jueves, 4 de junio de 2020

COMO UN PROMETEO


COMO UN PROMETEO 
JUAN MANUEL TORRES VERA
Víctor Ramírez, como un  Prometeo, ha encendido la palabra liberadora de nuestra realidad. Blandiendo la rebeldía con  una pasión tal, que la oscuridad huye  de la caverna  de la memoria.

         Para ello hay que  echar raíces con unas convicciones profundas  de amor a la tierra y de vibrar por romper los cercos del miedo que acogotan al pueblo canario. Los enemigos quieren hacerse invisibles  a punta de pistola disfrazada de ley. Pero ahí está Víctor arriesgando la vida para que el fuego de su obra literaria despierte  más temprano que tarde  al pie de las mareas.
Los dos allá sentados, una isla nuestra, con las espaldas estribadas a la lava de los latidos pasados: es el mediodía. Miramos al cielo con la señal de los roques  y la felicidad de los momentos junto a los amigos que comparten la sedienta crónica de empuñar la indomable cultura contra todo lo que huela a  servidumbre.

         Un sueño solar nos va liberando con una sonrisa  hasta abrir los ojos con la esperanza en el aire. Y es así en realidad cuando la razón nos hace invisibles, porque tenemos el territorio  intemporal liberado.
         ¿Quién puede venir a apresarnos? Ya nosotros iremos cabalgando con el viento y una lengua de mar nos refrescará la memoria  del archipiélago.

Como la soledad es el precio de los clarividentes, me estribo aquí a este ventorrillo de pencas de palma a escuchar en el viejo tocadisco un corrido de José Alfredo Jiménez. Empujo la historia pa tras; veo las volteretas de las habilidosas trabajadoras alrededor de la plaza, el olor al sacrificio de incubar agravios por el precio de estar vivos.
         Las mismas andanzas del dominio repetidas en todos sitios. Corre una llama de rabia por el pecho con un titiriteo de dientes,  contenido en una emoción reprimida. Miro a las montañas para evadir un posible grito a nuestros antepasados, que rondan  también con los labios apretados, no es el miedo al eterno retorno sino a ser sometido, a perder la condición de asaltar los horizontes.
        
Y los niños miran aquella  goda maestra, recién llegada con la muestre del caudillo, que les obliga con amenazas  a quitar los carros de caña  del camino de tierra para pasar su coche, en la isla otra vez. Con aquel zezeo repugnante de dominadora del que nunca hicimos apuesta de olvido, un rostro de aguileña mirada. Isaura la costurera canaria, desde la altura de la cañada, es testigo en el juicio de las razones, hasta las sabinas se rebelaron a nuestro favor.
         Nos lanzaba el dardo del paralís invasor. Desde la cuna heredamos los malditos temores. Los venenos que siempre vinieron por el mar y que ahora hospedan  nuestras costas  disfrazados  de tolerantes y universalistas.
         El dolor es mayor cuando nuestros hermanos de raíces caen en esa ingenuidad impuesta.  No es que vayamos a jugar con las mismas cartas, ningún humano es digno de inquisición, pero si el derecho al odio invencible a quien oprime.

La filosofía de Víctor Ramírez  fluye en su obra literaria como un dulce manantial  de los tiempos difíciles. En los relatos de las crónicas apátridas aparecidas en el número titulado “OJO DE PULGA” (*) escritos  en momentos  alrededor de los años ochenta del pasado siglo XX,  entre una convulsión socio-política en el Estado español  de asentamiento de la monarquía borbónica, mantienen una contención de admirable genio.
         La matienen, pues es fiel a su palabra de compromiso de alumbrar el que tiene la facultad de miras  más altas para toda la humanidad.
         Apostemos porque esas  invisible energías de su palabra, como una cuerda en su justo punto, nos contagien a todos los canarios en  la  voluntad  de liberación.

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(*) Editado por Editorial BENCHOMO

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