martes, 23 de octubre de 2018

CASADO EL EVANGELIZADOR


CASADO EL EVANGELIZADOR
GERARDO TECÉ
Si Pablo Casado no existiera, la derecha española, de nombre artístico “La Sincomplejos”, habría tenido que inventarlo. Aunque bien pensado, Casado, como casi cualquier político que mama teta de la sede –desde esa tierna edad en la que lo sano es fumar porros y señalar a los políticos en lugar de abrazarlos y beber champagne con ellos– no deja de ser un invento. El invento en sí es sencillo. De una sola pieza. No hacían falta másteres, ni doctorados en Harvard provincia de Aravaca, para salir ahí a hacer lo que se espera de un tipo que, como Casado, nunca decepciona. Nadie le pide a Messi que sepa filosofar de fútbol, que tenga una visión amplia, honesta y humanista sobre un deporte que es parte de la vida, sino que haga lo que tiene que hacer: meter goles y hacer disfrutar a los suyos. Ayer, el nuevo líder de la derecha española, salió al escenario con las botas puestas a hacer lo que tiene que hacer. ¿Toca hispanidad? Pues a la hispanidad que vamos. No ha habido momento más brillante en la historia de la humanidad que aquel en el que descubrimos a aquellos indios que no se conocían a sí mismos, explicó un Casado al que no le vieron ponerse rojo ni cuando puso en duda la formación académica de Pablo Iglesias una vez pasada la tormenta de su máster huevo kínder. ¿Miedo al ridículo? Ninguno. La Sincomplejos no usa esa gasolina. ¿Pudor histórico? El pudor es de débiles y Casado no es débil, sino un hombre fuerte, que creció mirándose al espejo de aquel tipo que se consideraba un gran estadista a pesar de todos los pesares que trajo. Las víctimas de los grandes hombres como Casado deben ser los débiles, nunca uno mismo. Es una lección que Casado ha traído bien aprendida a la primera división.

El discurso de Casado va más allá de la vergüenza ajena que provoca un señor hecho y derecho –muy derecho– hablando con desbordante ilusión sobre la grandeza de una España imperialista, santa y evangelizadora. El mismo tipo que no recuerda la cuneta aún caliente del abuelo de otros, está viendo a Cristóbal Colón salvar a aquellos indios del infierno como si lo tuviera delante. Míralo, mira qué bien hispaniza este hombre. El discurso de ayer de Casado no es el del imperialismo español del XV y XVI en un día melancólico sino el del siglo XXI. Lo de América vale para la España de hoy, llena de indios. La España que admira Casado es la imperialista y se le nota. Esa España que uniformiza a base de hostias y crispación es la suya. Esa que, si no puede acabar con el independentismo a base de urnas, propone un 155 como dios manda, que evangelice a los indios del norte del Ebro. Esa que llama kale borroka al movimiento independentista más pacífico que se ha dado en Europa. El discurso que simplifica y crispa porque sabe que el ADN imperialista suele vencerle a la razón y la honestidad. Lo dice la Historia y Casado admira esa parte negra de ella. Tanto, que ha venido para reproducirla. Que no olvide que la cultura del imperio, inevitablemente, siempre acaba cayendo. Nadie quiere permanecer junto a quien usa la bota militar política como argumento de unión

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