EL COCODRILO, EL REY Y OTRAS
COSAS DE NO CREER
DAVID TORRES
Hay que reconocer
que nos está quedando un año la mar de raro, un año apocalíptico en todos los
sentidos del término, aunque también es cierto que la cosa ya venía de antiguo.
Probablemente el motivo por el que muchos escritores hemos abandonado la
ficción y nos dedicamos a escribir sobre la realidad es el mismo por el cual la
realidad ha perdido su pátina habitual de tedio y rutina para dedicarse a
escribir novelas. Hoy, por ejemplo, iba en el metro y veía a toda la gente en
el vagón con la cara tapada con mascarillas, como si nos hubiéramos puesto de
acuerdo para ir a atracar un banco, cuando lo habitual es que el banco
desvalije a la gente sin desplazamientos ni embozos ni pretextos de ningún
tipo. Nos mirábamos unos a otros intentando reconocernos desde algún rincón del
pasado, como concubinas perdidas en un harén subterráneo o más bien como niños
jugando a indios y vaqueros en un túnel del tiempo donde no quedaba ya un solo
indio.
Vivir en medio de
la era del coronavirus es igual que tomar parte en una película fantástica cuyo
decorado es el mundo entero, salvo para Casado, Abascal y otros conspiranocios
que todavía creen que la pandemia la inventaron entre Sánchez e Iglesias en un
laboratorio chino con la ayuda del lobby feminista y la intención de
desestabilizar el orden mundial, dar un golpe de estado contra el capitalismo y
proclamar una dictadura universal comunista con capital en Caracas. No son los
únicos que lo creen, porque además hay gente que les vota. Estos días abres el
periódico y te salta a los ojos la tontería más grande que te quepa imaginar,
noticias del estilo de Javier Maroto diciendo que las residencias de ancianos
son competencia directa del gobierno, que el 8-M era contagioso (ahí está él
para demostrarlo) y que por eso se casó con su novio en diferido y dentro de un
armario en Sotosalbos.
Aun así, día a día,
la realidad se empeña en subir las apuestas a base de titulares completamente
inverosímiles, el penúltimo de ellos, el del cocodrilo que tiene acojonado a
Valladolid, con los diarios locales trasvasados a un tebeo de Tarzán y la
guardia civil rastreando la confluencia del Duero y el Pisuerga. Tenía que ser
precisamente en Valladolid, donde hace unos años había un alcalde, León de la
Riva, que por sus comentarios machistas, homófobos y racistas, parecía haber
salido de la misma charca que el cocodrilo. Entre el murciélago de Wuhan y el
cocodrilo de Valladolid, la fauna del mundo entero no para de desmadrarse,
ocupando portadas y saltando a las calles desde selvas, bosques, reservas
naturales y documentales de la 2.
No menos
inverosímil y no menos cocodrilo resulta la noticia de que la Fiscalía
Anticorrupción podría iniciar diligencias para aclarar el tremendo lío fiscal
del rey emérito y las acusaciones de cohecho por las comisiones del tren de
alta velocidad en Arabia Saudí. Diligencias, un término muy adecuado para la
justicia española, la cual, en relación a los borbones, viaja unas veces en
calesa y otras en parihuelas. Han tardado lo suyo, aunque no tanto como la
justicia sueca, que acaba de anunciar que próximamente va a resolver el
asesinato de Olof Palme con 34 años de retraso. La globalización aplicada a la
corona española viene a corroborar la velocidad de transmisión de un virus
desde China: una investigación en Suiza puede terminar con un exilio en la
Repúbica Dominicana. Sin embargo, conociendo el percal, lo más probable es que
don Juan Carlos haga como Manolo Gómez Bur en aquella película en que, acusado
de un crimen, prefería que le aplicasen un artículo de un código penal de la
Edad Media: "El exilio, si pudiera ser a Zamora, es que tengo
familia".
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