborígenes para llevarse a Europa. Luego me contaron, o leí en algún sitio, que era porque desde allí partían las expediciones de castigo contra las fuerzas guanches alzadas. La conquista de La Palma y la de Tenerife terminan oficialmente ambas el 3 de mayo, de 1493 y 1496 respectivamente. ¿Parece mucha casualidad para dos campañas militares diferentes? No lo es. El 3 de mayo era el día de la cruz, la fecha fetiche del tipo que dirigió la operación, Alonso Fernández de Lugo, y el deadline que había comprometido con los Reyes Católicos para cobrar la subvención. Pero sí que puedo asegurar que el 3 de mayo de 1496 Tenerife no estaba controlada por Castilla ni mucho menos.
En Regimini Gregis, la encíclica de 1476, Sixto IV se preocupa por “los cristianos”, lo que entiendo que hace alusión a las personas canarias que hubieran sido bautizadas y figuraran como cristianas en los registros bautismales de las parroquias. Me imagino yo que los piratas no se pararían a preguntar sobre las creencias individuales de sus futuras presas ni a entrar en grandes disquisiciones teológicas con ellas. Y esto plantea un conflicto de intereses: “Vamos a conquistar esos territorios para llevarles la buena nueva del evangelio, pero si bautizamos a la gente luego ya no la podemos vender”.
Bueno, lo que me importa a mí es que es el sacramento del bautismo lo que convierte a estas personas en sujetos de derecho. ¿Cómo saber si una persona es cristiana o no si la parroquia en la que dice que fue bautizada está lejos, reducida a cenizas o es inventada?
(Me gusta este momento del negocio esclavista porque creo que marca un punto de inflexión en la historia de la institución. Hasta ese momento, durante toda la Edad Media, la esclavitud funcionó como un mecanismo heredado de un modo de producción extinto que había sido reemplazado por el feudalismo, como en el mundo capitalista puede ser la medianería, como residuo feudal. La persona esclavizada en la Edad Media lo era por deudas, por haber caído en batalla, por decisión judicial o, qué se yo, porque se hubiera jugado su libertad a las cartas. En zonas de frontera en las que la ideología —religión— dominante era una seña de identidad en juego, la pertenencia al credo adecuado te alejaba de la esclavitud: en la Castilla bajomedieval solo caían en situación de esclavitud gente morisca, negra, berberisca, aborigen de Canarias, nunca cristiana. Pero en ese momento la identidad étnica de las personas empieza a tener una relevancia mayor a la hora de caer en la esclavitud. Una esclava canaria podía ser manumitida, comprar su libertad, podía cambiar de estatus jurídico, pero en pleno capitalismo en las plantaciones de Cuba o el sur de lo que hoy es Estados Unidos, la institución de la esclavitud la llevabas en la piel, no había forma jurídica de revertir aquello. Creo que aquí el concepto de racismo cobra una dimensión históricamente nueva. Pero no he venido aquí a hablar de esto.)
Vivimos en unos tiempos excepcionales en los que cada quien es sujeto de derecho por el mero hecho de pertenecer a la especie humana. Hay hasta intentos serios de incluir a otras especies de grandes simios como sujetos de algunos derechos, derechos de los que en cualquier caso no disfrutaba la gente canaria en el siglo XV, y es estupendo que así sea. Y esto ocurre porque en un raro momento de iluminación la Humanidad se puso de acuerdo para establecer una Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Se la saltan? Todos los días. Pero ahí está. No es lo mismo decir “cafre, ¿qué haces?” que decir “estás vulnerando los Derechos Humanos de esta población”. Porque lo segundo tiene mucho más recorrido, dónde va a parar, con tribunales específicos con su magistratura especializada que dentro de veinte años dirá “cafre, ¿qué has hecho?” Puede que suene a broma, pero no lo es. No se siente una igual si sabe que su derecho a andar libremente por la calle está reconocido institucionalmente. No es una garantía de que ese derecho vaya a ser respetado ni mucho menos, pero pisa una la calle, oye, con otra soltura. Porque las leyes no solo tienen un valor disuasorio sino también pedagógico. Si es legal divorciarse, llega un momento en que la gente se cansa de señalar a la divorciada con el dedo; si es legal que dos mujeres se casen y constituyan una familia con todas las de la ley, el momento llega en que señalarlas se vuelve absurdo; si la vicepresidenta del Gobierno firma un manifiesto en el que señala a las personas trans, estas ya no caminarán tan tranquilas por la calle. Lo sé de primera mano. No me lo ha contado ninguna amiga.
¿A quién corresponde el “peritaje natural” que determine el derecho de las personas trans a ser ellas mismas? ¿Al papa otra vez? Ya quisiera el papa. No, ahora somos una sociedad moderna y confiamos en la ciencia. ¿Pero y aquello de los Derechos Humanos que amparaban a toda persona por el mero hecho de serlo? No me líes, roja.
Nina Simone decía que ser libre es no tener miedo, pero también oí decir a Beatriz Gimeno una vez que ser mujer es, básicamente, tener miedo. Ambas afirmaciones pueden ser tomadas literalmente y ser leídas de manera que no signifiquen nada o que signifiquen lo contrario de lo que se quiso decir con ellas, el lenguaje es lo que tiene. Pero sabemos que ambas encierran grandes verdades.
Estigmatizar lo ya estigmatizado es apostar sobre seguro. Los nazis no inventaron el antisemitismo, recurrieron a él porque ya habían visto que funcionaba. Esta extrema derecha ultramontana que nos ha salido al final del intestino grueso no recurre al odio al diferente porque se le haya ocurrido en una tarde tonta, sino porque sabe que esa semilla está ahí y que cuando la riegas crece un matorral espinoso que resulta idóneo para tender emboscadas y cavar trincheras y fosas comunes a la que vas.
La luna crece o mengua, tiene muchas fases pero solo esas dos tendencias. La lucha por los derechos tiene que crecer e incluir o menguará. Recurrir a estas mezquindades excluyentes y cercenadoras es condenar a este movimiento, que es una de las poquitas esperanzas que le quedan a esta Humanidad. Esta mañana me preguntaba que a cambio de qué. Mira, me da igual. Nada vale más que la lucha feminista, nada hay que justifique traicionarla así.

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