LA PREPOTENCIA POR
BANDERA
EVA NAVARRO SAN LUIS
Cuando
Nicolás Maquiavelo escribió El Príncipe cuestionaba si en esta vida vale más
ser temido que ser amado. Las relaciones basadas en el dominio y la dependencia
van más en la primera línea que en la segunda.
Con
frecuencia los medios de comunicación nos sacuden con la noticia de que un
hombre, haciendo uso de la fuerza bruta, asesina a su mujer o aún peor, a su
mujer y sus hijos y luego se quita la vida. Lo mismo ocurre a otra escala
cuando hablamos del terrorismo. Ya no es sólo suficiente segar la vida de los
espectadores de un concierto o un rallye sino que hay que sacrificar la de uno
mismo porque el fin justifica los medios. El atacado no puede hacer frente al
atacante ni al lenguaje de la violencia. A un nivel aún más preocupante podemos
observar este abuso de fuerza y autoridad entre naciones y gobernantes, mentes
perversas y gentes sin capacidad de diálogo que tienen implantado por defecto
ese lamentable microchip. El débil asume el papel de doblegarse impotentemente
ante ese alarde de prepotencia, asumiendo que es mejor no discutir o no
acercarse demasiado al que tiene ideas contrarias a las tuyas.
Entrenados
en el juego de la violencia no podemos evolucionar favorablemente en ningún
aspecto de la vida. Las personas diseñadas de este modo deberían recurrir al
nosce te ipsum que decían los antiguos, para descubrir cuál es su verdadero
temperamento y actitud, por qué se crea un bloqueo que nos impide fluir como
personas, cuál es la disposición con la que salimos cada día de casa, si somos
capaces de dominar nuestros impulsos o ellos nos controlan a nosotros.
Hoy
en día se critica el desplante de Trump, como en otra época innombrable se hizo
con las ideas de Hitler o cualquier otro dictador de la Historia.
Sin
ánimo de hacer juicios esperemos que tomen consciencia de su papel, de lo que
las personas esperan de sus superiores, más allá del discurso fulminante del
poder y el ego.
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